lunes, 13 de octubre de 2025

"El joven Moncada", de Alexander Lernet-Holenia.

 ¡Caray, qué bueno es Lernet-Holenia! Es uno de esos escritores que lo sorprenden gratamente a uno con cada nueva novela que se lee. Lo primero que tuve entre mis manos del autor vienés fueron relatos militares, algo normal teniendo en cuenta que combatió, aunque fuera breve e inteligentemente (no exponiéndose al peligro en la medida de lo posible, quiero decir), en ambas guerras mundiales; en todo caso, no eran narraciones belicistas, sino simplemente ambientadas en la guerra, pero con argumento y temas muy variados. Por otro lado, lo que más me gusta de Lernet-Holenia es su capacidad de introducir giros argumentales que asombran al lector y dan a la narración un interés nuevo. Bien, pues El joven Moncada no tiene nada que ver con ninguna de las guerras mundiales, ni con Austria o Alemania, pues está localizada en Argentina y en España, teniendo como personajes principales a españoles, y las guerras no lo son en sentido exacto, aunque sí in senso lato, pues trata sobre los amoríos belicosos y las formas de buscarse la vida, aunque sea con "el sudor del de enfrente", pero sí tiene esos giros argumentales tan jugosos que lo dejan a uno con una sonrisa en los labios.
 Argumento de El joven Moncada: Un joven español (inicialmente, el lector lo cree rico y noble) trata de abrirse camino en Argentina. Allí se enamora de una aspirante a actriz, Rafaela Andrade, quien parece más aspirante eterna que actriz. El lector entiende entonces que el padre de Juan Moncada, conde español, atribulado con las nuevas de esos amoríos, encarga al embajador argentino, un tal Cortes, que hable con el joven, que lo aleje de esa vividora, que le pague incluso treinta mil pesos para que vuelva a España. El embajador, poniendo dinero público, lo hace. Como consecuencia, Juan se separa de Rafaela y vuelve a España, pero en el trayecto marítimo conoce a una tal Beatriz Pereira, rica heredera, hija única de un adinerado industrial. Se enamoran los jóvenes y se prometen en matrimonio.
 Y cuando Juan Moncada llega a España se apresta a ir a conocer a su padre, el conde. Y es aquí cuando, a mitad de novela, llega un giro argumental impactante que deja boquiabierto al lector: primero se presenta el verdadero conde de Moncada, hombre de sesenta años que, siendo un verdadero noble, poseedor de tierras y casas, no tiene un duro en efectivo. Tanto es así que tiene todas las propiedades hipotecadas y sigue necesitando más. A él se presenta Juan, diciéndole que es su hijo, obvia falsedad. Entonces, el joven Moncada descubre todo su juego: no es noble en absoluto, sólo coincide su apellido con el del conde; en Argentina ideó un modo de sacar dinero, enviando una carta falsa en nombre del conde al embajador para que adelantara dinero, así consiguió de la nada treinta mil pesos (en realidad quince mil, pues Rafaela Andrade se llevó la mitad del dinero). Ahora, Juan necesita a su padre ficticio para dar otro golpe y seguir viviendo del prójimo. El plan es el siguiente: para poder casar con la rica heredera, Juan y el conde han de pasar por verdaderos padre e hijo, el conde aporta el título nobiliario (algo que, parece ser, ansían los Pereira) y los padres de Beatriz el dinero. El conde, sorprendido pero necesitado de dinero, acaba por aceptar. Urden una trama en la que el conde admite ante los Pereira que Juan es hijo natural suyo, hijo de una pastora que, en realidad, era una joven noble, así lo cuentan a la familia rica. Éstos hacen como que lo creen pero se dan cuenta de que es exactamente el argumento de una obra de Tirso de Molina, La pastora encantada (por cierto, no he encontrado ni rastro de tal obra, es, pues, licencia artística de Lernet-Holenia). Cuando todo parece encaminado, aparece Rafaela Andrade, la aspirante a actriz, queriendo su parte del pastel, pero Álvarez, el financiero del conde, le asegura que éste está en la ruina y la requiebra asegurándole un buen casamiento. Finalmente, todo se arregla, Juan y Beatriz casarán, el conde y Juan conseguirán su dinero, los Pereira, su título nobiliario, y Rafaela y Álvarez también tendrán su puntito feliz.
 En fin, está narrado todo como una suerte de divertimento literario, como un sainete en prosa, en el que todos son pícaros que quieren aprovecharse del otro. Es una novela breve o relato largo, como se quiera (ciento cuarenta y ocho páginas), lo cual permite leerla casi de un tirón, haciéndose más evidente ese cambio argumental tan brillante que le da un aliciente notable a la lectura. 
 Lernet-Holenia fue, que duda cabe, un autor muy dotado, especialmente por su capacidad de uso de recursos literarios que atraen al lector, lo sorprenden y estimulan, haciendo que sus obras nunca sean anodinas o previsibles.

sábado, 11 de octubre de 2025

Inciso musical: segundo concierto de abono de la temporada 25-26 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Moussa, Bruch y Shostakóvich.

