miércoles, 28 de mayo de 2025

"Nadadores en el desierto. A la búsqueda del oasis de Zarzura", de Ladislaus E. Almásy.

  Nadadores en el desierto es otro libro de viajes, semejante al que leí hace poco de Heinrich Harrer, Siete años en el Tíbet. Esta vez se trata de un aventurero, geógrafo y pionero tanto del automovilismo como de la aviación húngaro Ladislaus (o László) Almásy, quien retomó de nuevo plena actualidad hace unos decenios cuando fue protagonista de una afamada película británica, El paciente inglés. Dicha cinta se inspiraba en una novela homónima del canadiense Michael Ondaatje. De la novela hay una entrada de hace más de dos años en este humilde blog. Bien, pues, como era previsible, el personaje de la novela de Ondaatje no tiene nada que ver con el Almásy verdadero, aquél es mucho más atractivo tanto en lo físico (en la película lo encarna Ralph Fiennes) como en lo vital. No, el verdadero Almásy fue un tipo más vulgar, no el apasionado seductor de la película (se insinúa, de hecho, que era homosexual) y que se pliega a las circunstancias geopolíticas de su época (acaba siendo espía al servicio del Tercer Reich). En fin, lo habitual, ya se sabe.
 Bueno, centrándonos en el libro de viajes que he leído, su calidad literaria es francamente aceptable (mucho más alta que la de Heinrich Harrer en su Siete años en el Tíbet, de prosa más ramplona), teniendo en cuenta que es poco más que la adaptación a novela de un diario de viaje. El caso es que el bueno de Almásy es comisionado por una empresa automovilística para que pruebe sus coches (hablamos de hace  casi cien años) en el desierto líbico, además de, ya que está por ahí, topografiar de forma grosera las "manchas blancas" que tenían los mapas de la época de ese parte del norte de África. En otra ocasión, acompaña y sirve de guía a un ricachón ocioso de ese tiempo, el príncipe Ferdinand von Liechtenstein, aprendiz de aventurero, que debía aburrirse en su palacio a los pies de los Alpes. Lo cierto es que Almásy describe minuciosamente todas esas aventuras precarias (en una de ellas está a punto de perder la vida por deshidratación, al estropearse su vehículo en mitad del desierto) de un modo que hoy puede parecer atractivo e incluso envidiable. El título hace honor a unas pinturas rupestres de un resguardo de una roca que, si bien ya habían sido descubiertas, no habían sido descritas con detalle; Almásy volverá a esas pinturas y grabados prehistóricos con científicos y artistas para levantar "acta notarial" y registrarlas para la posteridad. La última parte del libro es posterior en el tiempo y hace referencia a la "Operación Salam", en plena guerra mundial (mayo de 1942) en la que la Alemania Nazi encarga a Almásy como conocedor del desierto líbico (en manos alemanas) para que introduzca dos espías en Egipto (en manos británicas).
 En todos los capítulos, y especialmente en el último, se eliminan los asuntos políticos que podrían acercar a Almásy al nacionalsocialismo (igual que con Harrer), mostrándolo como un simple aventurero y geógrafo. Es obvio que tuvo una adhesión a las políticas hitlerianas, aunque, probablemente, en los márgenes de las mismas; vamos, que se aprovechó de la coyuntura política sin, pienso yo, mostrar una fiel pertenencia ideológica. 
 Es una novela de lectura fácil, sin temas candentes, mostrándose más como un caballeroso aventurero de siglos pasados, más centrado en lo deportivo que en lo político.

domingo, 18 de mayo de 2025

"Un hijo de nuestro tiempo", de Ödön von Horváth.

