sábado, 10 de mayo de 2025

"Los cuatro jinetes del Apocalipsis", de Vicente Blasco Ibáñez.

  Leí a Blasco Ibáñez en mi primera juventud, tal vez con diecinueve o veinte años, quizá demasiado joven. Recuerdo bien Entre naranjos y Cañas y barro. No me gustaron mucho. Me pareció demasiado tétrico y sórdidas las vidas de aquellos valencianos, ya fueran de clase alta, como en la primera novela citada, o de clase baja, como en la segunda. Ese costumbrismo realista con tintes tremendistas no encajaba bien a la edad tenía en aquel entonces. Sin embargo, sí recuerdo una calidad evidente en la descripción de personajes y paisajes, así como en la narración de vidas más o menos sencillas. Ahora he leído Los cuatro jinetes del Apocalipsis, novela que no tiene que nada que ver con su Valencia natal (está ambientada en Argentina, París y la ficticia localidad de Villeblanche, a orillas del Marne), pero sí contiene un cierto tremendismo. Es, claramente, una novela antibelicista, toda vez que muestra el salvajismo, la barbarie y la sinrazón de la guerra en toda su crudeza. Tal vez no haya una condena explícita de la guerra, pero el hecho de no escatimar la más mínima descripción de los asesinatos, desmembramientos, agonías y brutalidades que se producen en la batalla lleva a cualquier alma sensata y sensible (aquí está quizá el problema, que éstas son minoría en la humanidad) a aborrecer el belicismo.
 El argumento que pergeña Blasco Ibáñez para denunciar el militarismo y la guerra es muy sencillo pero eficaz: la lucha fratricida que es todo conflicto armado particularizado en una misma familia, los Desnoyers-Hartrott. A partir de un emigrante español, Madariaga, se inicia la infeliz familia. Éste tendrá dos hijas que casarán con sendos emigrantes, uno francés, Desnoyers, y otro alemán, Hartrott. Los hijos de éstos, nietos, por tanto, del español, se acabarán enfrentando y matando en las trincheras franco-prusianas en la Primera Guerra Mundial. Pero el autor se fija principalmente en la rama francesa de la familia, encabezada por Marcelo Desnoyers, el emigrante francés que casará en Argentina con una de las hijas de Madariaga. Marcelo volverá a su país en los inicios de la contienda y será protagonista destacado cuando, viviendo en su castillo de Villeblanche, a orillas del río Marne, se convierta en rehén de las tropas prusianas. El hijo de Marcelo, Julio, argentino de nacimiento, también volverá al país de origen paterno, pero con finalidad muy distinta, para vivir la vida bohemia y juerguista de París, hasta que, ya bien mediada la guerra, se alistará y acabará muriendo en una cenagosa trinchera.
 La narración es lenta, prolija a veces por la cantidad de detalles personales que se aportan, algunos de los cuales no son imprescindibles para narrar la trama. Se puede percibir altibajos en la calidad de la novela. Ésta está dividida en tres partes, con cinco capítulos cada una de ellas; los capítulos finales de cada parte son, sin duda, los mejores, en ellos se resume lo ocurrido en los anteriores y se utiliza a un personaje para dar lo que probablemente sea la opinión del autor. Uno de esos personajes secundarios de gran aprovechamiento es el ruso Tchernoff, vecino de Julio Desnoyers en París, que, con la mente fría, hace el análisis más certero de la impiedad humana, así como del origen de la violencia en los distintos países en contienda, especialmente de Prusia. El último capítulo de la novela es casi un epítome de la misma, pues, ante la tumba de su hijo Julio y la de cientos de jóvenes franceses, Marcelo Desnoyers repudia la bestialidad de la guerra que ha destruido la familia.
 Es una gran novela, furibundamente antibelicista a través de la descripción cruda de la barbarie, tanto que para una sensibilidad refinada como la del que esto escribe supone un golpe duro, brutal. Buscaré horizontes más amables en un futuro próximo.

