domingo, 27 de abril de 2025

Concierto de la Orquesta y Coro Nacionales de España, dirigidos por Juanjo Mena. Obras de Vaughan Williams, Haydn y Mozart.

  Ayer, en el Auditorio Nacional de Príncipe de Vergara, pude escuchar Serenata a la música de Ralph Vaughan William, una excelente obra del compositor británico, no mi favorita (que es, creo haberlo escrito aquí antes, The Lark Ascending), en una versión coral y sinfónica que no me entusiasmó sobremanera; el Concierto y orquesta para violonchelo y orquesta Nº 2 de Joseph Haydn; y la Sinfonía Nº 40  de Mozart. Juanjo Mena fue el director orquestal, quien, parece ser, colabora habitualmente con la ONE, y el solista fue el violonchelista británico Steven Isserlis, a quien ya había tenido el gusto de escuchar con la OSCyL.
 Esta vez tenía una butaca de primer anfiteatro, eso sí, en la última fila. El asiento era mucho más cómodo que el que sufrí hace meses en el segundo anfiteatro, la visión de la orquesta y el coro también era mejor, aunque no tengo tan claro que la acústica no se viera perjudicada por el propio techo que no era sino el forjado que sirve de sustento al segundo anfiteatro. Es decir, al estar en la última fila del primer anfiteatro, mi butaca estaba un tanto encajonada y quizá la reverberación del sonido no era tan buena como en las filas delanteras del primer anfiteatro, que se benefician de los grandes deflectores de sonido de madera anclados en el techo de la sala y que permiten una acústica de gran calidad. En fin, ¡quién sabe! Tengo que reconocer que me ocurre a menudo con obras que escucho frecuentemente en casa, pero, claro, en casa lo escucho en un aparato de alta fidelidad, con auriculares de sonido envolvente, algo que mejora notablemente la audición (tal vez tanto como si uno estuviera en la situación del director de orquesta). Bien, por otra parte, la versión de Serenata a la música de Vaughan Williams interpretada ayer concurría con la participación del coro, versión, por supuesto, creada por el propio autor, pero yo había escuchado la versión estrictamente sinfónica, que prefiero por aquello de tener una cierta animadversión a los coros.
 Después le tocó el turno al Concierto para violonchelo y orquesta Nº 2 de Franz Joseph Haydn, una obra típica del repertorio de cualquier orquesta que se precie. El solista, ya dije, fue el británico Steven Isserlis, que, rizada melena al compás, ejercía una hipnótica seducción en el público. Habiendo escuchado durante unas semanas antes la misma obra en ejecución de otra orquesta, me pareció que el solista reinterpretaba de una forma un tanto personal la partitura, llegando incluso a permitirse unas digresiones melódicas que no fueron de mi agrado
 Después del descanso, la Sinfonía Nº 40 de Mozart, otra obra clave en cualquier repertorio sinfónico, obra genial que todo el mundo, incluso los no melómanos, han escuchado alguna vez y sabrían tararear los primeros acordes del primer movimiento. De nuevo, en contraste con lo escuchado en otras interpretaciones, me pareció que la Orquesta Nacional de España se apresuraba demasiado en el tempo de los distintos movimientos, especialmente en el tercero, Menuetto, que, claro está, es un baile, un scherzo, un minueto, que quizá, en mi modesta opinión, se tocó demasiado rápido. En todo caso, mientras escuchaba esta obra, no podía dejar de pensar en que, según todos los musicólogos, Mozart es paradigma del clasicismo musical, con su simetría, elegancia, su melodía nunca demasiado notable, pero que, en la Sinfonía Nº 40, Mozart ya esboza lo que vendrá mucho después, el Romanticismo musical, con sus melodías apabullantes que muestran una emotividad inexistente anteriormente. Dicho de otra forma, en el concierto de ayer, entre Haydn y Mozart había tan enorme diferencia, que cualquiera habría afirmado sin dudar que el primero era exponente del Clasicismo y el segundo del Romanticismo. Por otro lado, los musicólogos recuerdan que en la corta y azarosa vida de Mozart las angustias por las estrecheces económicas lo llevaron a escribir composiciones más desesperadas y acongojadas de las que, sin duda, escribió Haydn, quien disfrutó de gran respaldo económico de varios mecenas, tanto en Londres como en Viena.

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