¡Caray, qué bueno es Lernet-Holenia! Es uno de esos escritores que lo sorprenden gratamente a uno con cada nueva novela que se lee. Lo primero que tuve entre mis manos del autor vienés fueron relatos militares, algo normal teniendo en cuenta que combatió, aunque fuera breve e inteligentemente (no exponiéndose al peligro en la medida de lo posible, quiero decir), en ambas guerras mundiales; en todo caso, no eran narraciones belicistas, sino simplemente ambientadas en la guerra, pero con argumento y temas muy variados. Por otro lado, lo que más me gusta de Lernet-Holenia es su capacidad de introducir giros argumentales que asombran al lector y dan a la narración un interés nuevo. Bien, pues El joven Moncada no tiene nada que ver con ninguna de las guerras mundiales, ni con Austria o Alemania, pues está localizada en Argentina y en España, teniendo como personajes principales a españoles, y las guerras no lo son en sentido exacto, aunque sí in senso lato, pues trata sobre los amoríos belicosos y las formas de buscarse la vida, aunque sea con "el sudor del de enfrente", pero sí tiene esos giros argumentales tan jugosos que lo dejan a uno con una sonrisa en los labios.
Argumento de El joven Moncada: Un joven español (inicialmente, el lector lo cree rico y noble) trata de abrirse camino en Argentina. Allí se enamora de una aspirante a actriz, Rafaela Andrade, quien parece más aspirante eterna que actriz. El lector entiende entonces que el padre de Juan Moncada, conde español, atribulado con las nuevas de esos amoríos, encarga al embajador argentino, un tal Cortes, que hable con el joven, que lo aleje de esa vividora, que le pague incluso treinta mil pesos para que vuelva a España. El embajador, poniendo dinero público, lo hace. Como consecuencia, Juan se separa de Rafaela y vuelve a España, pero en el trayecto marítimo conoce a una tal Beatriz Pereira, rica heredera, hija única de un adinerado industrial. Se enamoran los jóvenes y se prometen en matrimonio.
Y cuando Juan Moncada llega a España se apresta a ir a conocer a su padre, el conde. Y es aquí cuando, a mitad de novela, llega un giro argumental impactante que deja boquiabierto al lector: primero se presenta el verdadero conde de Moncada, hombre de sesenta años que, siendo un verdadero noble, poseedor de tierras y casas, no tiene un duro en efectivo. Tanto es así que tiene todas las propiedades hipotecadas y sigue necesitando más. A él se presenta Juan, diciéndole que es su hijo, obvia falsedad. Entonces, el joven Moncada descubre todo su juego: no es noble en absoluto, sólo coincide su apellido con el del conde; en Argentina ideó un modo de sacar dinero, enviando una carta falsa en nombre del conde al embajador para que adelantara dinero, así consiguió de la nada treinta mil pesos (en realidad quince mil, pues Rafaela Andrade se llevó la mitad del dinero). Ahora, Juan necesita a su padre ficticio para dar otro golpe y seguir viviendo del prójimo. El plan es el siguiente: para poder casar con la rica heredera, Juan y el conde han de pasar por verdaderos padre e hijo, el conde aporta el título nobiliario (algo que, parece ser, ansían los Pereira) y los padres de Beatriz el dinero. El conde, sorprendido pero necesitado de dinero, acaba por aceptar. Urden una trama en la que el conde admite ante los Pereira que Juan es hijo natural suyo, hijo de una pastora que, en realidad, era una joven noble, así lo cuentan a la familia rica. Éstos hacen como que lo creen pero se dan cuenta de que es exactamente el argumento de una obra de Tirso de Molina, La pastora encantada (por cierto, no he encontrado ni rastro de tal obra, es, pues, licencia artística de Lernet-Holenia). Cuando todo parece encaminado, aparece Rafaela Andrade, la aspirante a actriz, queriendo su parte del pastel, pero Álvarez, el financiero del conde, le asegura que éste está en la ruina y la requiebra asegurándole un buen casamiento. Finalmente, todo se arregla, Juan y Beatriz casarán, el conde y Juan conseguirán su dinero, los Pereira, su título nobiliario, y Rafaela y Álvarez también tendrán su puntito feliz.
En fin, está narrado todo como una suerte de divertimento literario, como un sainete en prosa, en el que todos son pícaros que quieren aprovecharse del otro. Es una novela breve o relato largo, como se quiera (ciento cuarenta y ocho páginas), lo cual permite leerla casi de un tirón, haciéndose más evidente ese cambio argumental tan brillante que le da un aliciente notable a la lectura.
Lernet-Holenia fue, que duda cabe, un autor muy dotado, especialmente por su capacidad de uso de recursos literarios que atraen al lector, lo sorprenden y estimulan, haciendo que sus obras nunca sean anodinas o previsibles.

