lunes, 22 de septiembre de 2025

"Novel Tea", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

Image taken from the website www.incidentalcomics.com

"El certificado", de Isaac Bashevis Singer.

  Se suele decir que muchos escritores, prolíficos ellos, en realidad sólo han escrito una novela, que el resto no son sino refritos y reorganizaciones estructurales o de personajes de la original. Y es que, para muchos narradores, la idea principal de su creación es tan poderosa, que no pueden dejarla atrás, sino "sólo" reinterpretarla una y otra vez. Esto puede parecer muy injusto, especialmente cuando se aplica a un escritor del inmenso talento como fue el Premio Nobel de literatura de 1978.  Creo haberme deshecho en elogios (merecidamente, sin duda) ante las novelas de Isaac Bashevis Singer; creo haber leído todo aquello que se ha traducido a la lengua castellana; he pasado innumerables horas embelesado en la lectura de sus páginas; me ha costado (me sigue costando) encontrar prosistas capaces de igualarlo (salvo que se incluyan los autores de la llamada "literatura victoriana"). En definitiva, admiro hasta la adoración a I.B. Singer como narrador. No lo oculto. Sin embargo, en el ámbito argumental, sus novelas son muy semejantes: joven judío jasídico sale de su shtetl (pequeña localidad o barrio habitado exclusivamente por judíos, generalmente cercado a una población gentil) y se encuentra con el gran mundo, sufriendo todo tipo de contrastes entre lo que aprendió de niño y lo que ve en su nuevo barrio ciudadano. Se debatirá entre una vida y otra; las relaciones con los demás siempre serán conflictivas, especialmente con las mujeres; tratará de encontrar su camino, a medias entre ambos (manteniendo una religiosidad más en el fondo que en la forma, adaptándose a las formas de vida moderna). Todo narrado a la vez que se describen las circunstancias de política nacional e internacional que arrastran a las masas humanas hacia uno u otro derrotero. Esto ocurre bien en Europa (Polonia principalmente) o en América (Nueva York). Todo esto, en grandes líneas, se encuentran siempre en los argumentos de las novelas de Singer.
 Tan es así la homogeneidad argumental de Singer, que leyendo sus novelas uno no puede preguntarse una y otra vez, ¿esto no lo he leído yo antes? Los nombres de los personajes cambian, la localización geográfica, ya digo, un poco la edad y los tiempos... Pero lo demás es muy semejantes. Sólo las novelas ambientadas en siglos anteriores al XX, como Satán en Goray, El esclavo o su reinterpretación el el Golem se escapan a estas líneas argumentales generales. Por cierto, filtrando todas las entradas de este humilde blog, he contado el número de libros que he leído de I.B. Singer: veintiuno con el que estoy reseñando, ¡Veintiuno! Ya digo, creo que no se ha traducido más al castellano (de momento, espero), tendré que animarme a leerlo en inglés, porque en su lengua original, en yidis... 
 En fin, que nadie se lleve a engaño, todo esto que digo sobre la repetición del argumento principal en las novelas de Singer no desmerece en absoluto la altísima calidad de su prosa y mucho menos mi admiración hacia la literatura del autor. Es una simple afirmación, creo que suficientemente argumentada y con la que estarán de acuerdo, supongo, muchos de sus lectores. En El certificado, el argumento susodicho se repite una vez más; es tan evidentemente autobiográfico que sólo los nombres cambian: el propio por el del protagonista, David Bendinger; el de su hermano Israel Yehoshua, once años mayor que él, por Aarón; así como las mujeres con las que se relaciona el chico, Sonia, Minna y Edusha (todas ellas más mayores y experimentadas que David) por otras tantas de distintas novelas. En fin, aquí se repite todo, pero como lo cuenta con esa maestría, nunca cansa.
 Porque Isaac Bashevis Singer no es sólo un narrador de experiencias concretas, sino un pensador de la existencia humana en el sentido más amplio de la expresión. Afortunadamente, un servidor ha tenido una vida mucho más cómoda (y, tal vez, aburrida) que la del propio Isaac Bashevis, pero los avatares y zozobras por las que he pasado no se alejan mucho de las de sus personajes. El talento del autor para retratar la psicología de sus personajes es lo que lo eleva a niveles sólo alcanzados por un puñado de escritores de todos los tiempos. Los personajes de Singer sufren por cada poro de su piel; los remordimientos que tienen, producto del choque cultural del que hablaba antes, de la educación ortodoxa y el mundo moderno; los sentimientos de culpa, pesados como yunques, que los atribulan... Todo eso convierte a los personajes en criaturas tan verosímiles como el propio lector, que empatiza inmediatamente con ellos.
 Toda vez que no soy dado a releer, me entristece un tanto pensar que quizá no vaya a disfrutar de nuevo del asombroso arte literario de Isaac Bashevis Singer. Esperemos que los traductores nos faciliten a los lectores hispanohablantes disfrutar del manjar de este autor. Por cierto, siempre olvido hacer mención a los traductores: El certificado fue traducido al castellano por Teresa Snajer, pero quiero alabar especialmente a Rhoda Henelde Abecasís, extraordinaria traductora del yidis al español, quien, además, firma un acertado epílogo de la novela. Son muchas las obras que esta traductora y su marido, Jacob Abecasís han traducido a lo largo de los años de los grandes autores en lengua yidis, especialmente de los hermanos Singer. Sin traductores tan excelsos como el matrimonio Abecasís nos hubiéramos perdido la literatura en yidis; nunca está mal acordarnos de ellos y alabar justamente su importantísima labor. Desde este humilde blog, envío un caluroso abrazo virtual a estos y otros importantes traductores.

