Tercera entrega de las novelas de Barchester, tras El custodio y Las torres de Barchester. Sigue la minuciosa descripción de los habitantes de ese ficticio condado (Barsetshire, Barchester en la traducción española, que, según los estudiosos, se trataría de Winchester -Hampshire, sur de Inglaterra- con otro nombre). Al igual que en las dos anteriores, la mayoría de los personajes están ligados de una u otra forma a la Iglesia anglicana, vamos, que son clérigos, desde simples sacerdotes hasta obispos, aunque en ésta no son los personajes principales. Parece ser que de las seis novelas incluidas en ese ciclo llamado "Crónicas de Barsetshire", El doctor Thorne fue la más exitosa. A mí, por el contrario, me gustaron más las dos primeras, especialmente la segunda, Las torres de Barchester, que considero una verdadera obra de arte de la literatura universal. En la tercera entrega siento que hay menos enjundia, menos argumentos secundarios, menos embrollo, menos tramas. Sin embargo, los personajes están tratados con esa maestría que pocos autores saben utilizar (para ser sincero, muchos de ellos en la conocida como "literatura victoriana"), así como las circunstancias que los atribulan o sus evoluciones en el tiempo están pergeñados con una genialidad que no debe tomarse a la ligera, sobre todo en estos tiempos, en los que nos hemos acostumbrado tanto a la "literatura-basura". En fin, que leer El doctor Thorne ha sido un placer y un ejercicio de resistencia frente a la mediocridad intelectual que el poder político-social y sus adláteres mediáticos tratan de imponer al grueso de la población.
El argumento principal, obviamente, se centra en un médico de Barchester, el doctor Thorne y su sobrina y ahijada, Mary. Como es frecuente en el Realismo literario, no se esconde en ningún momento la preferencia del autor hacia esos personajes, se los califica de "héroes" y se los trata con todo tipo de halagos y alabanzas, y se critica acerbamente las actitudes de otros personajes que, por envidia u odio, los atacan. En esencia, el embrollo consiste en que Mary Thorne está enamorada (y es correspondida, desde luego) por el hijo de un noble, por Frank Gresham, pero tal amor es imposible según las normas sociales del momento (la década de los años 50 del siglo XIX) porque Mary no tiene título nobiliario alguno, con lo que no puede pretender casarse con alguien de alta alcurnia, y Frank, aun siendo noble, está arruinado y debe casarse sí o sí con una dama de gran riqueza. Al igual que ocurría en otras novelas del mismo ciclo, Trollope delinea excepcionalmente bien los personajes femeninos malvados. En esta novela es Lady Arabella, madre de Frank Gresham, que recuerda a su vástago una y otra vez que debe "casarse por dinero" para poder pagar todas las deudas que su padre acumuló. Tanto es así, que la matriarca de los Gresham no duda en lanzar a su hijo a los brazos de una tal señorita Dunstable, mujer de mediana edad pero de notable riqueza. Claro está que ni la rica dama ni el joven noble están interesados el uno en el otro. La trama se complica con una familia noble de origen plebeyo, los Scatcherd, cuyos varones tienen un especial apego a la botella, lo que los matará irremediablemente. El viejo Scatcherd, en todo caso, tiene suficiente cabeza como para desear que su hijo case con Mary (verdadero dechado de virtudes) para que lo aleje de la bebida; lo desea tanto que incluirá a la sobrina de Thorne como heredera universal de su fortuna si se casa con su hijo Louis. Louis y Mary nunca se casarán, pero el testamento nunca se cambiará (hecho fundamental que lo cambia todo), porque así, al morir Louis, Mary Thorne se convierte en la heredera universal de los Scatcherd, siendo dueña de una enorme fortuna entre casas, tierras y acciones empresariales. De este modo, Frank y Mary se podrán casar, él aporta el título nobiliario y ella el dinero. ¿Y Lady Arabella, qué tiene que decir ella a todo esto? Pues ella tan feliz, porque, al fin y al cabo, la noble señora sólo busca lo mejor para su hijo, le importa muy poco la moralidad de sus actos, se mueve por simple interés económico.
En fin, lo cierto es que, a medida que se va leyendo la novela, se puede prever el final, no hay muchos giros argumentales, es francamente previsible, pero la calidad prosística de Anthony Trollope es tan descomunal que uno disfruta la lectura aunque el final sea predecible.
Los temas tratados en la novela son la anticuada moralidad de mediados del XIX, moralidad que se basa en hipocresías y apariencias; la fuerza imparable del amor, que todo lo puede; o la honradez y honestidad que vence al retorcimiento y a la falsedad. Bien mirado, habrá quien tilde a la novela de ñoña además de previsible, y quizá no le falte razón. A la vista del siglo XXI, El doctor Thorne es un tanto simplona, pero, ya digo, en lo que respecta a calidad narrativa, no se alcanza en nuestros tiempos nada semejante.