  Ya de vuelta de la aventura vienesa y del Musikverein, regreso al Auditorio Miguel Delibes, tan diferente de la sala austriaca, para bien y para mal, como sabrá todo aquél que haya leído la entrada correspondiente en este blog. El concierto de la OSCyL de ayer estuvo dirigido por el alemán Kevin John Edusei, mientras que la solista invitada fue la violinista neerlandesa Simone Lamsma.
 Según la musicóloga Raquel Aller, quien firma el programa de mano, las tres obras escuchadas ayer transportan al oyente del infierno al paraíso, o viceversa, pues según ella la obra de Moussa es un referente a la felicidad, la de Bruch es una obra que nos reconcilia con la vida, mientras que la de Shostakóvich reflejaría el infierno del compositor ruso. Estoy de acuerdo en algunos aspectos, en otros no, lo comento: 
 La obra del compositor canadiense Samy Moussa, Elyssium, me pareció extrañamente hermosa. Como su nombre indica, trata de retratar el Elíseo, ese más allá de los griegos, praderas de paz en las que los virtuosos descansaban eternamente. Bueno, recuerdo ahora muchas obras de otros autores que sí pueden transmitir esa sensación de bienestar y felicidad. La composición de Moussa, eso sí, tiene un clímax final que  bien puede relacionarse con ese paraíso.
 El Concierto para violín Nº1 es una de las obras más representadas del compositor, un romántico muy clásico, valga la expresión. Quiero decir que Bruch, nacido en 1838 y fallecido en 1920, no se dejó tentar por las modas del posromanticismo o incluso las vanguardias que se impusieron en las últimas décadas del XIX y primeras del XX respectivamente. No, Bruch se mantuvo fiel a los cánones del Romanticismo musical, con sus melodías claras y apasionadas, la búsqueda del virtuosismo en el solista o el uso de la orquesta más ampliada. El Concierto para violín Nº1 cumple precisamente con esas particularidades, pues, sobre todo en el segundo y tercer movimiento (Adagio, attacca y Finale: Allegro energico - Con fuoco - Presto, respectivamente) tiene melodías claras, bien definidas y pegadizas; además, se exige un virtuosismo extraordinario al violín solista, que ejecuta frases musicales de una dificultad y una belleza sin parangón. La violinista Simone Lamsma estuvo a un nivel difícilmente alcanzable anoche, arrancando aplausos entusiasmados del público. Supongo que, en su época, Bruch tal vez fue tildado de previsible, convencional cuando no anodino por no plegarse a las modas musicales que se imponían en el momento, pero, escuchado más de un siglo después, liberados ya de modismos, su música es de una calidad tan alta que lo encumbra a uno de esos paraísos de los que hablaba antes.
 Y luego, tras el descanso, Shostakóvich. ¡Qué decir de Shostakóvich! Se ha hablado tanto, ha sido estudiado por tantos musicólogos, se han elaborado tantas hipótesis al respecto de sus cambios estilísticos que todo lo que se diga irá al cajón del olvido. Con todo, es inevitable recordar la terrible presión que el talentoso compositor soviético sufrió directamente de las más altas esferas del poder comunista. El propio Stalin llegó a ser protagonista de esas presiones brutales que, de no haberse plegado a ellas, habrían llevado al compositor a morir en algún gulag perdido en Siberia. Hoy no entendemos plenamente la barbarie que supone para un artista la amenaza, en absoluto sutil, del destierro, la tortura o incluso la muerte si su música no gusta al brutal gerifalte de turno. Lo cierto es que nunca podremos saber cómo hubiera compuesto Shostakóvich de haberse visto libre de estas influencias malignas que buscaban usar la música como un utensilio más de la perpetuación de la opresión comunista al pueblo ruso. En todo caso, tenemos ahora la Sinfonía Nº5, que queda como una imposición, destruyendo la libertad compositiva del autor, de modo que aunque la obra haya entrado en los cánones más altos de la música culta, no podemos disfrutar plenamente de ella sin tener todo esto en cuenta. De nuevo, según la musicóloga Raquel Aller, "las marchas militares del primer y cuarto movimientos suenan grotescas y fantasmagóricas... el segundo movimiento es un scherzo aparentemente desenfadado, que en realidad parece desencajado, sarcástico, irónico, tragicómico...". No sé, a mi me parece una típica obra soviética que glorifica el belicismo comunista, pero no veo ironía, sarcasmo ni burla por ninguna parte, aunque quién sabe, una forma de luchar contra la censura y poder sobrevivir consiste precisamente en eso, en hacer caso a sus directrices, pero introducir elementos que desvirtúen lo que exigen.
 En fin, un concierto ciertamente contrastante, con composiciones libres que expresan los sentimientos de sus autores, las obras de Moussa y Bruch, y otra, mediatizada por las terribles presiones de las autoridades políticas.

jueves, 9 de octubre de 2025

"Noche italiana", drama de Ödön von Horváth.