Equinoccio de otoño.

Kandinsky, Wassily. (1908). Otoño en Baviera. (Óleo sobre cartón). Museo de arte moderno y contemporáneo, Estrasburgo.
Imagen tomada de Wikimedia Commons

miércoles, 17 de septiembre de 2025

"Reunión de bachilleres", de Franz Werfel.

  Franz Werfel (1890-1945) pertenece a esa augusta nómina de escritores austrohúngaros (él era étnicamente judío, checo de nacimiento, pero de lengua alemana) que vivió la caída del imperio de los Habsburgo tras la Guerra del 14 como el fin de unos bonancibles tiempos y la llegada de otros más angustiosos. Al ser identificable por el nacionalsocialismo como judío, aunque no practicara religión alguna, huyó de Austria en 1938, primero a Francia y luego a Estados Unidos. Su situación social en Viena, hasta esa época, claro, no debió ser empero mala, pues disfrutó de una cierta fama como escritor y casó con la viuda del gran compositor Gustav Mahler, Alma, once años mayor que Werfel. Ganó parte de esa fama por una de las narraciones más conocidas del Genocidio armenio, lo cual ha favorecido la erección de numerosas estatuas y placas conmemorativas en el país caucásico.
 De sus congéneres, quizá sea Stefan Zweig el que más se le asemeja. Ambos tienen una excelente capacidad de plasmar las emociones y sentimientos de sus personajes, especialmente cuando se trata de sentimientos de culpa o de miedo. Es precisamente el sentimiento de culpa el que domina esta novela, un sentimiento de culpa que parecía imposible en un exitoso pilar de la sociedad austriaca, un juez de instrucción. Alguien (probablemente un crítico literario) llamó a Zweig el "orfebre de los sentimientos", para alabar su destreza a la hora de describir la evolución psicológica de los protagonistas, pues bien, no sé si Werfel será también un orfebre, un platero o un mero herrero, pero no dista mucho la habilidad del praguense de la del vienés en este orden de cosas.
 Reunión de bachilleres trata de esos sentimientos de culpa en la figura de Ernst Sebastian, juez instructor, individuo satisfecho de sí mismo y de su posición social. Él es llamado a una reunión del instituto en el que estudió el Bachillerato, veinticinco años atrás, a la vez que está instruyendo el juicio contra un tal Franz Adler, que presuntamente ha asesinado a una prostituta. El nombre de este enjuiciado le trae a la memoria a otro homónimo con el que vivió aventuras adolescentes. La mayor parte de la novela consiste en la descripción de los remordimientos que atenazan al juez por haber complicado sobremanera la existencia de su compañero por puro comportamiento adolescente hasta el punto de haber convertido a uno de los mejores estudiantes del instituto en un despojo social capaz de cometer un repulsivo asesinato. Finalmente, se constatará que todo está en la cabeza de Sebastian, pues el Franz Alder que están juzgando no es el mismo que el del instituto, pero lo importante es cómo explica el autor los desasosiegos y pesadumbres de alguien que se caracterizaba por su incólume autoestima. Como decía antes, la evolución psicológica del protagonista es lo más notable de esta novela. Aquí, Werfel está al nivel de Zweig, sin duda.
 Es la primera novela que leo de Franz Werfel, y, por lo que veo, no hay mucho más disponible en bibliotecas o librerías, pero sí un pequeño puñado de novelas breves. En los próximos meses, D.m., leeré más novelas de este autor.

domingo, 14 de septiembre de 2025

"La tercera bala", de Leo Perutz.

