El concierto de anoche en el Miguel Delibes fue uno de los más completos a los que he asistido en los últimos diez años. La combinación de una de las cumbres sinfónicas de todos los tiempos, la Sinfonía Pastoral de Beethoven, con la obra para orquesta, tres solistas vocales y ballet de Stravinski, Pulcinella hizo de la velada uno de los más altos hitos culturales a los que se pueda asistir en la capital del Pisuerga. La OSCyL estuvo dirigida por su batuta habitual, Thierry Fischer, los cantantes fueron la soprano suiza Hélène Walter, el tenor cordobés Pablo García López y el bajo catalán Gerard Farreras. El ballet estuvo a cargo de los talentosos estudiantes de últimos cursos de la Escuela Profesional de Danza de Castilla y León. El resultado final, ya digo, fue espectacular, una representación que aunó la música sinfónica, la vocal y la danza, ¡qué más se puede pedir!

Para abrir boca, nada menos que la Sexta sinfonía de Beethoven, la Pastoral, una obra que, "in my humble opinion", es una de las cimas más señeras de la creación artística, una obra por la que ya Ludwig van Beethoven, aun sin que hubiese compuesto nada más debía haber sido elevado a los más egregios altares culturales de la Humanidad. Para un servidor, escuchar la Sexta sinfonía de Beethoven es una razón más para seguir alentando, un impulso que mueve a mi viejo y atribulado corazón a no desfallecer y a continuar en la lucha, un aporte de vitalidad y optimismo, en definitiva. Sólo con los primeros acordes del primer movimiento nota uno cómo el espíritu se eleva, se despejan negros nubarrones, y se mira al futuro con mayor optimismo. Cuentan los musicólogos (entre ellos, el que firma el programa de mano de ayer, Enrique García Revilla) que la Pastoral es bien la feliz estancia del sordo genial en una zona campestre, alejado del mundano ruido, bien la descripción de la inocente belleza rural, en el que su ya declarada sordera no le impedía gozar del mayor encanto paisajístico. Sea como fuere, Beethoven debía estar en un estado de humor altamente positivo cuando compuso su Sexta sinfonía, pues, salvo el movimiento que describe la tormenta, la obra rezuma optimismo por sus cuatro costados. La propia descripción de los cinco movimientos es mucho más expresiva que la de sus tempos: Despertar de alegres sentimientos al encontrarse en el campo (Allegro ma non troppo), Escena junto al arroyo (Andante molto mosso), Animada reunión de campesinos (Allegro), Relámpagos, tormenta (Allegro), e Himno de los pastores, sentimiento de agradecimiento después de la tormenta (Allegretto). De nuevo, los musicólogos describen la excelsa producción musical de Beethoven en tres periodos, incluyendo la Sexta en el segundo periodo, el "heroico", aunque la genialidad de Beethoven es tal que casi cada obra debería tener su propia categoría, de hecho, en mi opinión, la Pastoral puede considerarse como un esbozo para lo que se llamaría posteriormente "poema sinfónico", pues la descripción de paisajes y eventos es tan minuciosa que uno siente estar junto a un arroyo o en esa animada reunión de campesinos. En fin, no creo que yo sea el único que usa la Sexta sinfonía de Beethoven para animarse el día cuando las preocupaciones o el tedio de vivir lo acorralan en su devenir vital, es, como decía antes, un verdadero canto a la vida.
Por otro lado, la interpretación ayer de la OSCyL, dirigida por Fischer no dejó nada que desear. Estoy acostumbrado a escuchar, centenares de veces, ya digo, la versión que tengo en casa: la Filarmónica de Berlín dirigida por Herbert von Karajan, en una edición que se podría considerar canónica de la Deutsche Grammophon, y, francamente, no noté ayer grandes diferencias; tal vez la percusión (timbales) un poco más notable de lo deseable, pero nada más. Esto hay que decirlo para ser justo, para poder decir sin tapujos que una supuestamente humilde orquesta regional no tiene nada que envidiar a una de las mejores orquestas del mundo.

