domingo, 18 de mayo de 2025

"Un hijo de nuestro tiempo", de Ödön von Horváth.

 Un hijo de nuestro tiempo fue publicada en 1938, después de Juventud sin Dios, que yo leí hace cuatro años. En ésta la acción gira en torno a un profesor que corrige a un alumno cuando dice que los negros son infrahumanos y el propio centro educativo reprende al profesor; en aquélla es la vida de un joven soldado, cuya mente evoluciona de la fe ciega al descubrimiento de la libertad. Es interesante pensar que von Horváth evolucionaba, pues, pensando que podía haber chicos que habían sufrido el lavado cerebral propio del nazismo y acabaran por tener criterio propio. El resultado final, en todo caso, es desesperanzador puesto que el joven soldado muere congelado, abandonado de todos y de sí mismo.
 Desde el punto de vista formal, von Horváth tiene una prosa rapidísima, sin casi adjetivación y sin oraciones subordinadas. Es notable la "destrucción" del párrafo para convertir a las oraciones en párrafos, el resultado es, como escribí hace cuatro años, que "convierte cada frase en un proyectil infalible que golpea al lector". 
 No es una lectura fácil para aquel que tenga suficiente sensibilidad para entender la sociedad humana, de ahora y de siempre, esa sociedad adocenada y uniformada que no premia por desarrollar independencia de pensamiento sino todo lo contrario. Así, los centros educativos (todos, desde la guardería hasta la universidad) promueven la mediocridad y la homogeneidad  en lugar de la excelencia y la independencia de pensamiento entre los alumnos, creando una sociedad de borregos en lugar de una de humanos. ¡Y así nos luce el pelo!
 En Un hijo de nuestro tiempo los personajes principales están innombrados, probablemente para dar más sensación de inhumanidad y de gregarismo. El principal es el soldado que narra en primera persona, como en un diario pero sin fecha, sus experiencias desde que se alista como voluntario en el ejército alemán hasta su muerte por congelación y emaciación. En un primer momento se muestra a un chico firme en sus creencias militaristas y ultranacionalistas que ha encontrado en el ejército un lugar para huir del desempleo y el hambre; se siente superior al resto de la sociedad, aunque sea un soldado raso. El cumplimiento sistemático e inopinado de las órdenes recibidas lo tranquiliza, le permite comer y dormir; en consecuencia, considera pensar como una actitud peligrosa, algo que sus superiores ya le han inculcado. Ve en el capitán un dechado de virtudes que trata de emular, una verdadera figura paterna, tan distinta del padre biológico que  desprecia su belicosidad jingoísta. 
 En una acción bélica (según la traductora, Berta Vias Mahou, se intuye que en la Guerra Civil española, probablemente formando parte de la Legión Cóndor) es herido en un brazo, herida que lo devuelve a la cruda realidad: es despachado sin honores de su compañía, vuelve a ser un paria aunque sea con uniforme. En la misma batalla en la que fue herido el capitán murió, dándole antes una carta para su mujer. El soldado busca y entrega la carta a la mujer del capitán; al entregar la carta se entera de que el otrora valiente capitán en realidad se había suicidado explicando en la carta que se habían convertido en bestias que sólo sabían arrasar, robar y matar a niños y mujeres. En un arrebato de repulsa, la viuda del capitán se acuesta con el chico. Aquí, en mi opinión hay una interpretación freudiana fácil, ya que el chico veía en el capitán esa figura paterna a la que imitar, después lo mata de forma figurada al repudiarlo y se acuesta con su viuda (su madre), es decir un complejo de Edipo.
 El título de la novela se explica porque, en la carta de despedida, el capitán dice que se suicida porque es un hombre de honor, no "un hijo de nuestro tiempo" que comete todo tipo de tropelías y salvajadas.
 Tras su desmovilización, el soldado empieza a entender que ha sido utilizado, que no era más que un simple peón sacrificable en el gran ajedrez de la vida, que el supuesto honor militar no es más que la cobardía del que necesita pertenecer a un grupo para sentirse seguro, protegido.
 En un último giro de tuerca el soldado busca a una antigua amiga que trabajaba en un circo ambulante. Se entera de que ha sido despedida por quedarse embarazada. Trata de buscar explicaciones del jefe que la despidió, es un enano. La parodia de von Horváth hace que el enano se convierta en un líder (un führer) que repite las estupideces nacionalsocialistas como que el individuo carece de importancia y lo importante es el sacrificio por la patria. En definitiva, el enano grandilocuente no es otro que Adolf Hiltler.
 Finalmente, muere congelado en un parque. La última frase es lapidaria: "Piénsalo. No puedo hacer otra cosa. No fue más que un hijo de su tiempo".
 Es una extraordinaria novela, muy dura, pero muy interesante. Von Horváth muestra la estupidez de las ideologías que promueven el sacrificio del individuo en aras de la colectividad (la patria), ya sea el nacionalsocialismo o el comunismo.

Museo de Arte Africano Arellano Alonso (Universidad de Valladolid).

