Ayer, la Orquesta Sinfónica de Castilla y León estuvo dirigida por su batuta habitual, Thierry Fischer; el solista invitado fue el pianista ruso-estadounidense Kirill Gerstein. Disfrutamos de un programa contrastante, como les gusta decir a los musicólogos, que, creo, no defraudó a nadie.
Se inició con una famosísima pieza del compositor francés impresionista Claude Debussy. En la experiencia musical de un servidor, el Preludio a la siesta de un fauno fue, junto con el Moldava de Smetana, una de las obras que me lanzó irremediablemente a la melomanía como otra forma (junto con la lectura y la búsqueda de la belleza en las artes y en la naturaleza) de sobrevivir a la dureza de la vida. Lamentablemente, no recuerdo el nombre del profesor que tuvo el inmenso acierto de llevar a nuestra clase, mozalbetes de no más de once o doce años, a la Fundación Juan March de Madrid para un concierto matutino destinado a escolares. Estoy seguro de que la mayoría de los chicos allí presentes no sintieron nada ante la música que se les interpretó, todo lo más, que se libraban de una tediosa mañana de clase; pero unos pocos, entre los que me encuentro, quedamos subyugados y enamorados ante la belleza de lo interpretado. Entre las obras estaba la de Debussy. El acertado profesor tuvo la inteligencia de escoger un poema sinfónico al que unos chavales de esas edades pueden poner fácilmente imágenes en su cabeza; además, el profesor nos había preparado, dándonos claves de lo que supuestamente Debussy quería expresar con su preludio. Claro, estoy hablando de los primerísimos años ochenta, en un colegio religioso, tal vez hubiera sido difícil que el profesor nos explicara su relación con el poema del simbolista Stéphane Mallarmé, en el que un fauno, esa criatura mitológica mitad hombre, mitad cabra, caracterizado por su lascivia, soñaba con poseer carnalmente a las ninfas. Ahora, pensando en cómo nos lo contó aquel profesor, no puedo reprimir una sonrisa, pues nos sustituyó el fauno por un león que dormita en la sabana africana, y sueña con cazar gacelas. En fin, lo ridículo y absurdo, como en este caso, es tan ingenuo y pueril que me hace encajarlo con humor e incluso añoranza. Lo cierto es que un servidor, a sus once años, se imaginaba perfectamente a ese león que, bajo el calor del mediodía, asediado por insectos, cae en un sopor en el que sueña con hazañas venatorias en los cuerpos de las pobres gacelas. Bien, independientemente de la versión edulcorada e infantiloide, lo cierto es que a esos once años de aquel entonces, fui a una tienda de discos y compré una versión en vinilo (que desgraciadamente he perdido) del Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy. Hoy, a mis cincuenta y cinco, no puedo sino revivir con nostalgia aquel pasado remoto, agradecido a aquel profesor, y disfrutar de la excelente interpretación que la OSCyL hace de esta pequeña obra maestra.
Después se representó la versión abreviada y arreglada por el director suizo Philippe Jordan de El oro del Rin de Richard Wagner. La verdad es que se tiene muchas dudas y prejuicios ante estas obras adaptadas, porque pasar de una ópera de dos horas y cuarenta minutos a una suite sinfónica de veintitrés implica muchos cortes, eliminaciones y enlaces bruscos. Pero, por otro lado, vivimos el mundo que vivimos, y no parece fácil que en nuestros días se represente una ópera de Wagner, sea la que sea, con facilidad. El inmenso presupuesto necesario, las innumerables dificultades prácticas que se presentan, la escasa respuesta de público que iba a concitar llevan a que, como todos saben, las óperas de Wagner sólo se representen en el archiconocido Festival de Bayreuth. Con lo cual, si queremos escuchar en vivo y en directo una ópera de Wagner, sólo queda interpretar estas suites sinfónicas adaptadas. Para ser sincero, el resultado no es malo en absoluto. El oro del Rin sigue siendo El oro del Rin, quiero decir, es reconocible y el espíritu de la obra permanece. Por supuesto que se echa de menos la dimensión dramática que aporta la voz humana, pero, si no se es muy exigente, las frases musicales de los instrumentos solistas que las sustituyen consiguen transmitir, más o menos, las emociones y sentimientos de Alberich, Wotan, Fafner, Fasolt, Frigga, Mímir, Freya y demás personajes mitológicos presentes en la obra de Wagner. Con todo, prefiero escuchar la obra completa con sus arias, recitativos y demás, pero, claro, esto lo hago en música "enlatada", por mucho que sea una gran versión de excelentes artistas, reproducida en un aparato de alta fidelidad.
Tras el descanso, el pianista Kirill Gerstein interpretó el Concierto para piano y orquesta nº3 de Serguéi Rajmáninov, una de las obras más exigentes para el solista de todo el repertorio pianístico universal. Es bien conocido que Rajmáninov fue un excelente intérprete, cuya sensibilidad e inteligencia musical se combinaban con su infrecuente físico (casi dos metros de estatura y manos enormes que le facilitaban ejecutar los arpegios más complicados) para interpretar obras de gran dificultad. No sé cuál es la estatura de Kirill Gerstein, pero a juzgar por la comparación con el director oficial de la OSCyL, Thierry Fischer, debe superar el metro noventa, con lo que sus manos tendrán un tamaño acorde. Al margen de peculiaridades físicas, lo cierto es que Gerstein tuvo anoche un desempeño excelente, como corresponde a uno de los pianistas más prestigiosos de la actualidad. El Concierto para piano y orquesta nº3 no es tan famoso como el nº2, pero contiene pasajes inolvidables para cualquier melómano, especialmente en el primer movimiento, Allegro ma non tanto, con una frase musical recurrente de una belleza que es difícil de olvidar. El segundo movimiento, Intermezzo (adagio), attacca subito, contiene melodías del propio Concierto para piano y orquesta nº2 que tanto éxito dio al compositor y sacó de su periodo depresivo. El tercer movimiento, Alla breve - Allegro molto, supone una vuelta a las frases musicales más brillantes del primer movimiento, así como un final con un tutti frenético. La ejecución de Gerstein fue extraordinaria, levantando al público del Miguel Delibes de sus asientos y prolongando los aplausos durante varios minutos, lo cual no fue suficiente, como desgraciadamente suele ocurrir con los más afamados intérpretes, para que nos deleitara con un bis.

