Ayer la OSCyL no estuvo dirigida por Elim Chan, como anuncia el programa de mano, sino por el macaense Lio Kuokman; el solista invitado fue el pianista Javier Perianes.
El concierto abrió con una obra de la recientemente finada Sofiya Gubaidúlina, inspirada en un cuento infantil del checo Milos Macourek, El trocito de tiza. El relato gira en torno a un trozo de tiza escolar que, tras un uso intensivo, queda relegada en el bolsillo de un niño; pero cuando cree que todo ha acabado, el niño la usa para trazar en el suelo un bello dibujo infantil. Así, la obra de Gubaidúlina, Poema de cuento de hadas, trata de reflejar esos sentimientos de la tiza, el de satisfacción inicial por su función, el de tristeza por el abandono y el de felicidad suprema final. Digo que "trata" porque, a menos a un servidor, no le ha transmitido sentimiento alguno. De nuevo, se trata, en mi humilde opinión, de una obra de "música clásica contemporánea" que malgasta el potencial humano y artístico de toda una orquesta sinfónica. Es evidente el desempeño de los intérpretes y del propio director, a los que aplaudo sin reparo, pero no a la obra de la compositora, que no consigo comprender plenamente.
Porque, claro, uno acabaría con complejo de zote al escuchar a compositoras como Gubaidúlina, si no fuera porque, al continuar el concierto, se escucha a Chopin y a Stravinski. Todo cambia, o sea, que uno no debe ser tan torpe e ignorante cuando se consigue emocionar hasta poner el vello de punta con el polaco o el ruso.
De Chopin, la OSCyL interpretó el Concierto para piano nº1, obra sublime estrenada en 1830, cuando el genial compositor contaba veinte años de edad. Eso lo convierte en una obra de relativa juventud (teniendo en cuenta que Chopin fallecería de tuberculosis con sólo treinta y nueve años), por lo que, según los musicólogos no se aprecia la maestría que alcanzaría en sus últimos años. Lo cierto es que servidor sí identificaría esta obra como propia de Chopin en cuestión de minutos, especialmente por el segundo movimiento (Romanze - larghetto) que tiene uno de esos solos de piano que lo llevan a uno a un estado de melancolía y nostalgia carentes de pena que pocos compositores saben lograr. En ese movimiento (al igual que en los otros dos, claro) Perianes logra transmitir de una forma excelsa lo que la partitura propone. Para el bis, el gran pianista onubense eligió otra pieza de Chopin, llevando al auditorio a un entusiasmo que se materializó en una ovación en pie que duró varios minutos.
Para después del descanso se programó una obra de Stravinski, Petrushka, que también tuvo la aprobación general de público. Con todo, tuve la misma sensación que cuando se interpretó, semanas atrás, La consagración de la primavera, que, al ser obras escénicas, pensadas para ser acompañadas por un ballet, la genial música queda un poco carente de fuerza, concretamente de la fuerza que dan las imágenes de la danza. Por supuesto, Petrushka es una obra de digestión mucho más sencilla que La consagración de la primavera, que para aquellos que no estén familiarizados con su argumento puede parecer discordante en exceso; para aquellos familiarizados, por el contrario, entenderán que se está describiendo un ritual pagano que incluye sacrificios humanos, de ahí esas melodías tan estridentes. Pero no, Petrushka no es tan cruda como la anterior, es, en realidad, un triángulo amoroso entre marionetas, con lo que las melodías son mucho más amables, más convencionales e incluso populares, ya que Stravinski trata de describir una verbena en la semana del carnaval. De nuevo, sigo echando de menos el acompañamiento visual del ballet para el que esta obra fue compuesta.
En fin, otro concierto contrastante (¡caray, cómo repito esto!), tanto en estilos como en calidad.