Decimoquinto concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por Pierre Bleuse. Obras de Chaikovski y Bohuslav Martinu.

  Ayer fue el día de Chaikovski en el Auditorio Miguel Delibes. Tal vez fue para celebrar el ochenta y cinco aniversario de su nacimiento (el 7 de mayo de 1840), o quizá porque siempre es buen momento para que una orquesta sinfónica represente sus obras. Lo cierto es que comenzó el concierto con la obertura de Romeo y Julieta y terminó con la Sinfonía nº6, "Patética", dos obras cumbre del atribulado compositor ruso. Es por ello que la obra del compositor búlgaro Bohuslav Martinu quedó un tanto desleída entre tan magnas creaciones. El director de ayer no fue el habitual, sino el francés Pierre Bleuse, mientras que el solista invitado fue el oboísta granadino Ramón Ortega Quero.
 Chaikovski compuso su Romeo y Julieta inspirándose en la tragedia de Shakespeare, construyendo una obra de un dramatismo y una emotividad extraordinarias. En verdad, cuando una orquesta sinfónica alcanza su clímax es con una sinfonía del periodo Romántico, cuando más músicos hay en su formación y más contrastantes son sus melodías y ritmos. La obertura-fantasía de Romeo y Julieta es un ejemplo claro, con melodías melosas de gran belleza contrastando con enérgicas y apabullantes frases musicales. Es otra de esas obras que casi todo el mundo, incluso los que jamás escucharon música culta, recuerdan haber tarareado alguna vez. La obertura acaba tras un clímax marcado por el redoble de los timbales, acabando así abruptamente, recordando la trágica muerte de los dos amantes.
 Y, como antes decía, entre Chaikovski y Chaikovski tocó Martinu. Y, claro, resulta un poco injusto meter una pequeña obra (el Concierto para oboe y pequeña orquesta) entre dos producciones de la calidad de Chaikovski. Además, el concierto de Bohuslav Martinu, en mi humilde opinión, peca de una cierta pusilanimidad, pues no contiene ni frases musicales potentes ni especialmente bellas. El desempeño del oboísta Ramón Ortega fue el correcto para una obra que no exigía excesivos virtuosismos.
 Pero después del descanso, mis queridos amigos, volvió Chaikovski con una de sus obras más celebradas y excepcionales, la Sinfonía nº6, la Sinfonía patética, vamos. Parece ser que el propio compositor no estaba muy satisfecho con ese sobrenombre, propuesto por su hermano Modest, pero lo cierto es que ha calado hasta la actualidad. En todo caso, con el diccionario de la RAE en la mano, patético se define como "que conmueve profundamente o causa un gran dolor o tristeza". Bueno, pues me quedo con la primera parte, pues está claro que la Sinfonía patética de Chaikovski conmueve profundamente. Está, como toda sinfonía romántica, dividida en cuatro movimientos: el primero, Adagio- Allegro ma non troppo tiene un solo de fagot que luego se acompaña de contrabajos y que nos introduce a un mundo de sombría desesperación, tema que se repite ya con la participación de toda la orquesta; el segundo movimiento, Allegro con grazia, es una danza que, por lo visto, el propio compositor denominó como un "vals a cinco tiempos"; pero el tercer movimiento, ¡ay, el tercer movimiento, amigos! Es un brillantísimo scherzo que va in crescendo hasta acabar con un tutti verdaderamente apabullante; el cuarto movimiento, Finale, adagio lamentoso es un anticlímax, que vuelve al tono lúgubre del primer movimiento. Muchos musicólogos han aducido la extraña estructuración de Chaikovski, que probablemente hubiera hecho mucho mejor si hubiese cambiado el orden de los últimos dos movimientos, pero, de nuevo, en ese caso esta sinfonía no hubiese sido "la patética", ni Chaikovski hubiera sido el atribulado y genial compositor que se suicidó con cincuenta y tres años.