  La desgraciadamente prematura muerte del húngaro von Horváth (a los treinta y seis años, tras la caída de una gran rama de un árbol en los Campos Elíseos de París en un día de tormenta) nos privó de un gran escritor, ya que sólo dejó tres novelas publicadas y un buen puñado de obras teatrales. Es trágicamente curiosa la pertinacia con la que la vida se empeña en dejarnos claro que no somos sino criaturas irrelevantes y que en cualquier momento todo se acaba. Tantos zotes que llegan a los noventa sin dejar nada de provecho y otros tipos talentosos que se van en las primeras décadas de vida. Así no es de extrañar que haya gente que crea en el destino y en zarandajas del mismo cariz. 
 He leído dos novelas de este autor, Juventud sin Dios y Un hijo de nuestro tiempo, y tras leerlas pensé que su estilo prosístico era así de apresurado y carente de frases subordinadas y adjetivación para dar una apariencia rápida en temas tan crudos como los que toca. Sin embargo ahora pienso que, en realidad, von Horváth destacaba más en el teatro, que su forma de escribir, con las mínimas acotaciones posibles se ajusta mejor a su forma de ser. Cabría incluso decir que esas dos novelas citadas no son sino adaptaciones a la narrativa de dramas previamente ideados.
 El argumento general de Noche italiana, al igual que sus temas, se centra en el terrible periodo que vivió como adulto el autor, los años veinte y treinta del pasado siglo, con sus altibajos políticos, sociales y económicos que culminaron en la Segunda Guerra Mundial. Von Horváth abominaba claramente de cualquier extremismo, especialmente del nacionalsocialismo que acabaría por ensangrentar el continente en los años cuarenta, pero también del comunismo que igualmente destrozó el mundo el pasado siglo. En este drama hay víctimas y verdugos, siendo los primeros los ciudadanos moderados, que se presume mayoría, y los segundos los nazis y los comunistas.
 Argumento general de Noche italiana: en una ciudad del sur de Alemania, un grupo de ciudadanos, defensores de la República de Weimar, quieren celebrar una "noche italiana", que al parecer tiene un carácter cultural (canciones infantiles y otros actos un tanto cursis), mientras que los fascistas (así son llamados en la obra) quieren celebrar una "noche alemana" (desfiles y maniobras militares). Von Horváth retrata a los fascistas como bobos incapaces de pensar y de hacer cualquier cosa que no sea cumplir órdenes, de hecho, el discurso que ha de pronunciar uno de sus gerifaltes  lo escribe en su cuaderno de deberes un estudiante de secundaria. El personaje que quiere llevar a cabo la noche italiana es un concejal, que ha de enfrentarse no sólo a los fascistas, sino también a los comunistas, que buscan en todo momento la más mínima razón para enfrentarse físicamente a sus enemigos. Así, la sociedad es descrita como una gran masa de gente moderada y pacífica que tiene que hacer encaje de bolillos para que los extremistas de uno y otro lado no acaben por empezar la guerra mundial (¡qué gran premonición, teniendo en cuenta que von Horváth escribe este drama en 1931!). Los fascistas acaban por culpar al concejal de haber dañado un monumento ale emperador (otra premonición, pues los nazis utilizaron este ardid para eliminar enemigos). Lo humillan y tratan de que firme una declaración ridícula en que se denuesta a sí mismo. Finalmente, los moderados se impondrán y mantendrán la paz en un equilibrio inestable.
 Leído en 2025, este drama tiene sus virtudes y defectos. Como antes decía, tiene un cierto carácter premonitorio cuando prevé que los extremos políticos, siempre minoritarios, podrían acabar llevando al continente, poblado mayoritariamente por pacíficos ciudadanos, a la guerra total; pero se equivoca de lado a lado cuando cree que la simple acción de los moderados frenará la violencia extremista. Pero esto, claro, es fácil decirlo en 2025, como decía, von Horváth escribe esto en 1931, cuando todavía se creía posible un entendimiento entre las distintas facciones sociales. Es, pues, muy tibio en su final, pero habría que verlo si el mismo autor lo hubiera reescrito poco antes de su muerte, ya a finales de la década de los treinta.
 Desde un punto de vista formal, la obra teatral no es gran cosa. En realidad es un pequeño drama con poca fuerza y que, en mi opinión, no está bien rematado. Cualquiera que lo viera representado, pienso yo, ya fuera en los años treinta o en la actualidad, acabaría saliendo del teatro un tanto frustrado. 

Inciso musical: concierto, en el Musikverein, de la Orquesta Sinfónica de Viena dirigida por Kazuki Yamada. Obras de Rachmaninov, Boulanger y Chaikovski.

