sábado, 6 de diciembre de 2025

Inciso musical: sexto concierto de abono de la temporada 25-26 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Unsuk Chin, Mozart y Brahms.

   Ayer, la OSCyL estuvo dirigida por el batuta alemán Marc Albrecht, quien se compenetró perfectamente con la orquesta; el solista invitado fue el trompista croata Radovan Vlatkovic, que dio una agradable sorpresa a la sala, ahora cuento.
 Uno de las expresiones más manidas entre los musicólogos y programadores de conciertos a la hora de dar información en un programa de mano es la de "concierto contrastante", en el sentido, claro, de obras muy diversas entre sí. Les gusta mucho. Y, claro, en realidad es fácil conseguir que contrasten tres obras entre sí. Lo difícil (aquello en lo que fallan una y otra vez) es conseguir que esas obras contrastantes sean de la más alta calidad posible. Por ejemplo, en el concierto de ayer había notable contraste musical entre la obra de Mozart, el Concierto para trompa nº2, y la de Brahms, la Sinfonía nº1, pues el primero es la esencia del clasicismo mientras que el segundo lo es del Romanticismo. Hasta aquí todo perfecto, ya que las obras de Mozart y Brahms, como la totalidad de sus repertorios, son de una calidad excelsa, y, además, contrastan mucho entre sí. Objetivo cumplido. Ahora bien, ayer también hubo contraste no sólo por estilo musical, sino también de calidad. Me refiero a la obra de la compositora surcoreana Unsuk Chin, cuya obra, Frontispiece, estaba a años luz de cualquier obra de Mozart o Brahms. Vamos, dicho sin circunloquios, que Frontispiece es un auténtico bodrio.
 No quiero ser injusto, es posible que si se escucha la obra de Unsuk Chin de forma aislada, sin escuchar a continuación a Mozart, tal vez (digo sólo "tal vez", que nadie vaya más allá) se pueda encontrar alguna virtud en esa obra carente de melodía y ritmo. Pero es que, amigos míos, la música es la combinación armoniosa de melodía y ritmo, si carece de estos elementos no es sino ruido. Y, para mí, no se ofenda nadie, esa pieza era ruido tocado por excelentes músicos con sus instrumentos profesionales y guiados por un notable director, pero ruido al fin y al cabo. Así que sí, efectivamente, hubo mucho contraste (pero del malo) entre Unsuk Chin, Mozart y Brahms.
 En fin, tras el mal trago, se interpretó el Concierto para trompa nº2 de Mozart. Y, claro, todo cambió. A mí, particularmente, cuando estaba escuchando ayer me venía a la cabeza cómo un genio que sólo vivió treinta y cinco años en este atribulado mundo y que pasó por todo tipo de miserias y problemas pudiera componer obras tan solemnemente complacientes. Me explico: no es cuestión de Mozart sino del Clasicismo musical en general, con sus frases musicales claras y sencillas, sin el exceso del periodo anterior, el Barroco; el ritmo armónico más lento y cadencioso que en el Barroco; el predominio del modo mayor, mucho más optimista, sobre el modo menor, idóneo para expresar estados anímicos decaídos. La combinación de esas tres características (y la genialidad sin igual de Mozart, por supuesto) hace que sus obras sean un canto a la resiliencia, a seguir adelante pase lo que pase. Pero, cuidado, no es optimista como tantas obras del Romanticismo (estoy pensando en la Sexta sinfonía de Beethoven) que te elevan el ánimo en cuanto se escuchan los primeros acordes. No, las obras mozartianas, y por extensión todas las clásicas, no te animan, simplemente manifiestan que todo sigue adelante, en un equilibrio natural que lleva milenios funcionando. Para un servidor escuchar a Mozart es darse cuenta de la irrelevancia de los acontecimientos cotidianos, es como olvidarse de todo lo que ocurre a mi alrededor para volver a la perfección musical que me acuna y protege; no es, como en el caso de muchas obras románticas que dicen: "¡vamos, ánimo, lucha contra el desaliento, que no te venzan las dificultades!". No, escuchar a Mozart es como si te dijeran: "la cotidianeidad es intrascendente, ignórala". En muchos sentidos escuchar a Mozart es una experiencia religiosa, ya que te aísla del mundo, de sus miserias y sufrimiento. Igual que un místico centra su existencia en lo espiritual, escuchar a Mozart te permite prescindir del aplastantemente mediocre día a día. 
 Bueno, después de esta pequeña reflexión, diré que el Concierto para trompa nº2 cumple perfectamente con esos principios, incluso siendo la trompa un instrumento tan poco frecuente como solista. Estamos acostumbrados a disfrutar de las trompas como acompañantes, especialmente cuando se requiere melodías épicas (todos pensamos en Wagner cuando se habla de trompas). Así, las trompas parecen instrumentos muy burdos como para denotar sensibilidad. Bueno, ayer Radovan Vlatkovic demostró, con ayuda de Mozart, claro, que eso no es correcto, que la trompa también puede transmitir refinamiento y delicadeza. Por cierto, la pequeña y agradable sorpresa que Vlatkovic nos regaló fue un bis navideño, en el que los seis trompistas de la OSCyL y él mismo interpretaron un popurrí de villancicos, ataviados los intérpretes con el inevitable gorrito de Papá Noel. Una delicia.
 Después del descanso tocó la Sinfonía nº1 de Johannes Brahms, una de las típicas sinfonías románticas. En primer lugar, la potencia de la sinfonía romántica lleva al mayor desarrollo de la orquesta, con todos sus músicos en escena, perfectamente sincronizados por Marc Albrecht; en segundo lugar, la sensibilidad y el sentimiento del Romanticismo regala frases musicales emotivas, con las que es muy difícil no dejarse arrastrar y empezar a mover cabeza, manos o pies. Como decía antes, contrasta con Mozart, es diferente, ni mejor ni peor, simplemente diverso. Dicen los musicólogos que Brahms tardó más de catorce años(de 1855 a 1874) en concluir esta sinfonía, en parte por el perfeccionismo del compositor alemán, en parte por la inmensa influencia de la Novena sinfonía de Beethoven (escrita en 1824). Parece ser que la  última sinfonía del sordo genial provocó tal terremoto en todos los compositores del momento que muchos tuvieron que reinterpretar sus obras para que no quedaran arrumbadas ante la brillantez sin igual de la Novena. La Sinfonía nº1 de Brahms está estructurada en los típicos cuatro movimientos, que difieren notablemente en los tempi, en los ritmos: el primero, Un poco sostenuto - Allegro tiene un compás 6/8 que consiste en un único tema que es interpretado en distintas variantes según familias de instrumentos; el segundo movimiento, Andante sostenuto, está en compás 3/4, con un carácter lírico y movido; el tercero, Un poco allegretto e grazioso, está en tempo 2/4 e incluye la melodía más reconocible de toda la sinfonía, liderada por el clarinete y el oboe con el sustento de toda la cuerda; por último, el cuarto movimiento, Adagio - Più andante - Allegro non tropo, ma con brio, está en compás 4/4 con un Finale también muy reconocible. Es, en definitiva, una obra monumental, que da para estudiarla días movimiento a movimiento. El desempeño de la OSCyL, una vez más, de matrícula de honor.