miércoles, 26 de marzo de 2025

"Siete años en el Tíbet", de Heinrich Harrer.

  Tras los Zweig (tanto Arnold como Stefan), Calvino o Modiano, leo algo más ligero, un libro de viajes, uno de los más famosos, especialmente en Austria y los países de habla germana. Su autor, Heinrich Harrer, pasó en pocos decenios de gran héroe patrio, capaz de notables hazañas deportivas, brillante documentalista de una de las regiones menos conocidas del planeta a ser un canalla, amigo personal de Heinrich Himmler y perteneciente a la organización humana más brutal de la historia reciente de Europa, las SS.
 Y es que nadie es bueno ni malo, todos tenemos defectos y virtudes, y elevar a las alturas a un hijo de Adán tiene efectos secundarios seguros, cuando se demuestra que también en él se encuentra la mácula perniciosa. 
 Heinrich Harrer fue un famoso alpinista austriaco de la década de los años treinta del siglo pasado. A sus hazañas en Europa se iban a sumar otras en Asia, concretamente en el Himalaya, pero se cruzó la guerra y todo se demoró, como dice el título de la novela, siete años. Siete años viviendo en el Tíbet, en aquella época, país independiente, que luego sería conquistado manu militari por la China comunista. Harrer escribió este libro ya en los años cincuenta, cuando no sólo se había reducido a polvo y escombros el Tercer Reich, sino que se había sacado a la luz pública las barbaridades cometidas por Hitler y sus secuaces. En el texto, Harrer escamotea hábilmente la fuente de financiación de su expedición al Himalaya, abrigándose al socaire del romanticismo deportivo y el interés cultural y etnográfico, cuando es de todos conocido que en la paranoia racista nazi se buscaba un origen cuasi divino a la raza aria, especialmente en los lugares más alejados del globo. Vamos, que Heinrich Himmler en persona (uno de los personajes más terribles del pasado siglo, líder de las SS y artífice directo del Holocausto) encargó a unos afamados alpinistas, entre ellos, Harrer, alcanzar el Himalaya y entrar en contacto con la población tibetana, nepalí y mongol, regándoles con ingentes cantidades de dinero. Harrer se excusó diciendo que habría aceptado dinero de quien fuera para poder escalar, pero lo cierto es que Himmler no le encargó escalar, sino, como digo, estudiar esas poblaciones humanas, lo que hizo, aunque de forma más complicada y trastabillada de lo planeado.
 Desde el punto de vista formal, Siete años en el Tíbet es pura literatura de viajes, es decir, es una prosa ligera, sin florituras semánticas, no hay apenas frases subordinadas, escasa adjetivación... Se lee, por tanto, rápido, dejando un regusto un tanto infantiloide.
 El argumento ya es sabido: una expedición de alpinistas austriacos (Harrer en todo momento se reconoce alemán, esto también tiene un sesgo político) tiene como finalidad alcanzar el Himalaya (nunca se dice que pico quieren conquistar, probablemente porque nunca se intentaría ninguno), pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial los detiene en India, en aquel momento bajo administración británica, por lo que son detenidos y encerrados en un campo de concentración (el autor reconoce que el trato recibido en el campo de concentración por sus captores británicos es exquisito en todos los sentidos). Aquí haré un inciso para plantear una duda: ¿fue la expedición detenida simplemente por ser ciudadanos alemanes o porque eran miembros de las SS y tener incluso documentos y cartas de de recomendación del propio Himmler? El texto no aclara nada de esto. Bueno, en todo caso y a pesar del buen trato que reciben los prisioneros, éstos deciden escapar, y tras tres o cuatro intentos lo consiguen. Pero están en el norte de la India, y para llegar a Tíbet, país neutral e independiente en la época, han de recorrer más de dos mil quinientos kilómetros a pie por zona de alta montaña, por senderos agrestes, sin apoyo alguno, escondiéndose de sus perseguidores y consiguiendo alimentos de forma precaria. Una verdadera odisea, vamos. Meses después, extenuados, habiendo enfermado de gravedad varias veces, emaciados hasta la caquexia llegan a Lhasa, la capital de Tíbet. Allí, sin embargo, son bienvenidos, tratados incluso con deferencia, tanto que Heinrich Harrer acaba siendo preceptor del joven Dalai Lama. Las vivencias del austriaco con los tibetanos, el descubrimiento de su cultura, tradiciones y costumbres supone el corpus principal del libro. Al final del mismo, tratado de forma somera, se narra la invasión militar China y la destrucción de la cultura tibetana.
 En fin, la novela, ya digo, no está mal, es el típico libro de viajes, ligerito y entretenido, al que no se puede pedir gran cosa. No voy a ocultar que las peripecias del tal Harrer se pusieron de moda a finales de los noventa con la película homónima dirigida por Jean-Jacques Annaud y protagonizada por un famoso actor estadounidense al que no nombraré en este blog. La película tiene, en el argumento general, muchas semejanzas con el libro, pero también diferencias, como es el hecho de narrar la invasión china con un detalle extremo, destacando la brutalidad de los militares chinos, aspecto que en ningún momento se refiere en la novela.