  Para un simple melómano de a pie, hay orquestas y salas cuyos nombres son como grandes criaturas mitológicas que uno conoce desde niño pero nunca llegó a catar personalmente. Pero, felizmente, la vida de un servidor, vulgar hasta la náusea, tiene momentos (años, e incluso decenios) de belleza y felicidad plenas. No quiero entrar en intimidades, ni molestar al lector de este humilde blog con asuntos personales, pero sí hacerle partícipe del gozo que me ha supuesto llegar a los veinticinco años de matrimonio con mi santa y sufrida esposa. Evento que justifica sobradamente hacer un dispendio extraordinario y disfrutar de un viaje a Viena para celebrar debidamente las bodas de plata. Y, juntando lo que decía antes, es muy difícil para un melómano ir a Viena y no disfrutar de una de las mejores orquestas del mundo, la Orquesta Sinfónica de Viena, en una sala mítica, la Musikverein, donde se interpreta el archiconocido (y un poquito hortera, la verdad sea dicha) Concierto de año nuevo. Y así, haciendo ese derroche inusitado, un servidor y su santa esposa disfrutaron el pasado día cuatro de un concierto de la Orquesta Sinfónica de Viena en su sala, la Musikverein.
 ¿Y qué me pareció? ¡Hombre, se lo puede figurar! Intimidado por la sala, su historia, haberla visto en televisión decenas de veces, con el sacrosanto nombre de la "Orquesta Sinfónica de Viena", he entrado en la sala como un niño, acobardado pero dispuesto a disfrutar. Y disfruté, mucho. Pero (quizá el espíritu crítico me lo exija, no sé) con matices. Había escuchado de siempre la extraordinaria acústica del Musikverein, lo cual sorprende habida cuenta de que no es sino un paralelepípedo carente de la más mínima orientación; está todo forrado en madera, tallas de madera, pero madera policromada, en la que abundan los dorados, por cierto (y en muchos otros sitios, parece que el color dorado, chillón como es, es muy del gusto de los austriacos). En fin, la acústica sí parece buena (nuestras localidades estaban muy bien situadas en mitad del patio de  butacas), pero no puedo obviar el reducido tamaño de la sala. Dicho de otro modo, el Musikverein  es una sala muy pequeña, más pequeña que la mayoría de las salas de cámara, no ya sinfónicas de construcción en los últimos treinta años; como consecuencia, la intensidad sonora es apabullante, pero eso sería normal en cualquier sala de esas dimensiones tan angostas. Por otro lado, algo que me sorprendió, no precisamente en sentido positivo, es que en dicha sala no se atenúa en absoluto la iluminación, siendo ésta la misma que cuando el público está entrando y acomodándose. Entiendo que la sala tiene mucho prestigio y es en sí misma un valor, pero, acostumbrado a la atenuación luminosa, es de reconocer que el espectador puede concentrarse mejor en la audición, olvidándose de la profusa decoración de la sala. Por último, algo que me "rompió los esquemas" por completo fue constatar que en el Musikverein hay localidades de a pie. Sí, tal vez no me crean los que vayan habitualmente a un auditorio moderno, pero así es. En la parte final de ese paralelepípedo, al otro extremo de la orquesta, hay una especie de barandilla, en la que se apiñan un grupo de desafortunados espectadores que tienen que aguantar las dos horas de representación de pie, empujándose los unos a los otros para tener la fortuna de descansar sus molidos cuerpos sobre esa barandilla. El concierto del pasado día cuatro, esos espectadores (muchos turistas extranjeros, pero también algún austriaco) pagaron nada menos que treinta euros por esa localidad (no localidad, puesto que no había butaca). Quien esto escribe pagó ciento doce euros por esa butaca en mitad del patio de butacas, el segundo precio más caro. En fin, habrá quién se escude en la tradición, pero a mí me parece que en 2025 tener espectadores de pie en un concierto de música clásica de casi dos horas de duración entra en lo que las Naciones Unidas consideran tortura. Entiendo que la defensa a ultranza de las costumbres y tradiciones son bandera de muchos, pero creo que hay que adaptar las tradiciones a los nuevos tiempos para eliminar lo más pernicioso de ellas. Por cierto, las butacas del Musikverein también podrían ser consideradas utensilios de tortura, pues, amén de su reducido tamaño, tienen un pequeño acolchado para las nobles posaderas del distinguido público, pero el respaldo es totalmente de madera. A las dos horas de concierto, las espaldas de gran parte del respetable también son de madera, así de incómodas son.
 En fin, criticar acerbamente sale gratis, no quiero caer en ese vicio tan deleznable de rechazar todo de plano, pero sí quiero mantener un espíritu crítico que me permita juzgar, razonando, lo que me parece bien y lo que no. Creo que si se suprimieran las entradas de a pie, se sustituyeran las arcaicas butacas de madera y se atenuara la iluminación, el concierto sería mucho más agradable y cómodo.
 Todo lo anterior es lo que me pareció impropio de una sala ejemplo mundial de auditorio. Lo más meritorio (lo digo lo último para dejar buen sabor de boca en el lector) es la calidad interpretativa de la Orquesta Sinfónica de Viena. El programa, como se puede ver, fue bastante conocido por el gran público, con la Sexta sinfonía (la Patética) de Chaikovski, obra extraordinaria, tocada miles de veces cada año por las distintas orquestas en todo el mundo (un servidor la ha escuchado ya un par de veces a la OSCyL y una a la Orquesta Nacional de España); he de reconocer que de la ejecución del pasado día cuatro a la versión grabada por el sello Deutsche Grammophon interpretada por la Orquesta Filarmónica de Berlín, dirigida por Von Karajan que escucho habitualmente no hay diferencias reseñables, aportando la sutileza y delicadeza necesaria cuando los movimientos así lo requieren, y la rotundidad y vigor imprescindibles en los movimientos más intensos.
 Con respecto a lo de sala muy pequeña para una orquesta sinfónica, igual no es un defecto sino un acierto. Nos hemos acostumbrado a escuchar esas orquestas sinfónicas en salas enormes, y (no es el caso de la Patética de Chaikovski, desde luego) en algunas ocasiones el sonido llega demasiado atenuado al oyente, que pierde matices en los movimientos más delicados. Estoy pensando ahora en obras de uno de mis compositores favoritos, Ralph Vaughan Williams, con movimientos de una delicadeza extraordinaria que debido a la inmensidad de las salas sinfónicas modernas quedan un tanto desleídos; si se interpretaran en salas de cámara todo podría escucharse y sentirse más nítidamente.
 Para terminar diré que ha sido un honor disfrutar de la Orquesta Sinfónica de Viena en el Musikverein, esto lo entenderán más fácilmente los verdaderos melómanos; es como  un pequeño hito fundamental en la vida de un amante de la música, especialmente en vivo y en directo, en los tiempos de "música enlatada" que nos ha tocado vivir.