  Cuarta novela de Perutz que leo. Y, con mucho, la peor. Parece ser que fue publicada cuando su autor sólo contaba con veintiséis o veintisiete años, con lo que puede considerarse una obra de juventud, una novela escrita cuando su personalidad de escritor todavía no se había desarrollado plenamente. No sé, se me ocurre esto, otra posibilidad es, simplemente, que la novela es rematadamente mala. Aunque, a decir verdad, ya se aprecian las características que hacen de De noche, bajo el puente de piedra o de ¿Adónde vas, manzanita? las mejores novelas que he leído del praguense. Por ejemplo, el afán de encontrar algo mágico, inexplicable o anómalo en una narración histórica que, sin ello, sería incluso anodina. Si es verdad que Perutz y Lernet-Holenia tuvieron una cierta amistad e incluso una estrecha colaboración profesional, como se insinúa actualmente, ambos pudieron optar por una literatura principalmente histórica pero que tuviera el mordiente de algo extraño, insólito, que le diera ese atractivo del que las meras narraciones históricas carecen. No sé, es eso o la inexperiencia del escritor novel.
 El argumento se sitúa en el Nuevo Mundo, en época de la conquista del Tenochtitlan azteca a manos de Hernán Cortés. La narración es en primera persona, del hidalgo Grumbach, un noble alemán al servicio del emperador Carlos V. Grumbach huye de Europa para escapar a la persecución del emperador y la imposición del catolicismo en sus dominios. En América, Grumbach y sus campesinos germanos pueden practicar su luteranismo sin miedo a represalias, cultivar tierras e incluso establecer relaciones amistosas con los indios. Por cierto, un inciso, aquí Perutz ahonda en lo que se ha llamado "Leyenda negra española", esa tendencia historiográfica en la que los españoles y la cultura hispana eran pérfidos, responsables de todos los males que acaecen a la humanidad. Tan evidente es esto, que Hernán Cortés y sus tropas son descritos como animales sedientos de sangre y oro, capaces de las mayores tropelías, asesinatos, violaciones y brutalidades que un ser humano puede cometer. Frente a ellos, los alemanes son retratados como humanitarios europeos, deseosos de compartir sus conocimientos con los indios e incluso asociarse con ellos de buena fe para aumentar sus riquezas. En fin, los que me conocen saben que no soy del tipo patriotero que abunda por estos lares, con lo que estoy libre de la sospecha de tendenciosidad chovinista ante lo que es una narración puerilmente inverosímil como la que pretende imponer ahora (la de los indios, seres de luz, invadidos por salvajes europeos, demonios con forma humana). Bien, al margen de sesgos jingoístas, la narración continúa con la escasa tropa germánica tratando de defender a los indios en contra de Cortés. Para ellos han de proveerse de armas, algo que el conquistador había prohibido. Conseguirán un arcabuz del verdugo español, un tal García Navarro, el cual echará una maldición al alemán (tal vez aquí esté lo más fantástico de la novela), que consiste en que, de tres balas, una matará a Moctezuma, otra a Dalila (amante india de Grumbach) y la última al propio alemán. Grumbach, por su parte, asegurará que la primera bala matará a Cortés, la segunda al duque de Mendoza, y la tercera al verdugo. Como se ve, esto explica el título de la novela. Tras mil y un avatar, la distribución de las balas será como la maldición había predicho
Leo Perutz. Imagen tomada del sitio www.stifterhaus.at
 En fin, una novela histórica clásica, según yo la veo. El elemento fantástico, característico de Perutz, es muy débil por no decir casi inexistente. Leeré algo más de este autor para contrarrestar el mal sabor de boca que me ha dejado esta novela.

lunes, 8 de septiembre de 2025

"El ceremonial", parte cuarta, "Las malas artes".

  Y por fin, la cuarta parte de la compilación de relatos de "Folk horror" de la editorial Valdemar; la han titulado: Las malas artes, y son un poco un cajón de sastre donde caben todas las tradiciones terroríficas que se dan principalmente en el medio rural. Son cinco relatos, de Machen, Sheridan Le Fanu, M. R. James, Thomas Hardy y W. S. Whitehead.
 Comienza con Una velada junto al fuego, de M. R. James, en la que un abuelo narra a sus nietos lo que parecen ser asesinatos en rituales paganos en la Inglaterra moderna.
 Continúa con El brazo marchito, de Thomas Hardy, un excelente rechazo de hechicería, rencor y relaciones malsanas. Es, sin duda, el mejor relato de esta parte del libro, de modo que lo resumiré un poco más detalladamente: en el medio rural inglés un terrateniente tuvo un hijo ilegítimo con una lechera. Tiempo después, el terrateniente casa con una joven; la lechera, despechada y envidiosa, sueña con que la agarra por el brazo y le echa una maldición. La maldición se cumple: la joven señora queda con el brazo marchito (el brazo que, en sueños, le agarraba la lechera). Por recomendación de un hechicero local, la joven terrateniente ha de tocar con el brazo marchito el cuello de un recién ahorcado para que se "renueve la sangre". Lo hace, pero las circunstancias harán que el ahorcado sea el hijo de la lechera y el terrateniente, que se había dado a la delincuencia. La lechera, fuera de sí, le lanza otra maldición y la joven señora muere.
 El pueblo blanco, de Arthur Machen, es un relato muy "lovecraftiano" (usa criaturas ideadas por el "solitario de Providence") sobre una niña que descubre un pueblo mágico en una dimensión paralela a la real.
  En El gato blanco de Drumgunniol, Joseph Sheridan Le Fanu pergeña un cuento de terror en el que un gato blanco fantasmal se aparece a aquellos que van a morir en breve.
 Por último, Los tambores de las colinas, de W. S. Whitehead, narra los sinsabores de un diplomático británico destacado, a disgusto suyo, en una isla del Caribe recibe una cancioncilla satírica de los negros del lugar. La tonada burlona lo despide a la capital de Armenia, donde el diplomático estuvo con anterioridad. Él, de forma inconsciente, escribe una carta pidiendo su vuelta a su anterior destino; sus superiores la aceptan. Así,  como si fuera un vudú, los negros analfabetos han conseguido largar de su isla al malhadado diplomático
 En fin, otros cinco relatos de muy desigual calidad, el mejor, sin duda, el de Hardy, pero todos con su respectivo mordiente para pasar unas horas entretenido.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

