domingo, 23 de marzo de 2025

Decimosegundo concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Smetana, Kilar y Dvorák.

  El concierto de ayer fue dirigido por la batuta del polaco Krzysztof Urbánski, joven pero talentoso director de abultado currículum. El programa no podía ser más conocido y aclamado, con El Moldava de Smetana y la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák, aunque, eso sí, incluía la sorpresa no especialmente agradable de la obra de Kilar, Krzesany, en la que se incluía a numerosos niños vestidos con coloridas camisetas y que, al final de la obra, agitaron con donosura y excitación unos cascabeles. En fin, son los tiempos que corren...
 Cuando un servidor no peinaba canas sino que era un tímido adolescente apabullado por su familia y el conjunto de la sociedad que lo rodeaba empecé a encontrar en la música una suerte de bálsamo calmante que me permitía lamerme las heridas y continuar adelante, eso sí, con una muesca más en mi mortificada alma. Y de toda la música que escuchaba, mucha de ella, música pop, me deleitaba también con los poemas sinfónicos. Para un chico de no más de doce o trece años, los poemas sinfónicos eran un pedazo de música perfectamente comprensible, que le abrían los ojos a los misterios de la música culta que, de otra forma, permanecían inalcanzados. Creo que ya conté que uno de los poemas sinfónicos que más me gustaron fue el Preludio a la siesta de un fauno de Debussy, y que me llevó a comprar un CD, uno de los primeros discos de música culta que compré en mi vida; pues bien, el segundo poema sinfónico que disfruté en aquella primavera de mi vida fue El Moldava de Bedrich Smetana. Como decía, los poemas sinfónicos son especialmente comprensibles para alguien sin formación musical, en el caso de El Moldava es evidente que narra la corriente del río homónimo, desde que es un pequeño arroyo hasta que, grandioso ya, desagua al río Elba, pasando junto a una cacería en el bosque, una boda campesina o unos rápidos. La música de Smetana (como todos los buenos poemas sinfónicos) es especialmente obvia y apropiada para describir con sencillez pero también con efectividad todos estos momentos. Así pues, debo mucho a Smetana y a Debussy, pues ambos me hicieron melómano de por vida. Bien, en el concierto de ayer de la OSCyL pude rememorar aquella lejana etapa de mi vida, y de los centenares de veces que escuché el bellísimo poema sinfónico nº2 del ciclo Má Vlast, es decir, El Moldava.
 Luego tocó el contrapunto (al menos en el ámbito de la fama, y también, ahora que no me escucha nadie, de la calidad) con la obra del polaco contemporáneo Wojciech Kilar, con una obra casi desconocida, Krzesany, que está a medio camino entre la atonalidad y la música tonal. Es una obra que sorprende por su agresividad, por su disonancia, haciéndose difícil de escuchar, sobre todo después de haber escuchado las dulces melodías de El Moldava. Parece ser que el compositor polaco ideó esta obra asistiendo a una corrida de toros en España, quizá de ahí proviene la violencia musical. Además, detrás de la orquesta se situaron un sinnúmero de pequeñas criaturas humanas, con camisetas rojas, verdes, azules, amarillas, naranjas... que pertenecían a un proyecto socioeducativo de la OSCyL y del Centro Cultural Miguel Delibes. Todo muy loable y digno de admiración, pero, perdón por mi egocentrismo, no creo que apeteciera a nadie ni la obra del compositor polaco ni los coloridos niños con sus divertidos cascabeles. En fin, pido perdón por mis rarezas...
  Después del descanso, otra de las obras claves que todo el mundo aprecia, valora y disfruta: la Sinfonía nº9 en mí menor, op. 95, "Del Nuevo Mundo" de Antonín Dvorák. La Sinfonía del Nuevo Mundo es una de esas obras geniales que lo tienen todo: movimientos  vivaces en los que muchos espectadores menean el puño cual directores particulares, movimientos de adagios melosos que enamoran al más bruto, melodías memorables que todos reconocen... Es una obra estrella de la música clásica que habría que incluir en un hipotético catálogo de las obras más escuchadas y admiradas de la música culta. Cuentan los musicólogos que la vida de Dvorák no fue todo lo exitosa que uno esperaría de alguien con su enorme talento, y más por cuestiones de índole político y social que otra cosa. Dvorák pertenecía a una familia "checoparlante" en ese país tan heterogéneo, mezcla de decenas de lenguas, nacionalidades y religiones que fue el Imperio Austrohúngaro. Su música tenía un evidente componente nacionalista (en el mejor sentido, el cultural) bohemio o checo, que no encajaba bien con la nacionalidad austriaca de habla alemana que dominaba la parte norte del Imperio. Y cuentan también los musicólogos que Dvorák viajó a Estados Unidos y se encontró con un país entonces nuevo que no le importaban las estupideces nacionalistas de la vieja Europa, y que admiraban la calidad musical (hablo de las clases educadas, claro) sin pensar si el compositor era checo, austriaco, bohemio o cheroqui. Es decir, que el bueno de Dvorák fue tratado como deben ser los compositores, en función de la calidad de su música y no que hable una u otra lengua. Además, parece ser que Dvorák, amante de la naturaleza disfrutó enormemente con la contemplación de los bellos paisajes de los parques naturales de Yellowstone y Yosemite. Bueno, lo cierto es que, sea como sea, la Sinfonía del Nuevo Mundo es una obra optimista, alegre, desenfadada y a la vez enérgica y rotunda, la obra de un hombre que está en sintonía con su vida y el mundo que lo rodea, algo que, por lo visto, no conseguía sentir en su país.
 La Sinfonía nº 9 está dividida en cuatro movimientos, los dos primeros de gran dinamismo y vitalidad, Allegro molto y Allegro con fuoco que por si solos levantan al público de sus butacas; combinados con los dos intermedios, Largo y el Scherzo que contienen esas melodías melosas y amables que lo  reconcilian a uno con la vida y con la música. Ya digo, es una obra de la que todo el mundo, aunque no disfrute de la música culta, ha escuchado alguna vez, pues se ha utilizado en multitud de películas, programas de televisión, anuncios o incluso videojuegos. Es una obra genial, ya digo, que entusiasma al más frío. La OSCyL, perfectamente dirigida por Urbánski estuvo a la altura de tan insigne obra, ejecutando una interpretación francamente memorable que llevó al respetable a una ovación en pie que duró varios minutos.