jueves, 2 de octubre de 2025

"Marte en Aries", de Alexander Lernet-Holenia.

 Aun cuando a uno le guste un autor, lo conozca bien, haya leído numerosas obras suyas y tenga ganas de leer otra novela suya, las circunstancias personales se imponen, a veces afortunadamente, a veces desgraciadamente, marcando severamente la lectura. Esto me ha ocurrido con Lernet-Holenia y su Marte en Aries, novela que ansiaba leer, autor bien conocido para mí; pero, en este caso, desgraciadamente, las circunstancias familiares han dificultado sobremanera la lectura, y el resultado ha sido nefasto. Porque la convivencia con los seniles progenitores, su necesario cuidado, todos los problemas acaecidos por la vejez extrema... me han impedido disfrutar de la lectura de Marte en Aries, una novela, por otro lado, de compleja lectura. Así pues, tenga en cuenta el lector de este humilde blog que algunas de las conclusiones a las que llego pueden estar mediatizadas por esta semana tan ingrata que tenido que vivir.
 Decía que Marte en Aries es una novela de lectura compleja y no lo retiro. Es conocido el gusto de Lernet-Holenia por introducir elementos irracionales (o mágicos, el lector escoja su versión) en sus narraciones, dándole un carácter especial e interesante que sorprende al lector. Esta novela no podía ser menos, sin embargo, el elemento mágico aquí tiene un origen onírico, pues el protagonista, el teniente Wallmoden, tiene una experiencias tanto amorosas como bélicas que tienen que ver sin duda con un sueño un tanto "pesadillesco", perturbador y desconcertante. Aquí es donde digo que no sé cómo juzgaría la novela si la hubiese leído con la calma y concentración con la que habitualmente leo, porque, al encontrarme en una situación personal alterada y estresante, puedo haber malinterpretado o, al menos, no comprendido correctamente la narración. En cualquier caso, lo que ahora afirmo es que la novela no tiene la ilación que es normal en Lernet-Holenia, que hay momentos en la que el lector (alterado o no, creo) se pierde por la falta de explicación de lo que es real y lo soñado.
 Por otro lado, Marte en Aries tuvo mayor prestigio social debido a que fue secuestrada por el gobierno del Tercer Reich, según parece, por orden directa de Joseph Goebbels, el infame ministro de propaganda de aquel régimen. Tanto fue así, que el editor llegó a destruir todas las galeradas existentes, y gracias al original del autor se pudo editar años después. Esto, teniendo en cuenta que Lernet-Holenia pudo publicar sin problemas antes, durante y después del Tercer Reich, hizo más interesante, morbosamente interesante, la novela. Parece que Goebbels mandó secuestrar la novela porque la versión bélica que daba no se ajustaba en absoluto a la patraña belicista nazi, ya que el autor , que narra la invasión de Polonia, presenta al ejército alemán siempre dubitativo y reticente ante una invasión sin sentido, mientras que los polacos son retratados con notables muestras de valor ante esa misma invasión sin sentido. Evidentemente, es fácil juzgar en 2025 que la versión de Lernet-Holenia tuvo que ser mucho más verosímil, y que los militares, seres humanos pensantes, al fin y al cabo, juzgan la acción que son obligados a cumplir, comportándose en consecuencia de un modo u otro. Cuando, acabada la Segunda Guerra Mundial, derrotado el nacionalsocialismo, el público se entera de que esa novela de un autor que supo nadar en las procelosas aguas del fanatismo político sin llegar a comprometerse fue secuestrada, le dio un interés nuevo que la llevó a un gran éxito editorial en los años cincuenta del pasado siglo.
 Esbozaré sucintamente el argumento diciendo que se trata de la vida de un oficial alemán (oficial de complemento, movilizado por la guerra) que tras haber mantenido una brevísima aventura amorosa es enviado al frente (la invasión de Polonia que antes nombraba) produciéndose una serie de equívocos de aspecto onírico que se acaban por aclarar al fin de la narración.
 Alexander Lernet-Holenia tuvo que combatir brevemente en las dos guerras mundiales, y la narración que hace de las escaramuzas y las  batallas con el enemigo son totalmente verosímiles. No son las bobadas militaristas que intentan presentar la guerra como algo honorable y digno, sino que muestra a hombres desorientados que tratan de sobrevivir a la barbarie de la violencia extrema. Parece que el autor mantuvo un diario en los días en que se vio forzado a formar parte de la fuerza expedicionaria alemana de invasión de Polonia, y los detalles que da, tanto geográficos como temporales, coinciden perfectamente con las relaciones históricas más rigurosas.
 En fin, tal vez la novela no sea mala. Yo, en verdad, si he encontrado defectos graves, pero, como decía al principio, bien pudo ser mi situación personal que influyera negativamente en la lectura.

