Después de haber leído tanto de Stefan Zweig (todo lo que se ha traducido al español, incluidos cartas y artículos periodísticos) acabo por volver a la prosa del vienés como quien vuelve al hogar, con sus rincones conocidos y queridos. La genialidad de Zweig, su asombrosa capacidad de descripción de sentimientos y razonamientos lo elevan a una categoría que muy pocos autores han alcanzado. Da igual si es una novela larga o un breve relato, la maestría del austriaco deslumbra siempre. Todo eso he sentido al leer arrobado Veinticuatro horas en la vida de una mujer, una supuesta obra menor de Zweig, pero que es una lección viva sobre cómo crear personajes redondos, haciendo que el lector los vaya descubriendo poco a poco, conociendo sus intimidades, sus sentimientos más profundos de una forma gradual. Es muy difícil crear personajes tan verosímiles, tan bien formados, tan creíbles como los que pergeña Zweig.
La ambientación es en un hotel de lujo en Montecarlo, entre burgueses y aristócratas, como es habitual en este autor. Y el argumento, grosso modo, es el siguiente: En ese hotel de lujo, los huéspedes se relacionan con toda la superficialidad e hipocresía social que se supone, se tratan con deferencia en la mesa pero se despellejan por la espalda. Así, critican acerbamente lo que parece ser la infidelidad de una mujer casada, a la que poco antes adulaban. Todos la censuran menos el narrador, que defiende la presunción de inocencia. Esta actitud lleva a una de las clientas del hotel a abrir su cajón de los recuerdos al escritor, contándole una aventura que vivió veinte años ha, con unas circunstancias relativamente semejantes a la actual. La señora en cuestión (presentada como anciana a sus sesenta y siete años, ¡cómo cambia la vida!) le cuenta al narrador cómo conoció a un joven que, enviciado por el juego, perdió todo su dinero, contrajo numerosas deudas, e incluso llegó a robar a familiares para apostar. Ella, ya mujer madura en la época, se apiada del joven, llegando a pasar con él una noche de pasión. Sin hacerse ilusiones, la mujer se propone "salvar" al joven, alejándole del juego, vendiendo unas viejas joyas familiares para pagar sus deudas y haciéndole prometer en una iglesia que no volverá a apostar. Por supuesto, todo se trunca y el chico vuelve a las andanzas. Ella, desilusionada y rota, queda en evidencia ante su familia y amigos, huyendo a su país para tratar de olvidar.
Bueno, pero el argumento, una vez más, es lo de menos. Lo más importante es cómo lo narra Zweig, cómo da voz a esa mujer para que muestre la evolución de sus sentimientos, cómo describe los vaivenes y zozobras de la protagonista. Es imposible detallar ahora, es necesario leer esta novela breve para comprender en toda su profundidad la genialidad literaria de Stefan Zweig. Ya digo, un verdadero paradigma de la más alta calidad narrativa.