 Un hijo de nuestro tiempo fue publicada en 1938, después de Juventud sin Dios, que yo leí hace cuatro años. En ésta la acción gira en torno a un profesor que corrige a un alumno cuando dice que los negros son infrahumanos y el propio centro educativo reprende al profesor; en aquélla es la vida de un joven soldado, cuya mente evoluciona de la fe ciega al descubrimiento de la libertad. Es interesante pensar que von Horváth evolucionaba, pues, pensando que podía haber chicos que habían sufrido el lavado cerebral propio del nazismo y acabaran por tener criterio propio. El resultado final, en todo caso, es desesperanzador puesto que el joven soldado muere congelado, abandonado de todos y de sí mismo.
 Desde el punto de vista formal, von Horváth tiene una prosa rapidísima, sin casi adjetivación y sin oraciones subordinadas. Es notable la "destrucción" del párrafo para convertir a las oraciones en párrafos, el resultado es, como escribí hace cuatro años, que "convierte cada frase en un proyectil infalible que golpea al lector". 
 No es una lectura fácil para aquel que tenga suficiente sensibilidad para entender la sociedad humana, de ahora y de siempre, esa sociedad adocenada y uniformada que no premia por desarrollar independencia de pensamiento sino todo lo contrario. Así, los centros educativos (todos, desde la guardería hasta la universidad) promueven la mediocridad y la homogeneidad  en lugar de la excelencia y la independencia de pensamiento entre los alumnos, creando una sociedad de borregos en lugar de una de humanos. ¡Y así nos luce el pelo!
 En Un hijo de nuestro tiempo los personajes principales están innombrados, probablemente para dar más sensación de inhumanidad y de gregarismo. El principal es el soldado que narra en primera persona, como en un diario pero sin fecha, sus experiencias desde que se alista como voluntario en el ejército alemán hasta su muerte por congelación y emaciación. En un primer momento se muestra a un chico firme en sus creencias militaristas y ultranacionalistas que ha encontrado en el ejército un lugar para huir del desempleo y el hambre; se siente superior al resto de la sociedad, aunque sea un soldado raso. El cumplimiento sistemático e inopinado de las órdenes recibidas lo tranquiliza, le permite comer y dormir; en consecuencia, considera pensar como una actitud peligrosa, algo que sus superiores ya le han inculcado. Ve en el capitán un dechado de virtudes que trata de emular, una verdadera figura paterna, tan distinta del padre biológico que  desprecia su belicosidad jingoísta. 
 En una acción bélica (según la traductora, Berta Vias Mahou, se intuye que en la Guerra Civil española, probablemente formando parte de la Legión Cóndor) es herido en un brazo, herida que lo devuelve a la cruda realidad: es despachado sin honores de su compañía, vuelve a ser un paria aunque sea con uniforme. En la misma batalla en la que fue herido el capitán murió, dándole antes una carta para su mujer. El soldado busca y entrega la carta a la mujer del capitán; al entregar la carta se entera de que el otrora valiente capitán en realidad se había suicidado explicando en la carta que se habían convertido en bestias que sólo sabían arrasar, robar y matar a niños y mujeres. En un arrebato de repulsa, la viuda del capitán se acuesta con el chico. Aquí, en mi opinión hay una interpretación freudiana fácil, ya que el chico veía en el capitán esa figura paterna a la que imitar, después lo mata de forma figurada al repudiarlo y se acuesta con su viuda (su madre), es decir un complejo de Edipo.
 El título de la novela se explica porque, en la carta de despedida, el capitán dice que se suicida porque es un hombre de honor, no "un hijo de nuestro tiempo" que comete todo tipo de tropelías y salvajadas.
 Tras su desmovilización, el soldado empieza a entender que ha sido utilizado, que no era más que un simple peón sacrificable en el gran ajedrez de la vida, que el supuesto honor militar no es más que la cobardía del que necesita pertenecer a un grupo para sentirse seguro, protegido.
 En un último giro de tuerca el soldado busca a una antigua amiga que trabajaba en un circo ambulante. Se entera de que ha sido despedida por quedarse embarazada. Trata de buscar explicaciones del jefe que la despidió, es un enano. La parodia de von Horváth hace que el enano se convierta en un líder (un führer) que repite las estupideces nacionalsocialistas como que el individuo carece de importancia y lo importante es el sacrificio por la patria. En definitiva, el enano grandilocuente no es otro que Adolf Hiltler.
 Finalmente, muere congelado en un parque. La última frase es lapidaria: "Piénsalo. No puedo hacer otra cosa. No fue más que un hijo de su tiempo".
 Es una extraordinaria novela, muy dura, pero muy interesante. Von Horváth muestra la estupidez de las ideologías que promueven el sacrificio del individuo en aras de la colectividad (la patria), ya sea el nacionalsocialismo o el comunismo.