lunes, 22 de septiembre de 2025

"Novel Tea", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

Image taken from the website www.incidentalcomics.com

"El certificado", de Isaac Bashevis Singer.

  Se suele decir que muchos escritores, prolíficos ellos, en realidad sólo han escrito una novela, que el resto no son sino refritos y reorganizaciones estructurales o de personajes de la original. Y es que, para muchos narradores, la idea principal de su creación es tan poderosa, que no pueden dejarla atrás, sino "sólo" reinterpretarla una y otra vez. Esto puede parecer muy injusto, especialmente cuando se aplica a un escritor del inmenso talento como fue el Premio Nobel de literatura de 1978.  Creo haberme deshecho en elogios (merecidamente, sin duda) ante las novelas de Isaac Bashevis Singer; creo haber leído todo aquello que se ha traducido a la lengua castellana; he pasado innumerables horas embelesado en la lectura de sus páginas; me ha costado (me sigue costando) encontrar prosistas capaces de igualarlo (salvo que se incluyan los autores de la llamada "literatura victoriana"). En definitiva, admiro hasta la adoración a I.B. Singer como narrador. No lo oculto. Sin embargo, en el ámbito argumental, sus novelas son muy semejantes: joven judío jasídico sale de su shtetl (pequeña localidad o barrio habitado exclusivamente por judíos, generalmente cercado a una población gentil) y se encuentra con el gran mundo, sufriendo todo tipo de contrastes entre lo que aprendió de niño y lo que ve en su nuevo barrio ciudadano. Se debatirá entre una vida y otra; las relaciones con los demás siempre serán conflictivas, especialmente con las mujeres; tratará de encontrar su camino, a medias entre ambos (manteniendo una religiosidad más en el fondo que en la forma, adaptándose a las formas de vida moderna). Todo narrado a la vez que se describen las circunstancias de política nacional e internacional que arrastran a las masas humanas hacia uno u otro derrotero. Esto ocurre bien en Europa (Polonia principalmente) o en América (Nueva York). Todo esto, en grandes líneas, se encuentran siempre en los argumentos de las novelas de Singer.
 Tan es así la homogeneidad argumental de Singer, que leyendo sus novelas uno no puede preguntarse una y otra vez, ¿esto no lo he leído yo antes? Los nombres de los personajes cambian, la localización geográfica, ya digo, un poco la edad y los tiempos... Pero lo demás es muy semejantes. Sólo las novelas ambientadas en siglos anteriores al XX, como Satán en Goray, El esclavo o su reinterpretación el el Golem se escapan a estas líneas argumentales generales. Por cierto, filtrando todas las entradas de este humilde blog, he contado el número de libros que he leído de I.B. Singer: veintiuno con el que estoy reseñando, ¡Veintiuno! Ya digo, creo que no se ha traducido más al castellano (de momento, espero), tendré que animarme a leerlo en inglés, porque en su lengua original, en yidis... 
 En fin, que nadie se lleve a engaño, todo esto que digo sobre la repetición del argumento principal en las novelas de Singer no desmerece en absoluto la altísima calidad de su prosa y mucho menos mi admiración hacia la literatura del autor. Es una simple afirmación, creo que suficientemente argumentada y con la que estarán de acuerdo, supongo, muchos de sus lectores. En El certificado, el argumento susodicho se repite una vez más; es tan evidentemente autobiográfico que sólo los nombres cambian: el propio por el del protagonista, David Bendinger; el de su hermano Israel Yehoshua, once años mayor que él, por Aarón; así como las mujeres con las que se relaciona el chico, Sonia, Minna y Edusha (todas ellas más mayores y experimentadas que David) por otras tantas de distintas novelas. En fin, aquí se repite todo, pero como lo cuenta con esa maestría, nunca cansa.
 Porque Isaac Bashevis Singer no es sólo un narrador de experiencias concretas, sino un pensador de la existencia humana en el sentido más amplio de la expresión. Afortunadamente, un servidor ha tenido una vida mucho más cómoda (y, tal vez, aburrida) que la del propio Isaac Bashevis, pero los avatares y zozobras por las que he pasado no se alejan mucho de las de sus personajes. El talento del autor para retratar la psicología de sus personajes es lo que lo eleva a niveles sólo alcanzados por un puñado de escritores de todos los tiempos. Los personajes de Singer sufren por cada poro de su piel; los remordimientos que tienen, producto del choque cultural del que hablaba antes, de la educación ortodoxa y el mundo moderno; los sentimientos de culpa, pesados como yunques, que los atribulan... Todo eso convierte a los personajes en criaturas tan verosímiles como el propio lector, que empatiza inmediatamente con ellos.
 Toda vez que no soy dado a releer, me entristece un tanto pensar que quizá no vaya a disfrutar de nuevo del asombroso arte literario de Isaac Bashevis Singer. Esperemos que los traductores nos faciliten a los lectores hispanohablantes disfrutar del manjar de este autor. Por cierto, siempre olvido hacer mención a los traductores: El certificado fue traducido al castellano por Teresa Snajer, pero quiero alabar especialmente a Rhoda Henelde Abecasís, extraordinaria traductora del yidis al español, quien, además, firma un acertado epílogo de la novela. Son muchas las obras que esta traductora y su marido, Jacob Abecasís han traducido a lo largo de los años de los grandes autores en lengua yidis, especialmente de los hermanos Singer. Sin traductores tan excelsos como el matrimonio Abecasís nos hubiéramos perdido la literatura en yidis; nunca está mal acordarnos de ellos y alabar justamente su importantísima labor. Desde este humilde blog, envío un caluroso abrazo virtual a estos y otros importantes traductores.

