miércoles, 28 de mayo de 2025

"Nadadores en el desierto. A la búsqueda del oasis de Zarzura", de Ladislaus E. Almásy.

  Nadadores en el desierto es otro libro de viajes, semejante al que leí hace poco de Heinrich Harrer, Siete años en el Tíbet. Esta vez se trata de un aventurero, geógrafo y pionero tanto del automovilismo como de la aviación húngaro Ladislaus (o László) Almásy, quien retomó de nuevo plena actualidad hace unos decenios cuando fue protagonista de una afamada película británica, El paciente inglés. Dicha cinta se inspiraba en una novela homónima del canadiense Michael Ondaatje. De la novela hay una entrada de hace más de dos años en este humilde blog. Bien, pues, como era previsible, el personaje de la novela de Ondaatje no tiene nada que ver con el Almásy verdadero, aquél es mucho más atractivo tanto en lo físico (en la película lo encarna Ralph Fiennes) como en lo vital. No, el verdadero Almásy fue un tipo más vulgar, no el apasionado seductor de la película (se insinúa, de hecho, que era homosexual) y que se pliega a las circunstancias geopolíticas de su época (acaba siendo espía al servicio del Tercer Reich). En fin, lo habitual, ya se sabe.
 Bueno, centrándonos en el libro de viajes que he leído, su calidad literaria es francamente aceptable (mucho más alta que la de Heinrich Harrer en su Siete años en el Tíbet, de prosa más ramplona), teniendo en cuenta que es poco más que la adaptación a novela de un diario de viaje. El caso es que el bueno de Almásy es comisionado por una empresa automovilística para que pruebe sus coches (hablamos de hace  casi cien años) en el desierto líbico, además de, ya que está por ahí, topografiar de forma grosera las "manchas blancas" que tenían los mapas de la época de ese parte del norte de África. En otra ocasión, acompaña y sirve de guía a un ricachón ocioso de ese tiempo, el príncipe Ferdinand von Liechtenstein, aprendiz de aventurero, que debía aburrirse en su palacio a los pies de los Alpes. Lo cierto es que Almásy describe minuciosamente todas esas aventuras precarias (en una de ellas está a punto de perder la vida por deshidratación, al estropearse su vehículo en mitad del desierto) de un modo que hoy puede parecer atractivo e incluso envidiable. El título hace honor a unas pinturas rupestres de un resguardo de una roca que, si bien ya habían sido descubiertas, no habían sido descritas con detalle; Almásy volverá a esas pinturas y grabados prehistóricos con científicos y artistas para levantar "acta notarial" y registrarlas para la posteridad. La última parte del libro es posterior en el tiempo y hace referencia a la "Operación Salam", en plena guerra mundial (mayo de 1942) en la que la Alemania Nazi encarga a Almásy como conocedor del desierto líbico (en manos alemanas) para que introduzca dos espías en Egipto (en manos británicas).
 En todos los capítulos, y especialmente en el último, se eliminan los asuntos políticos que podrían acercar a Almásy al nacionalsocialismo (igual que con Harrer), mostrándolo como un simple aventurero y geógrafo. Es obvio que tuvo una adhesión a las políticas hitlerianas, aunque, probablemente, en los márgenes de las mismas; vamos, que se aprovechó de la coyuntura política sin, pienso yo, mostrar una fiel pertenencia ideológica. 
 Es una novela de lectura fácil, sin temas candentes, mostrándose más como un caballeroso aventurero de siglos pasados, más centrado en lo deportivo que en lo político.