Gran novela de Lernet-Holenia. No tiene giros argumentales espectaculares del El barón Bagge, ni digresiones filosóficas como El conde Luna, las otras dos novelas que he leído del austriaco; de hecho, cabe decir que, en sentido estilístico, El estandarte es bastante clásica, muy lineal, tanto en el avance cronológico como en la ausencia de elementos mágicos o sobrenaturales (como en El conde Luna). Supongo que desde un punto de vista comercial se podría clasificar como "novela bélica" o "de aventuras", y, en mi opinión, quien así la clasificara se equivocaba de lado a lado. Porque El estandarte es una novela sutilmente antibelicista, en el sentido de que de forma implícita se denuncia la guerra como actividad brutal que destruye sociedades e individuos.
Es bien conocida la pléyade de escritores salidos de ese Imperio Austrohúngaro que periclitó en la Primera Guerra Mundial. Entre ellos están Stefan Zweig, Joseph Roth, Leo Perutz, Ödön von Horváth o el propio Lernet-Holenia; en todos ellos se aprecia esa nostalgia de un tiempo pasado mejor, más estable y, al menos para ellos, más favorable en lo económico. Y eso que había grandes diferencias entre ellos: de los judíos Zweig, Roth y Perutz (judíos desde un punto de vista étnico, no religioso ni cultural), al húngaro von Horváth o al noble austriaco Lernet-Holenia. Entre ellos, por cierto, hubo amistad e incluso colaboración profesional, y todos ellos perdieron personalmente con la desaparición del Imperio.
El estandarte narra la vida del alférez Menis, recién llegado al servicio activo cuando la guerra ya está casi perdida para los austriacos. Será destinado a Belgrado, donde conocerá y se enamorará de una joven dama de compañía de la archiduquesa, Resa Lang; con ella, a pesar de su condición de mujer, correrá bélicas aventuras. El alférez es asignado a un regimiento a las afueras de la capital serbia, con la intención de enfrentarse a las tropas aliadas, mezcla de franceses e ingleses que se aprestan a conquistar toda Serbia.
Lernet-Holenia narra de forma espléndida cómo el ejército austrohúngaro, reflejo del carácter multiétnico del Imperio, está ya en plena disolución, principalmente porque los componentes de origen no austriaco ni húngaro, es decir, los serbios, bosnios, ucranianos, polacos, checos, eslovacos, rumanos y demás no tenían la más mínima intención de derramar su propia sangre en beneficio del imperio de los Habsburgo. Así, la oficialidad está formada por esas dos etnias que mantenían la lealtad al emperador y la tropa por el resto de nacionalidades. Como consecuencia, cuando en el plano militar pintan bastos, se producen motines y deserciones masivas que acentúan la sensación de derrota. Tanto es así, que cuando el regimiento de Menis está para cruzar el puente de pontones que atraviesa el Danubio, la tropa se amotina, y los oficiales, tras varias advertencias, acaban por disparar contra sus propios soldados.
En esas circunstancias, el alférez Menis se convierte en portaestandarte del regimiento, algo que para un joven de veintipocos años supone un honor extraordinario. Cuando las cosas se pongan especialmente mal, el alférez guardará el estandarte, separado del asta, entre sus ropajes. El estandarte es, claro está, el símbolo del país que desaparece, también de cambio de vida y de mentalidad.
Ya en Belgrado, Menis y otros pocos oficiales se encontrarán con Resa, pero están rodeados de enemigos, concretamente ingleses, que ya han tomado la ciudad. Desde la fortaleza de la ciudad conseguirán salir a través de sótanos y pasadizos ancestrales hasta llegar a la orilla del Danubio. Conseguir cruzar el gran río hasta la orilla libre de enemigos constituirá otra aventura en sí misma. De esa orilla, hasta Viena, viajando en trenes atestados, con controles de soldados amotinados, con escaramuzas que provocarán la muerte de alguno de los protagonistas...
En Viena, la situación no es mejor. Se describe la caída del Imperio en todos los estamentos sociales, incluso la familia imperial, que ya ha eximido a sus súbditos del juramento de lealtad prestado, está para huir del país (Carlos I de Austria y IV de Hungría, el último emperador, se exiliaría en Suiza y moriría en 1922 en Madeira, a los 34 años, de una neumonía). En plena disolución y desbandada, los oficiales están quemando todas las banderas y estandartes en los patios del palacio de Schönnbrunn. Menis arroja en la pira el estandarte de su regimiento, que lo acompañó en las últimas semanas dentro de su casaca. La quema de los estandartes es otro símbolo de la desaparición del país y de sus sociedades.
Todo esto es narrado con un ritmo frenético, reforzando la idea de precariedad y de cambios sin posibilidad de reversión, por eso, como decía antes, podría ser catalogada como "novela de aventuras", pero sabiendo la importancia personal y social que tuvo en estos escritores la caída del Imperio Austrohúngaro, hay una lectura social más interesante, al menos por sus consecuencias literarias.