  Aprovechando que hoy, 18 de mayo, es el día de los museos, me he acercado a conocer el único que no conocía de la ciudad en la que vivo, el Museo de Arte Africano Arellano Alonso. Es un museo pequeño, propiedad de la Universidad de Valladolid, sito en una verdadera joya arquitectónica como es el renacentista Palacio de Santa Cruz, otrora colegio mayor y hoy sede del museo visitado y del Museo de la Universidad de Valladolid (MUVa).
 El Museo de Arte Africano está dividido en tres salas que corresponden a otras tantos tipos de arte del África subsahariana: la cultura Nok, en la cuenca del río Níger; el reino Oku, en la actual Camerún; y otra sala con monedas en forma de armas blancas, de varias zonas del África negra. De las tres, la más impresionante sin duda es la del reino Oku, tanto por la cantidad de objetos como por su calidad, con máscaras y disfraces rituales, la mayoría de aspecto zoomorfo que explican el apego de estas culturas al medio natural.
 Por cierto, para aquellos que opinan que este tipo de museos en Europa son, en realidad, reflejo de un colonialismo cultural, económico y social de Europa sobre el resto del mundo (en este caso, África), parece que el rey de este "reino de Oku" entregó esas obras voluntariamente con finalidad de intercambio cultural, no fueron expoliadas ni obtenidas por engaño. Para ello, el Museo de Arte Africano expone el documento que así lo acredita, el cual adjunto a continuación.

"Pathways", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

 

Image taken from the site www.incidentalcomics.com

Decimosexto concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por Emilia Hoving. Obras de Moberg, Prokófiev y Nielsen.

  Por motivos familiares tuve que cambiar el concierto del turno 2, el mío habitual, al turno 1, con lo que me trasladé de mi butaca de siempre en la platea par por una de las que quedaba, en en la platea impar, mucho más cerca del escenario. La experiencia fue agridulce, pues aunque la mayor cercanía a la orquesta me permitió tener una acústica mucho mejor de las cuerdas (sobre todo de los violines segundos, violas y violonchelos), tenía una pésima acústica de lo que quedaba oculto (a diferencia de mi butaca habitual, semejante en este sentido al patio de butacas, aunque esté en platea), especialmente de contrabajos, así como gran parte de la percusión. En fin, saque en conclusión que mi butaca habitual (a la que tengo cierto derecho siempre que renueve mi abono en el turno 2) tiene una acústica bastante buena a pesar de la relativa lejanía del escenario. 
 La dirección corrió a cargo de la joven batuta finlandesa Emilia Hoving y el solista invitado fue el pianista ruso Nikolay Lugansky.
 El concierto comenzó con una obra de la también finlandesa Ida Moberg (1859-1947) que, a pesar de haber vivido en esa época, se vio felizmente libre de las pérfidas influencias del atonalismo y del propio Schönberg que tanto marcó las composiciones de sus coetáneos. Tal vez porque Finlandia quedaba muy al norte, o porque se formó musicalmente en San Petersburgo, lo cierto es que la música de Moberg es mucho más natural, es verdadera música, ¡qué caramba! Combinación de ritmo y melodía, ¡música!. La Suite Amanecer en concreto es una celebración de la naturaleza en cuatro movimientos. El in crescendo del primero evidencia la salida del Sol y el aumento de la actividad natural que corresponde al amanecer. No es una pieza memorable, pero es de una calidad más que aceptable. Es la primera vez que se representa en España, lo cual también supone un hito relativamente importante para la difusión de la compositora en cuestión.
 A continuación se interpretó el Concierto para piano y orquesta nº3 de Serguéi Prokófiev, el admiradísimo autor de Pedro y el lobo, obra clave en la música culta para incitar a niños y jóvenes a su disfrute. De hecho, uno de los recuerdos más gratos que tengo de mi adolescencia es escuchar esa celebérrima obra, que identifica a cada personaje con un instrumento particular (el abuelo es el fagot, el pato es el oboe, el lobo son cornos, el pájaro es el flautín...). Es una obra amable con una función didáctica excelente, debería ser escuchada en todos los colegios para que algún niño, aunque fuera uno entre veinte, se interesara por la belleza de la música culta. En fin, el Concierto para piano y orquesta nº3 tiene menos atractivo, pero también alta calidad. Está estructurado en tres movimientos, siendo el segundo (Tema con variazioni) el más interesante, al incluir precisamente esas variaciones, alguna de las cuales con resonancias jazzísticas. El pianista ruso, Lugansky, hizo las delicias del público, especialmente con el estudio de Chopin que tocó como bis.
 Después del descanso llegó el supuesto plato fuerte, pero, al menos a este humilde servidor, le gustó mucho más Prokófiev que Nielsen. No era la primera vez que programaban al autor danés, la primera no me gustó pues, claramente, experimentaba con el dichoso atonalismo que tanto estropeó a los compositores estadounidenses y europeos continentales de principio de siglo. La Sinfonía nº5 está libre de esa lacra, afortunadamente, pero resulta francamente incómoda de escuchar. Según parece, Nielsen compuso esa sinfonía tras acabar la Primera Guerra Mundial, y, en realidad, es un recordatorio de aquella matanza, con timbales y, sobre todo, tambores, que redoblan con efecto militar a la vez que el viento-metal semejan las cornetas de un ejército. El efecto, seguramente buscado por el autor, es desasosegante cuando menos y, sí, trae a la cabeza el terrible conflicto bélico.