Según parece, Leonardo Sciascia fue profesor de educación primaria la mayor parte de su vida profesional; ya pasados los cincuenta, gracias a publicaciones en diarios y a las propias novelas que iba sacando con aceptable éxito de público y crítica, pudo jubilarse de la profesión docente y dedicarse en exclusiva a la literatura. Quiero decir con esto que Sciascia fue casi veinte años (murió a los sesenta y ocho) un escritor profesional. Esto implica que ya no vale con escribir lo que uno piensa y siente (probablemente, el siciliano escribiría "para sí mismo" durante la mayor parte de su vida) sino que uno está obligado a presentar un escrito con una periodicidad determinada por exigencia de la editorial. Esta exigencia contractual lleva a los autores a bajar necesariamente su calidad literaria (no en todos, claro) y, sobre todo, a cultivar todo tipo de subgéneros literarios que, tal vez, no eran los propios del escritor. Uno de esos subgéneros literarios muy recurridos son las llamadas "novelas históricas", en las que el autor, que ya no tiene imaginación para pergeñar argumentos propios, reinterpreta una época pasada de un determinado país o región. Esto, quizá, sea aplicable a Sciascia. En todo caso, seamos compasivos, las características del autor, esas que nos hacen valorarlo y leerlo, permanecen.
El Consejo de Egipto es, efectivamente, una novela histórica. Al menos está ambientada en Sicilia (indefectiblemente en Sciascia) en 1782, es decir, en el Reino de Sicilia bajo dominación borbónica. Aquel periodo de finales del siglo XVIII fue tiempo de revoluciones antimonárquicas en toda Europa; la más importante, obviamente, la Revolución Francesa, que tuvo lugar en 1789. Pero incluso en la periférica y tradicionalista Sicilia también hubo revolucionarios antimonárquicos que veían en la forma republicana el camino más sensato y moderno para que los pueblos se autogobernaran. El revolucionario de Sicilia fue el abogado Francesco Paolo Di Blasi, personaje secundario de esta novela, que llegó incluso a tramar el asesinato del arzobispo de Palermo y virrey de Sicilia, Filippo Lopez y Royo. La confabulación antimonárquica fracasará y Di Blasi será decapitado. Por otro lado, un monje maltés, Giuseppe Vella, personaje central de la novela, fue un falsificador de códigos y un tipo con una caradura impresionante. Fue capaz de hacer creer a sus superiores, principalmente al arzobispo, que había traducido un código que contenía correspondencia de los emires de Sicilia con los príncipes árabes del Norte de África, cuando en realidad contenía una biografía de Mahoma, ése era el Código de Sicilia. Pero fue más allá cuando se inventó el Consejo de Egipto, que, según el tal Vella, relacionaba a los nobles normandos con la entonces actual nobleza Siciliana. Por supuesto, todo era falso. La impostura la descubrió un conocido arabista de origen austriaco, Joseph Hager, lo cual acaba llevando a Vella a la cárcel.
Bueno, pues todos esos hechos históricos los novela Sciascia con esa ironía que caracteriza al italiano. Tanto es así, que el gran impostor, Vella, es retratado más como un tipo genial capaz de burlarse de todo y de todos. Es, en buena medida, el carácter siciliano, ácrata y burlesco ante toda autoridad y con la creatividad que da el mediodía. Es probable que los hechos fueran mucho más sórdidos e incluso brutales (especialmente la tortura y ejecución de Di Blasi, claro), pero, pasados ya dos siglos, se reinterpreta más jocosamente.
En fin, una de las características de Siascia, quizá la principal, es la búsqueda de la "sicilianidad" en sus personajes, en buscar comportamientos que son comunes a todos y que son explicables por la forma de ser insular. Esto vale tanto para finales del XVIII como para finales del XX, cuando escribe novelas en las que la mafia (principalmente, la Cosa nostra) es la protagonista principal. En esta novela no hay mafia en Sicilia, de momento, pero Sciascia describe unos comportamientos de abuso de unos ciudadanos sobre otros que no es sino una variedad local del feudalismo; también la ausencia de una policía eficaz llevó en esos tiempos a que todo el mundo se tomase la justicia por su mano, que no eran sino las famosas vendettas que, más organizadas se producirán después. En todo caso, Giuseppe Vella no era siciliano, sino maltés, pero ese carácter irreverente y de desafecto a la autoridad es tomado como ejemplo claro del estereotipo siciliano.
Una novela muy interesante, que mantiene el rigor histórico para que pueda llamarse propiamente "novela histórica", pero que fabula suficientemente para que sea amena y entretenida.

