La desgraciadamente prematura muerte del húngaro von Horváth (a los treinta y seis años, tras la caída de una gran rama de un árbol en los Campos Elíseos de París en un día de tormenta) nos privó de un gran escritor, ya que sólo dejó tres novelas publicadas y un buen puñado de obras teatrales. Es trágicamente curiosa la pertinacia con la que la vida se empeña en dejarnos claro que no somos sino criaturas irrelevantes y que en cualquier momento todo se acaba. Tantos zotes que llegan a los noventa sin dejar nada de provecho y otros tipos talentosos que se van en las primeras décadas de vida. Así no es de extrañar que haya gente que crea en el destino y en zarandajas del mismo cariz.
He leído dos novelas de este autor, Juventud sin Dios y Un hijo de nuestro tiempo, y tras leerlas pensé que su estilo prosístico era así de apresurado y carente de frases subordinadas y adjetivación para dar una apariencia rápida en temas tan crudos como los que toca. Sin embargo ahora pienso que, en realidad, von Horváth destacaba más en el teatro, que su forma de escribir, con las mínimas acotaciones posibles se ajusta mejor a su forma de ser. Cabría incluso decir que esas dos novelas citadas no son sino adaptaciones a la narrativa de dramas previamente ideados.
El argumento general de Noche italiana, al igual que sus temas, se centra en el terrible periodo que vivió como adulto el autor, los años veinte y treinta del pasado siglo, con sus altibajos políticos, sociales y económicos que culminaron en la Segunda Guerra Mundial. Von Horváth abominaba claramente de cualquier extremismo, especialmente del nacionalsocialismo que acabaría por ensangrentar el continente en los años cuarenta, pero también del comunismo que igualmente destrozó el mundo el pasado siglo. En este drama hay víctimas y verdugos, siendo los primeros los ciudadanos moderados, que se presume mayoría, y los segundos los nazis y los comunistas.
Argumento general de Noche italiana: en una ciudad del sur de Alemania, un grupo de ciudadanos, defensores de la República de Weimar, quieren celebrar una "noche italiana", que al parecer tiene un carácter cultural (canciones infantiles y otros actos un tanto cursis), mientras que los fascistas (así son llamados en la obra) quieren celebrar una "noche alemana" (desfiles y maniobras militares). Von Horváth retrata a los fascistas como bobos incapaces de pensar y de hacer cualquier cosa que no sea cumplir órdenes, de hecho, el discurso que ha de pronunciar uno de sus gerifaltes lo escribe en su cuaderno de deberes un estudiante de secundaria. El personaje que quiere llevar a cabo la noche italiana es un concejal, que ha de enfrentarse no sólo a los fascistas, sino también a los comunistas, que buscan en todo momento la más mínima razón para enfrentarse físicamente a sus enemigos. Así, la sociedad es descrita como una gran masa de gente moderada y pacífica que tiene que hacer encaje de bolillos para que los extremistas de uno y otro lado no acaben por empezar la guerra mundial (¡qué gran premonición, teniendo en cuenta que von Horváth escribe este drama en 1931!). Los fascistas acaban por culpar al concejal de haber dañado un monumento ale emperador (otra premonición, pues los nazis utilizaron este ardid para eliminar enemigos). Lo humillan y tratan de que firme una declaración ridícula en que se denuesta a sí mismo. Finalmente, los moderados se impondrán y mantendrán la paz en un equilibrio inestable.
Leído en 2025, este drama tiene sus virtudes y defectos. Como antes decía, tiene un cierto carácter premonitorio cuando prevé que los extremos políticos, siempre minoritarios, podrían acabar llevando al continente, poblado mayoritariamente por pacíficos ciudadanos, a la guerra total; pero se equivoca de lado a lado cuando cree que la simple acción de los moderados frenará la violencia extremista. Pero esto, claro, es fácil decirlo en 2025, como decía, von Horváth escribe esto en 1931, cuando todavía se creía posible un entendimiento entre las distintas facciones sociales. Es, pues, muy tibio en su final, pero habría que verlo si el mismo autor lo hubiera reescrito poco antes de su muerte, ya a finales de la década de los treinta.
Desde un punto de vista formal, la obra teatral no es gran cosa. En realidad es un pequeño drama con poca fuerza y que, en mi opinión, no está bien rematado. Cualquiera que lo viera representado, pienso yo, ya fuera en los años treinta o en la actualidad, acabaría saliendo del teatro un tanto frustrado.



