Novela publicada póstumamente, Perutz la nombró de forma diferente: El Judas de la Cena, pero los editores le cambiaron el nombre para hacerla más vendible. No creo, en todo caso, que se alterara en gran medida los deseos del autor, ya que uno hace referencia a la obra, La última cena, fresco sito en el convento milanés de Santa Maria delle Grazie, mientras que el título definitivo lo hace al pintor y polímata Leonardo da Vinci, autor del fresco; es evidente que el título elegido finalmente tiene más tirón comercial, pero no traiciona, creo yo, la idea del escritor. También es digno de conocer que el texto de Perutz fue presentado a la editorial por su amigo personal, actuando aquí como albacea, Alexander Lernet-Holenia. No creo que El Judas de Leonardo sea la mejor novela de Perutz, pero su lectura deja ese regusto cálido que aporta la alta literatura. Es una novela histórica puesto que respeta fielmente hechos históricos como son la localización y fecha de ejecución de la pintura; su poderoso mecenas, el duque Sforza de Milán, que moriría en una lóbrega prisión francesa; así como el hecho de que el fresco tuvo un parto difícil, en la que el genio renacentista de Leonardo tuvo parones que su mecenas y el abad del convento no llegaban a entender. También es una novela de ficción, pues la genialidad de Perutz introduce personajes inventados pero perfectamente verosímiles, que encajan en la época y el lugar como anillo al dedo. No es una novela de historia del arte, puesto que no se hace mención de su técnica pictórica (que, por cierto, fueron complejas, ya que Leonardo utilizó una mezcla de témpera y óleo que pesaban mucho y que tendían a desprenderse de la pared) o de las influencias artísticas que modelaron el obrar del artista florentino.
El argumento de El Judas de Leonardo es menos enrevesado que otras novelas del praguense, pues no hay tramas secundarias que se entrelacen con la principal. Todo se ambienta en el Milán de finales del siglo XV, donde Leonardo da Vinci se encuentra pintando el famoso fresco; eso sí, el genio está atascado, no encontrando un modelo adecuado para dar vida pictórica al traidor de traidores en toda la cristiandad, Judas Iscariote. Casualmente, a esa ciudad de la Italia septentrional llega un comerciante alemán, Joachim Behaim, para hacer negocios, pero también para cobrar una deuda familiar a un usurero local, Bernardo Boccetta, quien debe la escasa cantidad de diecisiete ducados a la familia del alemán. Este comerciante será el elegido para representar a Judas, pero, ¿qué razón puede tener Leonardo da Vinci para elegir como el traidor por excelencia a un joven bien parecido sin comportamiento reprochable conocido? El desarrollo de la novela desvelará esta cuestión. Como la tarea parece ardua (empezando por encontrar al propio usurero y convencerlo por las buenas o las malas de que pague, además de llevar a cabo la venta de caballos, negocio principal del tedesco), Behaim se asienta en la capital italiana y entabla relaciones con varios de sus habitantes. Entre ellos estará una joven milanesa, Niccola, quien conquistará el corazón del comerciante, llegando a establecerse un tórrido romance entre ambos. Como es de suponer, el usurero Boccetta rechaza pagar lo más mínimo a nadie, haciendo que Behaim contacte con matones a sueldo para que lo "convenzan" de la bondad de hacer frente a las propias deudas. En estos sucios tratos conocerá el alemán una noticia que le romperá el corazón en mil pedazos: que su amadísima Niccola no es sino la hija del prestamista. La debacle interna del antes intachable Behaim es tal que acaba por llegar a la decisión más vil y deleznable que se pueda llegar: aprovechará el amor que lo une a la joven para que ésta consiga el dinero que le adeuda su padre. ¡Vamos, la traición más despreciable al amor más puro!
Por tanto, Leo Perutz no sólo pergeña una novela histórica, sino que filosofa también sobre el amor, la traición y la ambición. Todo de forma sutil, para que el lector inteligente (el que elija a Perutz ya lo es) entienda que todo sentimiento tiene su contraparte, pudiéndose pasar de un extremo a otro en minutos.