Museo de Arte Africano Arellano Alonso (Universidad de Valladolid).

  Aprovechando que hoy, 18 de mayo, es el día de los museos, me he acercado a conocer el único que no conocía de la ciudad en la que vivo, el Museo de Arte Africano Arellano Alonso. Es un museo pequeño, propiedad de la Universidad de Valladolid, sito en una verdadera joya arquitectónica como es el renacentista Palacio de Santa Cruz, otrora colegio mayor y hoy sede del museo visitado y del Museo de la Universidad de Valladolid (MUVa).
 El Museo de Arte Africano está dividido en tres salas que corresponden a otras tantos tipos de arte del África subsahariana: la cultura Nok, en la cuenca del río Níger; el reino Oku, en la actual Camerún; y otra sala con monedas en forma de armas blancas, de varias zonas del África negra. De las tres, la más impresionante sin duda es la del reino Oku, tanto por la cantidad de objetos como por su calidad, con máscaras y disfraces rituales, la mayoría de aspecto zoomorfo que explican el apego de estas culturas al medio natural.
 Por cierto, para aquellos que opinan que este tipo de museos en Europa son, en realidad, reflejo de un colonialismo cultural, económico y social de Europa sobre el resto del mundo (en este caso, África), parece que el rey de este "reino de Oku" entregó esas obras voluntariamente con finalidad de intercambio cultural, no fueron expoliadas ni obtenidas por engaño. Para ello, el Museo de Arte Africano expone el documento que así lo acredita, el cual adjunto a continuación.

"Pathways", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

 

Image taken from the site www.incidentalcomics.com

Decimosexto concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por Emilia Hoving. Obras de Moberg, Prokófiev y Nielsen.

