Anoche, la OSCyL estuvo dirigida por su batuta habitual, Thierry Fischer, mientras que la solista invitada fue la violinista rusa Alina Ibragimova. Doblemente tuvimos a Maurice Ravel, pues, además de sus Valses nobles y sentimentales, escuchamos la versión orquestada por el compositor francés de Cuadros de una exposición de Músorgski (la más habitualmente representada, grabada y escuchada); y para "rellenar" nada menos que el Concierto para violín y orquesta, opus 35 de Chaikovski.
Maurice Ravel ha pasado a la gloria musical por una obra tan apabullantemente rítmica como el Bolero; otras con una sensibilidad exquisitamente delicada, como la Pavana para una infanta difunta; o la compleja Daphnis y Chloé. Pero también como arreglista para grandes obras ajenas, especialmente orquestando piezas para piano, como la última representada hoy, Cuadros de una exposición. Lo cierto es que de las obras compuestas o arregladas por Ravel, las más representadas, mundialmente hablando, son, precisamente su Bolero y Cuadros de una exposición de Músorgski. No es frecuente que un compositor tan talentoso como Ravel sea también un gran arreglista y orquestador (sí, existe esta palabra, acabo de buscarla en el diccionario de la RAE), y quizás se explique porque una mente tan creativa como la suya no podía dejar de escuchar una gran pieza de otro compositor sin aportar su mejora. De hecho, obras como la escuchada hoy en primer lugar, Valses nobles y sentimentales, aunque sea totalmente suya, está inspirada en los valses de Franz Schubert, tomando alguna referencia reconocible, pero aportando la luminosidad tan impresionista que aportaba Ravel.
De Chaikovski, ¡qué decir! Cualquier obra menor está al nivel de las obras maestras de muchos. El Concierto para violín y orquesta en re mayor, opus 35 que hemos escuchado hoy podría ser una obra menor del genial y atribulado compositor ruso, quizá no alcance la fama de obras como El cascanueces, El lago de los cisnes, Eugenio Oneguin, la Obertura 1812, Romeo y Julieta o su Sexta sinfonía (patética), pero igualmente, los solos de violín son reconocibles por la inmensa mayoría de los melómanos, ya que son considerados como de extrema dificultad para el solista. Ayer, Alina Ibragimova cumplió sobradamente con esas exigencias, deleitando al público con su maestría, aunque no lo suficiente para interpretar un simple bis. Una cosa que voy descubriendo de Chaikovski es su tendencia a componer un penúltimo movimiento como clímax, con un poderoso tutti que acaba en un tremendo "chimpún" (perdón por la vulgaridad, pero así se entiende mejor), este movimiento podría muy bien ser el punto final, la guinda a la obra, pero no. Chaikovski incluye un último movimiento, más lento, que supone una suerte de anticlímax. Esto es observable en muy claramente en la Sinfonía patética, pero también en este Concierto para violín y orquesta, opus 35. Esto provoca, como mal menor, que en las salas de conciertos los oyentes no avisados prorrumpan en un caluroso aplauso antes de tiempo, cuando acaba el penúltimo movimiento, para luego, avergonzados, callar y esperar a que acabe la obra. En fin, peculiaridades de un genio como Chaikovski.
La obra de Chaikovski estaba al nivel de Cuadros de una exposición, más o menos, según gustos, por lo que aquello del "plato principal" que suelo decir en otros conciertos no estaba tan claro. Volviendo a Ravel, su orquestación de la obra de Músorgski sólo se puede considerar como un gran éxito, prueba de ello es que casi nunca se represente la versión pianística que compuso originalmente el ruso. Mientras estoy escribiendo esto, estoy escuchando precisamente la versión original, y tengo sentimientos encontrados. Por un lado creo que la versión de Músorsgki es suficientemente buena, que merece ser interpretada más a menudo, que tiene una belleza semejante a muchas obras de Debussy o incluso de Satie; pero, por otro lado, la orquestación de Ravel es muy respetuosa con el original para piano, añadiendo la fuerza irrefrenable de la orquesta sinfónica. No sé, se me ocurre que se podría interpretar en un mismo concierto las dos versiones, aunque fuera como experimento cultural. Ya de la obra en sí, sabemos que Modest Músorgski la compuso como respuesta a la inspiración que le provocaba la contemplación de los cuadros de su amigo el pintor Viktor Hartmann, concretamente diez cuadros, enlazados por un "paseo" (Promenade) entre uno y otro. Son, pues, verdaderos poemas sinfónicos que ponen música a imágenes pictóricas, y lo hacen tan bien, que uno puede imaginarse los cuadros sin verlos, imaginándose, por ejemplo, El viejo castillo, con su majestuosidad; El mercado de Limoges, con su trajín; los dos judíos, el opulento rico, Samuel Goldenberg, y el pedigüeño Schmuÿle; o la esplendorosa Gran puerta de Kiev.

