En este pequeño volumen de Alianza editorial se incluyen tres relatos, dos de juventud (1848 y 49, cuando el autor contaba con menos de treinta años) y uno de madurez (1862, con más de cuarenta años), que aunque parezca que no hay tanta distancia sí que la hay, sobre todo porque los dos primeros, Noches blancas y El pequeño héroe, son novelas de un romanticismo muy clásico, con un punto de ingenuidad muy común en los escritores de la época; mientras que Un episodio vergonzoso contiene ya la acerba crítica social tan característica del Dostoyevski maduro.
Noches blancas podría haber sido escrita por un Larra o un Espronceda, en el sentido de que es un relato de un romanticismo casi infantil, en el que amores apasionados de jóvenes arrebatados no se materializan y provocan sentimientos de desesperación cuasi suicidas. En esencia el argumento es el que sigue: un joven se enamora de una chica a la que conoce accidentalmente. Ésta le dice que está enamorada de otro que no la corresponde, sino que rehúye su compañía. El mozo, a pesar de estar perdidamente enamorado de ella, urde un plan para que su pretendiente le dé el tratamiento que ella demanda. Tras varios tira y afloja, cuando ya parece claro que no hay nada que hacer, el joven alcahuete abre su corazón y le promete amor eterno. Sí, y en ese crucial momento, aparece el otro, ella se desembaraza de nuestro protagonista y se enlaza con el primero. En fin, una historia de amor propia más de quinceañeros que de personas maduras. Desde un punto de vista estilístico, ya se aprecia la asombrosa capacidad de descripción de personajes de Dostoyevski, el cambio de opinión, la evolución del pensamiento... El ruso es tan extraordinario en este sentido, que convierte al lector en confidente del personaje.
El pequeño héroe es otro relato de sentimientos arrebatados. Aquí es un chico de once años que, con las hormonas ya empezando a desbocarse, se enamora de una dama, la cual juega públicamente con sus emociones. Espoleado por ello, el chaval comete una estupidez que acaba resultando una heroicidad, montar un caballo bravo que había desmontado ya a diestros jinetes.
Pero en Un episodio vergonzoso, ya digo, está esa crítica social que denuncia la hipocresía, la falsedad y la mentalidad estrecha que es común a toda sociedad humana. Si los dos primeros relatos son demasiado ingenuos, éste es mucho más maduro, y, como digo, puede estar ambientado en la Rusia del XIX o en la España del XXI o en cualquier otro país y momento temporal. El argumento, grosso modo, es el que sigue: un alto funcionario ruso discute con sus iguales la gran ventaja que traerá la emancipación de los siervos recién aprobada, y cómo el humanitarismo para con los más desfavorecidos provocará avances nunca vistos en el gran país europeo. De camino a su casa, el funcionario topa con la boda de un subordinado. Éste es uno de los empleados de grado ínfimo, que cobran sueldos de miseria. En su melopea decide entrar a la celebración para confraternizar con los pobres. El impacto que su mera presencia provoca en los asistentes a la boda ya es en sí mismo perturbador, pero, además, como no se encuentra a gusto entre gente de tan bajo extracto social, empieza a beber sin medida. Como consecuencia, en seguida se encuentra tan indispuesto que la familia del subordinado tiene que suspender la boda y acostar al inesperado huésped, pero como son tan pobres, la única cama que tienen es la que debía servir como lecho nupcial, y a ella llevan al alto funcionario, mientras que los novios han de apañarse con un colchón malamente colocado sobre unas cuantas sillas. La idea de amistarse con su subordinado deviene, pues, en un desastre absoluto, arruinando por completo la boda. Es, claro, un reproche de la moralidad pequeñoburguesa que dominaba el siglo XIX, supongo que en tiempos comunistas el relato sería elogiado precisamente por ello, pero lo cierto es que el texto es atemporal, pues pone en solfa ese afán buenista que no es sino hipocresía disfrazada de progresismo.

