sábado, 15 de marzo de 2025

"Viaje al pasado", de Stefan Zweig.

  Y siempre Stefan Zweig, uno de los escritores más talentosos del pasado siglo. Lamentablemente, se me va acabando la obra de Stefan Zweig, y toda vez que un servidor no es prono a releer, siento que voy perdiendo poco a poco la capacidad de disfrutar a uno de los grandes autores en lengua germana. En fin, el otro día, hablando con un amigo, gran admirador también de Zweig, comentábamos el desafortunado evento de su suicidio. Lo hablábamos desde un punto de vista totalmente egocéntrico. Sabemos de la terrible sensación que tenía Stefan Zweig de pérdida del mundo que había conocido y amado, de la Europa abierta (con todos los problemas socioeconómicos y políticos, por supuesto) del periodo de entreguerras, pero hipotetizábamos con la posibilidad de que el bueno de Stefan hubiera aguantado la zozobra anímica aquel año 1942 en que decidió quitarse la vida junto con su compañera. ¡Qué espléndidos textos hubiera sido capaz de crear el vienés cuando, tras la derrota de la barbarie nazi, hubiera redefinido de nuevo Europa! Tal vez, de haber sobrevivido a la guerra (que en su caso estaba en su cabeza, recordemos que se había exiliado a Brasil al comienzo de la contienda) hubiera sido una de las voces más preclaras para analizar la derrota del totalitarismo (al menos el totalitarismo nacionalsocialista y el fascista, desgraciadamente no el comunista, que se prolongaría varios decenios más), y así haber ayudado a crear una Europa occidental más plural, más culta, más refinada... Lo hablábamos desde un punto egoísta porque hubiéramos disfrutado de su exquisita prosa unos cuantas décadas más, pues Zweig se suicidó con sesenta años, la madurez del escritor, quizá con muchos años de creación literaria por delante. En fin, una pena. Sin duda, Zweig sintió que esa Europa tolerante, plural, culta, refinada que él vivió en su ciudad tras la Gran Guerra (y que, no nos engañemos, no alcanzó a toda la sociedad, sino sólo a una élite cultural y económica) estaba siendo aniquilada a bombazo limpio, pues a fecha del 22 de febrero de 1942 las tropas nazis ocupaban ya la mayor parte del continente europeo y no parecían tener obstáculo hasta que llegara el famoso Desembarco de Normandía, el 6 de junio de 1944, que supuso el punto de inflexión de la guerra, al menos en el frente occidental. Si el vienés hubiese conseguido sobrellevar el desánimo hasta esa fecha del año 44, tal vez hubiéramos tenido a este gran intelectual europeo ayudando a reconstruir nuestro maltrecho continente.
 En fin, volviendo ya a lo meramente literario, Viaje al pasado es más un relato que una novela breve. Contiene todos los temas propios de Zweig: la Europa destruida de la guerra, que destruye también las vidas de sus ciudadanos; la inevitabilidad del peso del pasado en nuestras vidas, por más que intentemos vivir en un presente continuado; los amores sutiles e imposibles, contra los que se conjuran las fuerzas sociales e individuales que tratan de destruirlos; las diferencias sociales que, aunque ya empiezan a estar de capa caída, siguen marcando la vida de los afectados; el amor que se impone como fuerza imbatible frente a la barbarie del mundo exterior... Pero como siempre, los argumentos y los temas son secundarios en Zweig, lo verdaderamente sublime es su capacidad de descripción de personajes, ambientes, pero sobre todo de sentimientos, ¡un verdadero maestro!
 El argumento de Viaje al pasado, grosso modo, es el siguiente: un joven (en ningún momento, por cierto, se nombra a los protagonistas) de extracción social humilde pero de notable temperamento y capacidad de estudio, termina con grandes esfuerzos laborales sus estudios de Química en la Universidad de Viena. Consigue empleo en una empresa de importación de materias primas de América, demostrándose su gran valía en el desempeño de su labor profesional. Tanto es así, que uno de los consejeros de la empresa se fija en él para que sea su secretario personal. Tras unas reticencias iniciales, el joven accede a ese puesto y a vivir incluso en la pequeña mansión del consejero. Allí conocerá a su joven esposa de la que se enamorará perdidamente. Tras los tira y afloja habituales (que Zweig, claro, narra admirablemente) se establece la pareja extraconyugal. La mejora profesional del joven es tal que la empresa se fija en él para enviarlo a México para supervisar la extracción de cierta materia prima de gran importancia, todo un ascenso profesional. A pesar de la satisfacción por su mejora laboral, dicha función supondrá, claro, la separación de su amada, pero aún así accederá. Estando en América estallará la Guerra del 14, impidiendo la comunicación con Europa, y separándolo aún más de ella. Tanto será así, que intentará olvidarla y contraerá matrimonio con una joven de la alta sociedad mexicana, llegando a tener dos hijos con ella. Pero el amor antiguo subsiste, volviendo a Europa al terminar la guerra. Se encontrará de nuevo con su amante, pero, en una especie de escapada en tren a una ciudad turística alemana, ambos sentirán que tan sólo están tratando de revivir el pasado, algo que no es posible.
 En fin, pero como decía antes, el argumento e incluso los temas son lo de menos, lo más importante es esa soberbia capacidad de Stefan Zweig de describir los sentimientos que por momentos atribulan o alegran o angustian a los personajes. El título queda perfectamente justificado en el texto, ya que finalmente ambos protagonistas sienten que están tratando de revivir el pasado, algo que no es más que una ficción, una falacia.

