Y siempre Stefan Zweig, uno de los escritores más talentosos del pasado siglo. Lamentablemente, se me va acabando la obra de Stefan Zweig, y toda vez que un servidor no es prono a releer, siento que voy perdiendo poco a poco la capacidad de disfrutar a uno de los grandes autores en lengua germana. En fin, el otro día, hablando con un amigo, gran admirador también de Zweig, comentábamos el desafortunado evento de su suicidio. Lo hablábamos desde un punto de vista totalmente egocéntrico. Sabemos de la terrible sensación que tenía Stefan Zweig de pérdida del mundo que había conocido y amado, de la Europa abierta (con todos los problemas socioeconómicos y políticos, por supuesto) del periodo de entreguerras, pero hipotetizábamos con la posibilidad de que el bueno de Stefan hubiera aguantado la zozobra anímica aquel año 1942 en que decidió quitarse la vida junto con su compañera. ¡Qué espléndidos textos hubiera sido capaz de crear el vienés cuando, tras la derrota de la barbarie nazi, hubiera redefinido de nuevo Europa! Tal vez, de haber sobrevivido a la guerra (que en su caso estaba en su cabeza, recordemos que se había exiliado a Brasil al comienzo de la contienda) hubiera sido una de las voces más preclaras para analizar la derrota del totalitarismo (al menos el totalitarismo nacionalsocialista y el fascista, desgraciadamente no el comunista, que se prolongaría varios decenios más), y así haber ayudado a crear una Europa occidental más plural, más culta, más refinada... Lo hablábamos desde un punto egoísta porque hubiéramos disfrutado de su exquisita prosa unos cuantas décadas más, pues Zweig se suicidó con sesenta años, la madurez del escritor, quizá con muchos años de creación literaria por delante. En fin, una pena. Sin duda, Zweig sintió que esa Europa tolerante, plural, culta, refinada que él vivió en su ciudad tras la Gran Guerra (y que, no nos engañemos, no alcanzó a toda la sociedad, sino sólo a una élite cultural y económica) estaba siendo aniquilada a bombazo limpio, pues a fecha del 22 de febrero de 1942 las tropas nazis ocupaban ya la mayor parte del continente europeo y no parecían tener obstáculo hasta que llegara el famoso Desembarco de Normandía, el 6 de junio de 1944, que supuso el punto de inflexión de la guerra, al menos en el frente occidental. Si el vienés hubiese conseguido sobrellevar el desánimo hasta esa fecha del año 44, tal vez hubiéramos tenido a este gran intelectual europeo ayudando a reconstruir nuestro maltrecho continente.
En fin, volviendo ya a lo meramente literario, Viaje al pasado es más un relato que una novela breve. Contiene todos los temas propios de Zweig: la Europa destruida de la guerra, que destruye también las vidas de sus ciudadanos; la inevitabilidad del peso del pasado en nuestras vidas, por más que intentemos vivir en un presente continuado; los amores sutiles e imposibles, contra los que se conjuran las fuerzas sociales e individuales que tratan de destruirlos; las diferencias sociales que, aunque ya empiezan a estar de capa caída, siguen marcando la vida de los afectados; el amor que se impone como fuerza imbatible frente a la barbarie del mundo exterior... Pero como siempre, los argumentos y los temas son secundarios en Zweig, lo verdaderamente sublime es su capacidad de descripción de personajes, ambientes, pero sobre todo de sentimientos, ¡un verdadero maestro!
El argumento de Viaje al pasado, grosso modo, es el siguiente: un joven (en ningún momento, por cierto, se nombra a los protagonistas) de extracción social humilde pero de notable temperamento y capacidad de estudio, termina con grandes esfuerzos laborales sus estudios de Química en la Universidad de Viena. Consigue empleo en una empresa de importación de materias primas de América, demostrándose su gran valía en el desempeño de su labor profesional. Tanto es así, que uno de los consejeros de la empresa se fija en él para que sea su secretario personal. Tras unas reticencias iniciales, el joven accede a ese puesto y a vivir incluso en la pequeña mansión del consejero. Allí conocerá a su joven esposa de la que se enamorará perdidamente. Tras los tira y afloja habituales (que Zweig, claro, narra admirablemente) se establece la pareja extraconyugal. La mejora profesional del joven es tal que la empresa se fija en él para enviarlo a México para supervisar la extracción de cierta materia prima de gran importancia, todo un ascenso profesional. A pesar de la satisfacción por su mejora laboral, dicha función supondrá, claro, la separación de su amada, pero aún así accederá. Estando en América estallará la Guerra del 14, impidiendo la comunicación con Europa, y separándolo aún más de ella. Tanto será así, que intentará olvidarla y contraerá matrimonio con una joven de la alta sociedad mexicana, llegando a tener dos hijos con ella. Pero el amor antiguo subsiste, volviendo a Europa al terminar la guerra. Se encontrará de nuevo con su amante, pero, en una especie de escapada en tren a una ciudad turística alemana, ambos sentirán que tan sólo están tratando de revivir el pasado, algo que no es posible.
En fin, pero como decía antes, el argumento e incluso los temas son lo de menos, lo más importante es esa soberbia capacidad de Stefan Zweig de describir los sentimientos que por momentos atribulan o alegran o angustian a los personajes. El título queda perfectamente justificado en el texto, ya que finalmente ambos protagonistas sienten que están tratando de revivir el pasado, algo que no es más que una ficción, una falacia.



