sábado, 29 de marzo de 2025

"El barón Bagge", de Alexander Lernet-Holenia.

  Se dice que no debe juzgarse un libro por su portada, pero en realidad no debería juzgarse un libro hasta leer el punto final. Porque si no se corre el riesgo de lo que ha estado a punto de pasarme a mí con esta novela breve de Lernet-Holenia. Advierto a algún posible lector de este humilde blog que en las próximas líneas desvelaré y destriparé la novela en cuestión, si alguien piensa leerla, ya sabe...
 Me habían recomendado también a este autor que yo, en mi supina ignorancia, desconocía. Saqué este relato de la biblioteca con afán de ver si este tipo de aspecto desgarbado y aristocrático tenía algo que contar. De momento, tras haberlo leído, creo que seguiré indagando en su prosa, que sin ser brillante no es mala.
El barón Bagge es una novela sobre la guerra, concretamente la Primera Guerra Mundial, contienda en la que el propio Lernet-Holenia participó. En ella, contado en primera persona, el barón Bagge, a la sazón teniente del ejército austro-húngaro, se encuentra en un batallón que ha de enfrentarse a las fuerzas rusas en un territorio con nombres de resonancias magiares. En ese batallón, su comandante, el capitán Semler, parece un fanático en búsqueda desesperada de combate y medallas, mientras que el propio Bagge y otros dos oficiales optan por posturas más prudentes. Sea como fuere, no pueden desobedecer al capitán y se aprestan a buscar al enemigo. Al atravesar el río Ondava (afluente el Tisza, afluente a su vez del Danubio), en un desfiladero, caen lo que parecen ser unas piedras que alcanzan, aunque sin gran peligrosidad a la tropa y al propio barón (éste es un detalle importante, aunque no se entienda hasta el final de la novela). El batallón, no obstante sigue adelante y llega a una localidad de nombre húngaro, allí se acantonan, y, comienza el recuerdo del barón acerca de una familia que conoció en su infancia. Por ver si la encuentra, Bagge va en su busca, encontrándose, no sólo con esa familia, sino con la hija más joven de la misma, que se enamora de él. En apenas unos días, Bagge y la joven vivirán un tórrido romance y decidirán casarse antes de que el batallón tenga que reemprender la marcha. Así sucede todo, y el batallón comienza el rastreo del enemigo ruso. Los rusos aparecen. Se plantea la batalla. En medio de la refriega, el teniente es herido, recordando entre delirios cómo un par de soldados a su mando lo recogen del suelo y lo llevan a la retaguardia. Días después, Bagge despierta en un hospital, recuerda todo y todo se aclara. En realidad, cuando cruzaban el río Ondava, lo que creyeron que eran piedras que caían del desfiladero eran proyectiles de los rusos, que lo hirieron y, poco después, aniquilarían a todo el batallón, capitán y resto de oficiales incluidos. Bagge pudo ser puesto a salvo y llevado al hospital. Por tanto, toda la historia de la entrada en la ciudad húngara, la búsqueda de la familia que lo conocía, el romance con la hija más joven y su boda no fueron sino los delirios de la fiebre en el hospital. Poco después, ya recuperado, el teniente Bagge viaja a esa ciudad para conocer que la familia había sido asesinada, la joven incluida, años antes de aquel presente. 
 En esencia, ése es el argumento. Hasta casi el final de la novela, ésta es insatisfactoria, pues narra un momento de la Guerra del Catorce sin que parezca nada interesante: no es antibelicista, tampoco de corte nacionalista o patriotero, no tiene nada, en realidad. Pero he ahí ese extraordinario giro argumental que da sentido a todo lo anterior, que supone una grata sorpresa para este lector, que ya temía haberse equivocado con el autor. . Seguiré leyendo a Lernet-Holenia.

Decimotercer concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Martínez Burgos, Beethoven y Brahms.