"Dersu Uzala", de Vladimir Arseniev.

  Otra novela o diario de aventuras, como las del conde Almásy en el Oasis de Zarzura, los siete años en el Tíbet de Heinrich Harrer o la navegación en el "Kon-Tiki" de Thor Heyerdahl. Igual que el húngaro, el austriaco y el noruego, el ruso tampoco era un escritor profesional, lo cual, obviamente, se nota en todo momento. No son textos en los que buscar la excelencia literaria, la prosa es bastante ramplona y se centra en la narración de las aventuras, no en la descripción de personajes o en el desarrollo de temas y argumento. Con todo, ninguna de las cuatro "novelas de exploración" que he leído deja mal sabor de boca para alguien que busca un mínimo en esa calidad literaria. Tal vez los editores pulieron los textos, eliminando lo más rechazable, no sé, pero el resultado es más que aceptable.
 Dersu Uzala, todos lo sabrán ya, es el nombre de un cazador de principios de siglo XX en el confín oriental de lo que entonces era el Imperio ruso. Se trata, cuando tiene lugar la narración, de un hombre de cincuenta y tantos años, de etnia gold o nanái. Ese cazador servirá de guía por la cuenca del río Ussuri (afluente del Amur) al capitán Vladimir Arseniev y su pequeño destacamento. El libro refleja las experiencias en esa naturaleza tan agreste, así como las vivencias de todo el grupo, especialmente de Dersu, un tipo analfabeto con un inmenso corazón de oro.
 Las "aventuras vividas" (como llaman los de Grijalbo a su colección) son de una dureza extrema, la vida de Arseniev y su destacamento están en riesgo en numerosas ocasiones, principalmente por el frío terrible al que están sometidos, las agresiones de ladrones y secuestradores, así como los ataques de fieras salvajes (tigres y osos, mayormente). Las labores de  Dersu Uzala como guía son imprescindibles para la supervivencia del grupo de militares, pero lo que más destaca es su compenetración con la naturaleza. El cazador conoce cada rastro animal hasta el punto no sólo de identificar al animal, sino de asegurar cuanto tiempo pasó por allí y si puede ser cazado o no; predice también el tiempo meteorológico con una precisión asombrosa; y consigue alimento para todos los soldados. Sin embargo, lo más destacable de Dersu es su enorme humanidad: es de una sencillez inabarcable, incapaz de ejercer maldad alguna, algo que enamora a los maleados militares. La brutal severidad en la vida del cazador no lo ha convertido en un ser resentido y rencoroso, sino todo lo contrario, su amabilidad y generosidad no conoce límites, hasta el punto de poner en peligro su vida para salvar la de los otros. Así, la novela es una oda a la naturaleza y el mundo salvaje, pero también a la bondad sin doblez que frecuentemente halla su refugio en el corazón de los más humildes.
 Como tantos otros, un servidor descubrió esta extraordinaria historia a través de la película homónima de Akira Kurosawa, rodada en 1975. Tras haber leído la novela que la inspiró, sólo cabe destacar la notable fidelidad del gran director japonés, porque la gran calidad de la fotografía y de los actores ya había quedado acreditada.
 Parece ser que esta novela fue casi clásico de obligada lectura para jóvenes en Rusia desde su publicación en 1921 hasta la actualidad, independientemente de los complejos avatares políticos por los que ha pasado ese país. Y lo cierto es que lo entiendo plenamente, pues sus páginas destilan un amor a la naturaleza y a la amistad que está muy por encima de toda batahola política que siempre ha ensuciado el corazón de los hombres.