sábado, 11 de octubre de 2025

Inciso musical: segundo concierto de abono de la temporada 25-26 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Moussa, Bruch y Shostakóvich.

  Ya de vuelta de la aventura vienesa y del Musikverein, regreso al Auditorio Miguel Delibes, tan diferente de la sala austriaca, para bien y para mal, como sabrá todo aquél que haya leído la entrada correspondiente en este blog. El concierto de la OSCyL de ayer estuvo dirigido por el alemán Kevin John Edusei, mientras que la solista invitada fue la violinista neerlandesa Simone Lamsma.
 Según la musicóloga Raquel Aller, quien firma el programa de mano, las tres obras escuchadas ayer transportan al oyente del infierno al paraíso, o viceversa, pues según ella la obra de Moussa es un referente a la felicidad, la de Bruch es una obra que nos reconcilia con la vida, mientras que la de Shostakóvich reflejaría el infierno del compositor ruso. Estoy de acuerdo en algunos aspectos, en otros no, lo comento: 
 La obra del compositor canadiense Samy Moussa, Elyssium, me pareció extrañamente hermosa. Como su nombre indica, trata de retratar el Elíseo, ese más allá de los griegos, praderas de paz en las que los virtuosos descansaban eternamente. Bueno, recuerdo ahora muchas obras de otros autores que sí pueden transmitir esa sensación de bienestar y felicidad. La composición de Moussa, eso sí, tiene un clímax final que  bien puede relacionarse con ese paraíso.
 El Concierto para violín Nº1 es una de las obras más representadas del compositor, un romántico muy clásico, valga la expresión. Quiero decir que Bruch, nacido en 1838 y fallecido en 1920, no se dejó tentar por las modas del posromanticismo o incluso las vanguardias que se impusieron en las últimas décadas del XIX y primeras del XX respectivamente. No, Bruch se mantuvo fiel a los cánones del Romanticismo musical, con sus melodías claras y apasionadas, la búsqueda del virtuosismo en el solista o el uso de la orquesta más ampliada. El Concierto para violín Nº1 cumple precisamente con esas particularidades, pues, sobre todo en el segundo y tercer movimiento (Adagio, attacca y Finale: Allegro energico - Con fuoco - Presto, respectivamente) tiene melodías claras, bien definidas y pegadizas; además, se exige un virtuosismo extraordinario al violín solista, que ejecuta frases musicales de una dificultad y una belleza sin parangón. La violinista Simone Lamsma estuvo a un nivel difícilmente alcanzable anoche, arrancando aplausos entusiasmados del público. Supongo que, en su época, Bruch tal vez fue tildado de previsible, convencional cuando no anodino por no plegarse a las modas musicales que se imponían en el momento, pero, escuchado más de un siglo después, liberados ya de modismos, su música es de una calidad tan alta que lo encumbra a uno de esos paraísos de los que hablaba antes.
 Y luego, tras el descanso, Shostakóvich. ¡Qué decir de Shostakóvich! Se ha hablado tanto, ha sido estudiado por tantos musicólogos, se han elaborado tantas hipótesis al respecto de sus cambios estilísticos que todo lo que se diga irá al cajón del olvido. Con todo, es inevitable recordar la terrible presión que el talentoso compositor soviético sufrió directamente de las más altas esferas del poder comunista. El propio Stalin llegó a ser protagonista de esas presiones brutales que, de no haberse plegado a ellas, habrían llevado al compositor a morir en algún gulag perdido en Siberia. Hoy no entendemos plenamente la barbarie que supone para un artista la amenaza, en absoluto sutil, del destierro, la tortura o incluso la muerte si su música no gusta al brutal gerifalte de turno. Lo cierto es que nunca podremos saber cómo hubiera compuesto Shostakóvich de haberse visto libre de estas influencias malignas que buscaban usar la música como un utensilio más de la perpetuación de la opresión comunista al pueblo ruso. En todo caso, tenemos ahora la Sinfonía Nº5, que queda como una imposición, destruyendo la libertad compositiva del autor, de modo que aunque la obra haya entrado en los cánones más altos de la música culta, no podemos disfrutar plenamente de ella sin tener todo esto en cuenta. De nuevo, según la musicóloga Raquel Aller, "las marchas militares del primer y cuarto movimientos suenan grotescas y fantasmagóricas... el segundo movimiento es un scherzo aparentemente desenfadado, que en realidad parece desencajado, sarcástico, irónico, tragicómico...". No sé, a mi me parece una típica obra soviética que glorifica el belicismo comunista, pero no veo ironía, sarcasmo ni burla por ninguna parte, aunque quién sabe, una forma de luchar contra la censura y poder sobrevivir consiste precisamente en eso, en hacer caso a sus directrices, pero introducir elementos que desvirtúen lo que exigen.
 En fin, un concierto ciertamente contrastante, con composiciones libres que expresan los sentimientos de sus autores, las obras de Moussa y Bruch, y otra, mediatizada por las terribles presiones de las autoridades políticas.