Ayer tocó compositores franceses, y especialmente relacionados, tanto en el plano profesional como en el personal. La OSCyL estuvo dirigida por Vasily Petrenko, quien lleva más de noventa conciertos al frente de la misma; la parte solista estuvo a cargo de la jovencísima pero talentosísima violinista María Dueñas, quien a sus veintidós años ha pasado ya de ser considerada niña prodigio a verdadera maestra y virtuosa.
De Camille Saint-Saëns se programó el Concierto para violín nº3 en sí menor, op. 61 que el autor parisino compusiera para el violinista navarro Pablo Sarasate. La obra exige un virtuosismo inusual para el solista, con pasajes de enorme dificultad en sus tres movimientos. El intermedio, Andantino quasi allegretto, es el más reconocible de todos, con melodías melosas y acarameladas que hacen la delicia del público. La asombrosa pericia violinística de la granadina María Dueñas levantó al público del Miguel Delibes, "obligándola" a deleitarnos con dos bises. Es algo verdaderamente motivador ver a jóvenes y talentosos intérpretes como María ejercer su arte con tanto reconocimiento internacional, aunque la mayoría de la población nacional se idiotice con los medios de comunicación y las redes sociales.
Tras el descanso, la obra de Maurice Ravel, Daphnis y Chloé. Aquí diré que, en mi humilde opinión, la OSCyL se equivoca al programar una obra que es música escénica para ser representada tan solo por la orquesta sinfónica. Por supuesto, el desempeño de la orquesta es excelente, pero pienso que Daphnis y Chloé fue pensada para acompañar al ballet correspondiente, no en vano el propio Ravel la subtituló como "Symphonie choréographique". Por mucho que la musicóloga Cristina Roldán afirme que "Ravel no quería que su música sirviese a la danza, sino que, por el contrario, fuese la coreografía la que se sometiese a su música", ayer se echó de menos a la otra parte de ese binomio que es toda obra escénica, en este caso, el ballet. Tampoco hubo coro mudo (coro de murmullos y vocalizaciones, sin texto), que el propio Ravel incluyó en su obra. Como consecuencia de estas ausencias, Daphnis y Chloé se hizo un tanto larga, con su casi una hora de interpretación, con momentos de gran brillantez, pero otros demasiado sutiles y anodinos porque están pensados para que acompañar a los bailarines. Así, se notó que el público por momentos se aburría con una obra representada a medias, por mucho que la orquesta diese el cien por cien de su talento. Como ya se sabe, Daphnis y Chloé se basa en el romance pastoril del autor griego Longo, del II siglo de nuestra era, en la que dos jóvenes que creen ser hermanos se enamoran uno del otro. Este amor imposible se complica con la intervención de terceras personas, como la prostituta que trata de seducir a Chloé, o unos piratas que secuestran a Daphnis. Todo se soluciona al final cuando se descubre que ambos jóvenes son adoptados por sus padres, no siendo hermanos y, por tanto, siendo posible su amor.
En fin, con todo, un excelente concierto, una vez más. Los espectadores valoramos mucho más esta vez, al contrario de lo habitual, la primera parte, con la obra de Saint-Saëns y el virtuosismo de María Dueñas, quedando todo un poco más desleído con la obra de Ravel, que, a todas luces, pedía a gritos la participación de un ballet.


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