  Por motivos familiares tuve que cambiar el concierto del turno 2, el mío habitual, al turno 1, con lo que me trasladé de mi butaca de siempre en la platea par por una de las que quedaba, en en la platea impar, mucho más cerca del escenario. La experiencia fue agridulce, pues aunque la mayor cercanía a la orquesta me permitió tener una acústica mucho mejor de las cuerdas (sobre todo de los violines segundos, violas y violonchelos), tenía una pésima acústica de lo que quedaba oculto (a diferencia de mi butaca habitual, semejante en este sentido al patio de butacas, aunque esté en platea), especialmente de contrabajos, así como gran parte de la percusión. En fin, saque en conclusión que mi butaca habitual (a la que tengo cierto derecho siempre que renueve mi abono en el turno 2) tiene una acústica bastante buena a pesar de la relativa lejanía del escenario. 
 La dirección corrió a cargo de la joven batuta finlandesa Emilia Hoving y el solista invitado fue el pianista ruso Nikolay Lugansky.
 El concierto comenzó con una obra de la también finlandesa Ida Moberg (1859-1947) que, a pesar de haber vivido en esa época, se vio felizmente libre de las pérfidas influencias del atonalismo y del propio Schönberg que tanto marcó las composiciones de sus coetáneos. Tal vez porque Finlandia quedaba muy al norte, o porque se formó musicalmente en San Petersburgo, lo cierto es que la música de Moberg es mucho más natural, es verdadera música, ¡qué caramba! Combinación de ritmo y melodía, ¡música!. La Suite Amanecer en concreto es una celebración de la naturaleza en cuatro movimientos. El in crescendo del primero evidencia la salida del Sol y el aumento de la actividad natural que corresponde al amanecer. No es una pieza memorable, pero es de una calidad más que aceptable. Es la primera vez que se representa en España, lo cual también supone un hito relativamente importante para la difusión de la compositora en cuestión.
 A continuación se interpretó el Concierto para piano y orquesta nº3 de Serguéi Prokófiev, el admiradísimo autor de Pedro y el lobo, obra clave en la música culta para incitar a niños y jóvenes a su disfrute. De hecho, uno de los recuerdos más gratos que tengo de mi adolescencia es escuchar esa celebérrima obra, que identifica a cada personaje con un instrumento particular (el abuelo es el fagot, el pato es el oboe, el lobo son cornos, el pájaro es el flautín...). Es una obra amable con una función didáctica excelente, debería ser escuchada en todos los colegios para que algún niño, aunque fuera uno entre veinte, se interesara por la belleza de la música culta. En fin, el Concierto para piano y orquesta nº3 tiene menos atractivo, pero también alta calidad. Está estructurado en tres movimientos, siendo el segundo (Tema con variazioni) el más interesante, al incluir precisamente esas variaciones, alguna de las cuales con resonancias jazzísticas. El pianista ruso, Lugansky, hizo las delicias del público, especialmente con el estudio de Chopin que tocó como bis.
 Después del descanso llegó el supuesto plato fuerte, pero, al menos a este humilde servidor, le gustó mucho más Prokófiev que Nielsen. No era la primera vez que programaban al autor danés, la primera no me gustó pues, claramente, experimentaba con el dichoso atonalismo que tanto estropeó a los compositores estadounidenses y europeos continentales de principio de siglo. La Sinfonía nº5 está libre de esa lacra, afortunadamente, pero resulta francamente incómoda de escuchar. Según parece, Nielsen compuso esa sinfonía tras acabar la Primera Guerra Mundial, y, en realidad, es un recordatorio de aquella matanza, con timbales y, sobre todo, tambores, que redoblan con efecto militar a la vez que el viento-metal semejan las cornetas de un ejército. El efecto, seguramente buscado por el autor, es desasosegante cuando menos y, sí, trae a la cabeza el terrible conflicto bélico.

sábado, 17 de mayo de 2025

¡ENERGÚMENO!

  No sé si eres el simple energúmeno de siempre, gritando como un animal fuera de sí. No sé si no eres más que un viejo senil que ha perdido el poco autocontrol que tuvo. No sé si eres otro maltratador más, bravucón con los débiles y cobarde con los bravucones. Sólo sé que no quiero ser como tú ni un solo segundo de mi vida. Has sido un gran ejemplo para mí, concretamente el mal ejemplo, lo que nunca he de ser ni hacer. ¡Gracias, energúmeno!

jueves, 15 de mayo de 2025

"Tinta simpática", de Patrick Modiano.