Después de un largo descanso (necesario para poder habilitar el escenario en zona de baile, con el preceptivo suelo de goma), le tocó el turno a Pulcinella, de Stravinski. No soy un gran aficionado a los ballet, pero sí tengo claro que la música escénica está concebida para ser representada junto con la representación correspondiente, si no la música suele quedar un tanto coja, no entendiéndose bien del todo. Eso ocurrió con la La consagración de la primavera del propio Stravinski, que se interpretó semanas atrás en este mismo auditorio. Los que tuvimos la previsión de informarnos sobre los detalles más nimios de la música que íbamos a escuchar (hoy en día es facilísimo, gracias a YouTube, Wikipedia y otros programas de internet) conocíamos lo que nos encontraríamos: la descripción de un rito precristiano de llegada de la primavera, repleto de crudeza y brutalidad, que acaba incluso con un sacrificio humano. Obviamente, la música de Stravinski tenía que retratar esa brutalidad, y así, por momentos, la disonancia y estridencia de su música se hace difícilmente soportable (tanto que un bobo del auditorio salió de la sala haciendo aspavientos y diciendo en voz perfectamente audible, "me sangran los oídos", así de estúpida es la gente). Bien, por supuesto que se puede ir a un auditorio de música culta sin haber escuchado nada de lo que se programa, pero, para personas medianamente cultivadas, es exigible que se informen antes de lo que se va a representar, aunque sea sólo para no hacer el ridículo y molestar a los que sí se han informado. En fin, como decía el torero, "hay gente pa' tó". Bueno, pues Pulcinella no puede estar más alejado, musicalmente hablando, de La consagración de la primavera, pues se trata de la adaptación (encargo del todopoderoso productor y promotor musical de la época, Sergéi Diáguilev) de la Commedia dell'arte, género teatral nacido en Nápoles durante el Renacimiento, con una serie de personajes fijos (Polichinela entre ellos) y otros variables, que representaban enredos amorosos. Los musicólogos tienen dudas de que la música firmada por Stravinski fuera verdaderamente del compositor ruso, toda vez que se sospecha que lo hubiera tomado del compositor barroco Giovanni Pergolesi, autor del conocidísimo Stabat Mater. Bien, parece que Pergolesi, en su corta vida, además de música sacra, produjo mucho género musical teatral, entre ellas para la commedia dell'arte, tan en boga en su propia ciudad en aquella época, no hubiera sido nada raro que el napolitano hubiese dejado escrito buena parte de esa obra sobre Polichinela y que, doscientos años después, Diáguilev se la hubiese pasado a Stravinski. Nunca se sabrá a ciencia cierta. Lo que sí sabemos es que Stravinski pasó por distintas etapas a lo largo de su vida productiva, etapas que no es que fueran diferentes entre sí, sino que eran totalmente opuestas. Así, primero tendrá una "época rusa" entre las que estaba La consagración de la primavera ya citada y otras obras ambientadas en Rusia, con una armonía "politonal" que no es siempre fácil de escuchar; después pasará por un "periodo neoclásico", con una vuelta a la armonía melódica y a la tonalidad más clásica, aquí, claro está, se incluye Pulcinella; por último, el "periodo dodecafónico" , bajo la influencia de Arnold Schoenberg. Es obvio que para los gustos de quien esto escribe, el periodo intermedio es el más potable (salvando obras extraordinarias como El pájaro de fuego, del primer periodo), con lo que el ballet Pulcinella es obra de mi gusto. En todo caso, la representación conjunta de orquesta sinfónica, cantantes de ópera y danza da a la obra el carácter "global" al que antes aludía. La danza, por cierto, estuvo a cargo de los estudiantes de últimos cursos de la Escuela Profesional de Danza de Castilla y León, quienes cumplieron ya en un nivel que claramente rayaba en la profesionalidad. El público del Miguel Delibes se deleitó sobremanera con esta excepción al exclusivo disfrute de la música sinfónica con la que nos deleitamos habitualmente.