Equinoccio de otoño.

Kandinsky, Wassily. (1908). Otoño en Baviera. (Óleo sobre cartón). Museo de arte moderno y contemporáneo, Estrasburgo.
Imagen tomada de Wikimedia Commons

miércoles, 17 de septiembre de 2025

"Reunión de bachilleres", de Franz Werfel.

  Franz Werfel (1890-1945) pertenece a esa augusta nómina de escritores austrohúngaros (él era étnicamente judío, checo de nacimiento, pero de lengua alemana) que vivió la caída del imperio de los Habsburgo tras la Guerra del 14 como el fin de unos bonancibles tiempos y la llegada de otros más angustiosos. Al ser identificable por el nacionalsocialismo como judío, aunque no practicara religión alguna, huyó de Austria en 1938, primero a Francia y luego a Estados Unidos. Su situación social en Viena, hasta esa época, claro, no debió ser empero mala, pues disfrutó de una cierta fama como escritor y casó con la viuda del gran compositor Gustav Mahler, Alma, once años mayor que Werfel. Ganó parte de esa fama por una de las narraciones más conocidas del Genocidio armenio, lo cual ha favorecido la erección de numerosas estatuas y placas conmemorativas en el país caucásico.
 De sus congéneres, quizá sea Stefan Zweig el que más se le asemeja. Ambos tienen una excelente capacidad de plasmar las emociones y sentimientos de sus personajes, especialmente cuando se trata de sentimientos de culpa o de miedo. Es precisamente el sentimiento de culpa el que domina esta novela, un sentimiento de culpa que parecía imposible en un exitoso pilar de la sociedad austriaca, un juez de instrucción. Alguien (probablemente un crítico literario) llamó a Zweig el "orfebre de los sentimientos", para alabar su destreza a la hora de describir la evolución psicológica de los protagonistas, pues bien, no sé si Werfel será también un orfebre, un platero o un mero herrero, pero no dista mucho la habilidad del praguense de la del vienés en este orden de cosas.
 Reunión de bachilleres trata de esos sentimientos de culpa en la figura de Ernst Sebastian, juez instructor, individuo satisfecho de sí mismo y de su posición social. Él es llamado a una reunión del instituto en el que estudió el Bachillerato, veinticinco años atrás, a la vez que está instruyendo el juicio contra un tal Franz Adler, que presuntamente ha asesinado a una prostituta. El nombre de este enjuiciado le trae a la memoria a otro homónimo con el que vivió aventuras adolescentes. La mayor parte de la novela consiste en la descripción de los remordimientos que atenazan al juez por haber complicado sobremanera la existencia de su compañero por puro comportamiento adolescente hasta el punto de haber convertido a uno de los mejores estudiantes del instituto en un despojo social capaz de cometer un repulsivo asesinato. Finalmente, se constatará que todo está en la cabeza de Sebastian, pues el Franz Alder que están juzgando no es el mismo que el del instituto, pero lo importante es cómo explica el autor los desasosiegos y pesadumbres de alguien que se caracterizaba por su incólume autoestima. Como decía antes, la evolución psicológica del protagonista es lo más notable de esta novela. Aquí, Werfel está al nivel de Zweig, sin duda.
 Es la primera novela que leo de Franz Werfel, y, por lo que veo, no hay mucho más disponible en bibliotecas o librerías, pero sí un pequeño puñado de novelas breves. En los próximos meses, D.m., leeré más novelas de este autor.