  Reconozco mi supina ignorancia con respecto al título de esta novela breve del Premio Nobel de 2014. Nunca había escuchado ni leído la expresión "tinta simpática" queriendo decir "tinta invisible", pero el caso es que son sinónimos, de hecho, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua define tinta simpática como "composición líquida que tiene la propiedad de que no sea visible lo escrito con ella hasta el momento en que se le aplica el reactivo conveniente", es decir, tinta invisible. Y, claro, así se explica que ese título se aplique tan bien a esta novela de Modiano y, en realidad, a casi toda su producción narrativa, pues las novelas del francés presentan a personajes que van, lentamente, a medida que avanza el texto, recuperando la memoria y reconociendo a personas y lugares olvidados; es decir, los personajes van volviendo en escritura legible esa tinta invisible, esa tinta simpática.
 Y esta novela, que fue publicada en 2019, también coincide con la mayor parte de la producción literaria de Modiano en mostrar esos personajes evanescentes, como sombras del pasado que aparecen y desaparecen; también París, más como personaje en sí mismo que como paisaje es otra constante "modianesca"; el personaje principal, claro alter ego del autor, alterna la voz en primera y en tercera persona, también habitual en su narrativa.
 El argumento, grosso modo, es el que sigue: un joven aprendiz de detective, Jean Eyben es enviado a buscar información sobre una joven desaparecida, Noëlle Lefebvre, con muy pocas pistas y vagas descripciones. El joven se entrevistará con otros individuos, de edad semejante a la suya, de los que obtendrá poco más que silencios y evasivas. Esta época se alternará con la del propio Eyben diez años más tarde y otra más, ya en época digital (buscará a Noëlle y a otros en internet) con la misma escasez de resultados, apoyándose en lo escrito en una vieja libreta (otro lugar común de Modiano). Esta alternancia entre el pasado en el que el protagonista es un joven de unos dieciocho años con una época decenios posterior y el presente es también algo muy frecuente en Modiano. Finalmente, se encontrará a Noëlle, pero ya en Roma, decenios después. 
 En realidad, como  puede verse, el argumento es tan inconsistente como los propios personajes, pero, no sé muy bien por qué, la narrativa de Modiano tiene una extraña atracción que hace que se lea fácil y rápido. Se me ocurre que, desde luego, su narrativa está en las antípodas de un Dostoievski o un Tolstoi. Los personajes tienen de todo menos complejidad; sí se puede aducir que hay evolución en los mismos, sobre todo en el protagonista, pero, con todo siguen siendo muy vaporosos.
 Son lecturas sencillas, sin grandes exigencias, quizás idóneas para los tiempos que nos han tocado vivir, en los que todo parece ir demasiado rápido.

miércoles, 14 de mayo de 2025

"Una dulce venganza", de Jonas Jonasson.

  Reconozco que Los cuatro jinetes del Apocalipsis, de Blasco Ibáñez, ha sido una de las mejores novelas que he leído en los últimos tiempos. Ciertamente, tiene altibajos en la calidad, con capítulos excelsos y otros que parecen de relleno, pero la apreciación general es la de haber leído una gran novela. Ahora bien, la sensación que me ha dejado es mala debido a su dureza: Vicente Blasco Ibáñez no escatima descripciones minuciosas para retratar esa barbarie exclusivamente humana que llamamos "guerra". Para un servidor, ya entrado en años y vivencias, no son estrictamente necesarias tales detalles, ya sé que la guerra (y la violencia, en general) es la lacra más brutal que posee el "mono con pantalones", de modo que la lectura de esos pormenores me afecta sobremanera. Tanto es así, que quedo verdaderamente perturbado durante unos días. Huyendo de tan negros pensamientos me sumerjo en uno de los mejores escritores de humor contemporáneos: Jonas Jonasson, el cual ha vendido cientos de miles de ejemplares de su primera novela, El abuelo que saltó por la ventana y se largó, y que después ha continuado con novelas muy semejantes en la forma e incluso el argumento. El sueco pergeña novelas ligeras, amables y divertidas, de esas que se leen con facilidad y lo dejan a uno con una sonrisa en la cara, algo que necesitaba urgentemente tras leer a Blasco Ibáñez. Ésta es la quinta novela de Jonasson que leo: Una dulce venganza.
 El argumento, enrevesado y surrealista hasta el absurdo, se centra en cinco personajes principales: un arribista capaz de vender a su madre para hacerse rico, Víctor Svensson; una chica, víctima del anterior, que consigue rehacerse, Jenny Alderheim; un joven negro, aunque sueco, víctima también del primero, Kevin; el padre adoptivo, un masái, del anterior, Ole Mbatian; y un publicista con afán de emprendedor, Hugo Hamlin. Víctor es un tipo sin escrúpulos que casa con una joven veinte años menor que él para heredar su fortuna como hija única de un famoso marchante de arte; por otro lado, le llega un supuesto hijo natural, Kevin, al cual abandona al cumplir la mayoría de edad en mitad de la sabana africana con la intención de que sea devorado por las fieras. Pero, en un disparate bien buscado, Kevin es rescatado por un curandero masái, Ole Mbatian, que lo adopta como hijo y le enseña todos sus conocimientos de guerrero y brujo. Pasado unos años, el chico vuelve a Estocolmo (todos los viajes son, claro, absurdos y extravagantes hasta el summum), donde conocerá a Jenny y se enamorará de ella. La casualidad ideada por Jonasson hace que se junten dos víctimas del mismo criminal, y, claro, ya aprovechan para concebir una venganza. Casualmente, un publicista echado para adelante, acaba de crear una empresa justo con ese mismo fin; esa empresa da nombre a la novela, pues es "Dulce venganza S.A.", y, como su nombre explica, ofrece venganzas a rencorosos por un módico precio. Los tres entran en contacto y planean la represalia contra Víctor. Para aumentar el follón, el padre adoptivo de Kevin, Ole Mbatian, un masái con túnica y lanza, se planta en Estocolmo para buscar a su hijo. La realización de la vendetta y el reparto de los dividendos ocupa el resto de la novela.
 Es, pues, una novela de embrollo, de corte surrealista, con una prosa rápida, casi periodística, al igual que las otras novelas del autor sueco. En otras circunstancias igual no me hubiera gustado tanto, pero tras Los cuatro jinetes del Apocalipsis, me ha parecido una delicia. Jonasson tiene una sexta novela publicada en español, La pitonisa y el idiota, que, probablemente, leeré en un futuro próximo.

