Por motivos familiares tuve que cambiar el concierto del turno 2, el mío habitual, al turno 1, con lo que me trasladé de mi butaca de siempre en la platea par por una de las que quedaba, en en la platea impar, mucho más cerca del escenario. La experiencia fue agridulce, pues aunque la mayor cercanía a la orquesta me permitió tener una acústica mucho mejor de las cuerdas (sobre todo de los violines segundos, violas y violonchelos), tenía una pésima acústica de lo que quedaba oculto (a diferencia de mi butaca habitual, semejante en este sentido al patio de butacas, aunque esté en platea), especialmente de contrabajos, así como gran parte de la percusión. En fin, saque en conclusión que mi butaca habitual (a la que tengo cierto derecho siempre que renueve mi abono en el turno 2) tiene una acústica bastante buena a pesar de la relativa lejanía del escenario.
La dirección corrió a cargo de la joven batuta finlandesa Emilia Hoving y el solista invitado fue el pianista ruso Nikolay Lugansky.
El concierto comenzó con una obra de la también finlandesa Ida Moberg (1859-1947) que, a pesar de haber vivido en esa época, se vio felizmente libre de las pérfidas influencias del atonalismo y del propio Schönberg que tanto marcó las composiciones de sus coetáneos. Tal vez porque Finlandia quedaba muy al norte, o porque se formó musicalmente en San Petersburgo, lo cierto es que la música de Moberg es mucho más natural, es verdadera música, ¡qué caramba! Combinación de ritmo y melodía, ¡música!. La Suite Amanecer en concreto es una celebración de la naturaleza en cuatro movimientos. El in crescendo del primero evidencia la salida del Sol y el aumento de la actividad natural que corresponde al amanecer. No es una pieza memorable, pero es de una calidad más que aceptable. Es la primera vez que se representa en España, lo cual también supone un hito relativamente importante para la difusión de la compositora en cuestión.
A continuación se interpretó el Concierto para piano y orquesta nº3 de Serguéi Prokófiev, el admiradísimo autor de Pedro y el lobo, obra clave en la música culta para incitar a niños y jóvenes a su disfrute. De hecho, uno de los recuerdos más gratos que tengo de mi adolescencia es escuchar esa celebérrima obra, que identifica a cada personaje con un instrumento particular (el abuelo es el fagot, el pato es el oboe, el lobo son cornos, el pájaro es el flautín...). Es una obra amable con una función didáctica excelente, debería ser escuchada en todos los colegios para que algún niño, aunque fuera uno entre veinte, se interesara por la belleza de la música culta. En fin, el Concierto para piano y orquesta nº3 tiene menos atractivo, pero también alta calidad. Está estructurado en tres movimientos, siendo el segundo (Tema con variazioni) el más interesante, al incluir precisamente esas variaciones, alguna de las cuales con resonancias jazzísticas. El pianista ruso, Lugansky, hizo las delicias del público, especialmente con el estudio de Chopin que tocó como bis.
Después del descanso llegó el supuesto plato fuerte, pero, al menos a este humilde servidor, le gustó mucho más Prokófiev que Nielsen. No era la primera vez que programaban al autor danés, la primera no me gustó pues, claramente, experimentaba con el dichoso atonalismo que tanto estropeó a los compositores estadounidenses y europeos continentales de principio de siglo. La Sinfonía nº5 está libre de esa lacra, afortunadamente, pero resulta francamente incómoda de escuchar. Según parece, Nielsen compuso esa sinfonía tras acabar la Primera Guerra Mundial, y, en realidad, es un recordatorio de aquella matanza, con timbales y, sobre todo, tambores, que redoblan con efecto militar a la vez que el viento-metal semejan las cornetas de un ejército. El efecto, seguramente buscado por el autor, es desasosegante cuando menos y, sí, trae a la cabeza el terrible conflicto bélico.


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