domingo, 14 de septiembre de 2025

"La tercera bala", de Leo Perutz.

  Cuarta novela de Perutz que leo. Y, con mucho, la peor. Parece ser que fue publicada cuando su autor sólo contaba con veintiséis o veintisiete años, con lo que puede considerarse una obra de juventud, una novela escrita cuando su personalidad de escritor todavía no se había desarrollado plenamente. No sé, se me ocurre esto, otra posibilidad es, simplemente, que la novela es rematadamente mala. Aunque, a decir verdad, ya se aprecian las características que hacen de De noche, bajo el puente de piedra o de ¿Adónde vas, manzanita? las mejores novelas que he leído del praguense. Por ejemplo, el afán de encontrar algo mágico, inexplicable o anómalo en una narración histórica que, sin ello, sería incluso anodina. Si es verdad que Perutz y Lernet-Holenia tuvieron una cierta amistad e incluso una estrecha colaboración profesional, como se insinúa actualmente, ambos pudieron optar por una literatura principalmente histórica pero que tuviera el mordiente de algo extraño, insólito, que le diera ese atractivo del que las meras narraciones históricas carecen. No sé, es eso o la inexperiencia del escritor novel.
 El argumento se sitúa en el Nuevo Mundo, en época de la conquista del Tenochtitlan azteca a manos de Hernán Cortés. La narración es en primera persona, del hidalgo Grumbach, un noble alemán al servicio del emperador Carlos V. Grumbach huye de Europa para escapar a la persecución del emperador y la imposición del catolicismo en sus dominios. En América, Grumbach y sus campesinos germanos pueden practicar su luteranismo sin miedo a represalias, cultivar tierras e incluso establecer relaciones amistosas con los indios. Por cierto, un inciso, aquí Perutz ahonda en lo que se ha llamado "Leyenda negra española", esa tendencia historiográfica en la que los españoles y la cultura hispana eran pérfidos, responsables de todos los males que acaecen a la humanidad. Tan evidente es esto, que Hernán Cortés y sus tropas son descritos como animales sedientos de sangre y oro, capaces de las mayores tropelías, asesinatos, violaciones y brutalidades que un ser humano puede cometer. Frente a ellos, los alemanes son retratados como humanitarios europeos, deseosos de compartir sus conocimientos con los indios e incluso asociarse con ellos de buena fe para aumentar sus riquezas. En fin, los que me conocen saben que no soy del tipo patriotero que abunda por estos lares, con lo que estoy libre de la sospecha de tendenciosidad chovinista ante lo que es una narración puerilmente inverosímil como la que pretende imponer ahora (la de los indios, seres de luz, invadidos por salvajes europeos, demonios con forma humana). Bien, al margen de sesgos jingoístas, la narración continúa con la escasa tropa germánica tratando de defender a los indios en contra de Cortés. Para ellos han de proveerse de armas, algo que el conquistador había prohibido. Conseguirán un arcabuz del verdugo español, un tal García Navarro, el cual echará una maldición al alemán (tal vez aquí esté lo más fantástico de la novela), que consiste en que, de tres balas, una matará a Moctezuma, otra a Dalila (amante india de Grumbach) y la última al propio alemán. Grumbach, por su parte, asegurará que la primera bala matará a Cortés, la segunda al duque de Mendoza, y la tercera al verdugo. Como se ve, esto explica el título de la novela. Tras mil y un avatar, la distribución de las balas será como la maldición había predicho
Leo Perutz. Imagen tomada del sitio www.stifterhaus.at
 En fin, una novela histórica clásica, según yo la veo. El elemento fantástico, característico de Perutz, es muy débil por no decir casi inexistente. Leeré algo más de este autor para contrarrestar el mal sabor de boca que me ha dejado esta novela.