Undécimo concierto de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Saint-Saëns y Ravel.

  Ayer tocó compositores franceses, y especialmente relacionados, tanto en el plano profesional como en el personal. La OSCyL estuvo dirigida por Vasily Petrenko, quien lleva más de noventa conciertos al frente de la misma; la parte solista estuvo a cargo de la jovencísima pero talentosísima violinista María Dueñas, quien a sus veintidós años ha pasado ya de ser considerada niña prodigio a verdadera maestra y virtuosa.
 De Camille Saint-Saëns se programó el Concierto para violín nº3 en sí menor, op. 61 que el autor parisino compusiera para el violinista navarro Pablo Sarasate. La obra exige un virtuosismo inusual para el solista, con pasajes de enorme dificultad en sus tres movimientos. El intermedio, Andantino quasi allegretto, es el más reconocible de todos, con melodías melosas y acarameladas que hacen la delicia del público. La asombrosa pericia violinística de la granadina María Dueñas levantó al público del Miguel Delibes, "obligándola" a deleitarnos con dos bises. Es algo verdaderamente motivador ver a jóvenes y talentosos intérpretes como María ejercer su arte con tanto reconocimiento internacional, aunque la mayoría de la población nacional se idiotice con los medios de comunicación y las redes sociales.
 Tras el descanso, la obra de Maurice Ravel, Daphnis y Chloé. Aquí diré que, en mi humilde opinión, la OSCyL se equivoca al programar una obra que es música escénica para ser representada tan solo por la orquesta sinfónica. Por supuesto, el desempeño de la orquesta es excelente, pero pienso que Daphnis y Chloé fue pensada para acompañar al ballet correspondiente, no en vano el propio Ravel la subtituló como "Symphonie choréographique". Por mucho que la musicóloga Cristina Roldán afirme que "Ravel no quería que su música sirviese a la danza, sino que, por el contrario, fuese la coreografía la que se sometiese a su música", ayer se echó de menos a la otra parte de ese binomio que es toda obra escénica, en este caso, el ballet. Tampoco hubo coro mudo (coro de murmullos y vocalizaciones, sin texto), que el propio Ravel incluyó en su obra. Como consecuencia de estas ausencias, Daphnis y Chloé se hizo un tanto larga, con su casi una hora de interpretación, con momentos de gran brillantez, pero otros demasiado sutiles y anodinos porque están pensados para que acompañar a los bailarines. Así, se notó que el público por momentos se aburría con una obra representada a medias, por mucho que la orquesta diese el cien por cien de su talento. Como ya se sabe, Daphnis y Chloé se basa en el romance pastoril del autor griego Longo, del II siglo de nuestra era, en la que dos jóvenes que creen ser hermanos se enamoran uno del otro. Este amor imposible se complica con la intervención de terceras personas, como la prostituta que trata de seducir a Chloé, o unos piratas que secuestran a Daphnis. Todo se soluciona al final cuando se descubre que ambos jóvenes son adoptados por sus padres, no siendo hermanos y, por tanto, siendo posible su amor.
 En fin, con todo, un excelente concierto, una vez más. Los espectadores valoramos mucho más esta vez, al contrario de lo habitual, la primera parte, con la obra de Saint-Saëns y el virtuosismo de María Dueñas, quedando todo un poco más desleído con la obra de Ravel, que, a todas luces, pedía a gritos la participación de un ballet.