  La OSCyL estuvo ayer conducida por el director cántabro Jaime Martín, mientras que el interprete solista fue el pianista polaco Piotr Anderszewski. 
 Para abrir boca (poco, la verdad) se interpretó la obra Liminalis del compositor madrileño Manuel Martínez Burgos. Esta obra fue ideada, al parecer, para septeto (contrabajo, chelo, viola, violín, clarinete, fagot y trompa), luego adaptado por el autor (un tipo de exactamente la misma edad de quien esto escribe) para orquesta de cámara de dieciocho intérpretes, y finalmente, encargo de la OSCyL, para una orquesta sinfónica completa. No quiero ser injusto, pero es una de las obras más anodinas que he escuchado. Entiendo que componer música culta en los zafios tiempos que corren, salvo que sea para bandas sonoras de películas, debe ser toda una heroicidad, pero hay muchas calidades. La obra de Martínez Burgos deja absolutamente indiferente, no es que esté mal, pero no se encuentra ni una sola melodía que sea memorable. Precisamente, dice la musicóloga Raquel Aller que "el compositor recurre a procedimientos de difuminación del sonido que crean un atmósfera sonora llena de magia"; yo, la verdad, no sentí la magia por ningún lado. Por otro lado, el propio autor asevera: "Liminalis explora esta idea de existencia en el umbral, de ambigüedad y desorientación"; sí, así me quedé yo, desorientado. En fin, no fui yo el único que quedó un tanto decepcionado, la ovación del respetable más parecía por obligación que por gusto, aun cuando el autor estaba en la sala y subió a saludar.
 Pero luego todo mejoró. Y es que con Beethoven y Brahms, un Martínez Burgos... En fin, las comparaciones son odiosas. De Beethoven se interpretó el Concierto para piano y orquesta nº1 en do mayor, opus 15, una pieza maravillosa de la cual el genial sordo no llegaba a estar plenamente orgulloso, según se dice. Pertenece este concierto al primer periodo del compositor de Bonn, aquél en el que las líneas clasicistas todavía se imponen, tanto en la forma, en este caso con los tres movimientos típicos del concierto; como en la melodía, con frases claras y equilibradas; y en la armonía, con una tonalidad plenamente concordante. Vamos, el abc de la música clásica. Y es, para el oyente con sensibilidad, una pequeña maravilla (digo pequeña para diferenciarla de las grandes maravillas sinfónicas del mismo autor, claro). El virtuosismo del pianista polaco, Piotr Anderszewski, encajó perfectamente con la obra, dándole al conjunto esa sensación tan agradable que permite al espectador "sentirse como en casa" con las amables melodías clasicistas.
 Pero tras el descanso esa armonía clasicista se rompe (tan solo un poco, respetando las normas del buen gusto, claro) con la Sinfonía nº2 en re mayor, opus 73 de Johannes Brahms. Sí, quizás lo que acabo de decir es un tanto exagerado, toda vez que Brahms, por mucho que sea un compositor claramente romántico, perteneció a ese grupo más conservador, más apegado a las normas clasicistas, y, por supuesto, fue un gran admirador de Beethoven. A diferencia, ya sabemos, de otros compositores románticos que rompieron el formalismo clasicista, como Liszt o el propio Wagner. De hecho, la Sinfonía nº2  de Brahms mantiene los cuatro movimientos clásicos, con el contraste rítmico marcado entre ellos. Eso así, se aprecia esa ruptura de formas, esas melodías más expresivas, los contrastes más dinámicos que ya son propios del Romanticismo musical. Lo que ocurre es que cuando un servidor piensa (y escucha) en sinfonías, no puede olvidar las nada menos que ciento seis sinfonías de Joseph Haydn o las nueve maravillas geniales de Beethoven, mientras que éstas de Brahms quedan un tanto desdibujadas. Lamentablemente, tendemos a escuchar las obras más señeras de cada compositor, algo humanamente comprensible, y en el caso de Johannes Brahms no podemos olvidar las Danzas húngaras o el Réquiem alemán, e incluso entre sus sinfonías son mucho más recordadas las Nº1 y Nº4, que la Nº2. De nuevo, la musicóloga Raquel Aller, en el programa de mano del concierto de anoche, afirmaba que "fue escrita entre los meses de junio y octubre de 1877, durante una estancia estival en Pörtschach am Wörthersee, a los pies de un bonito lago en los Alpes austríacos. Este entorno relajado y rodeado de un bello paisaje encaja perfectamente con la descripción que tradicionalmente se ha hecho de esta sinfonía, de la que se ha resaltado su carácter pastora, comparándola incluso con la Sexta sinfonía de Beethoven". Bueno, me parece un tanto desproporcionado comparar la Sinfonía nº2 de Brahms con la Sexta  de Beethoven, yo, en realidad, no he visto ese aspecto beneficioso de la naturaleza en la obra de Brahms, mientras que en la de Beethoven es evidente en todo momento. Hay que entender, eso sí, que siendo una sinfonía romántica tenga una expresividad mucho mayor que si fuera del periodo clásico, con lo que tendemos a buscar explicaciones que no siempre se ajustan a la realidad. En todo caso, la obra de Brahms y su excelente interpretación por la OSCyL, dirigida por Jaime Martín, dejó un más que exquisito sabor de boca en el Auditorio Miguel Delibes en el día de ayer.
 En fin, otro concierto más de la temporada de la OSCyL, con su calidad excelsa habitual. Ya más de dos terceras partes de la misma recorrida. Nos acercamos ya a la interpretación de la Sexta sinfonía de Beethoven (que será, D.M. el próximo día 12 de abril). ¡Qué ganas!