sábado, 10 de mayo de 2025

"Los cuatro jinetes del Apocalipsis", de Vicente Blasco Ibáñez.

  Leí a Blasco Ibáñez en mi primera juventud, tal vez con diecinueve o veinte años, quizá demasiado joven. Recuerdo bien Entre naranjos y Cañas y barro. No me gustaron mucho. Me pareció demasiado tétrico y sórdidas las vidas de aquellos valencianos, ya fueran de clase alta, como en la primera novela citada, o de clase baja, como en la segunda. Ese costumbrismo realista con tintes tremendistas no encajaba bien a la edad tenía en aquel entonces. Sin embargo, sí recuerdo una calidad evidente en la descripción de personajes y paisajes, así como en la narración de vidas más o menos sencillas. Ahora he leído Los cuatro jinetes del Apocalipsis, novela que no tiene que nada que ver con su Valencia natal (está ambientada en Argentina, París y la ficticia localidad de Villeblanche, a orillas del Marne), pero sí contiene un cierto tremendismo. Es, claramente, una novela antibelicista, toda vez que muestra el salvajismo, la barbarie y la sinrazón de la guerra en toda su crudeza. Tal vez no haya una condena explícita de la guerra, pero el hecho de no escatimar la más mínima descripción de los asesinatos, desmembramientos, agonías y brutalidades que se producen en la batalla lleva a cualquier alma sensata y sensible (aquí está quizá el problema, que éstas son minoría en la humanidad) a aborrecer el belicismo.
 El argumento que pergeña Blasco Ibáñez para denunciar el militarismo y la guerra es muy sencillo pero eficaz: la lucha fratricida que es todo conflicto armado particularizado en una misma familia, los Desnoyers-Hartrott. A partir de un emigrante español, Madariaga, se inicia la infeliz familia. Éste tendrá dos hijas que casarán con sendos emigrantes, uno francés, Desnoyers, y otro alemán, Hartrott. Los hijos de éstos, nietos, por tanto, del español, se acabarán enfrentando y matando en las trincheras franco-prusianas en la Primera Guerra Mundial. Pero el autor se fija principalmente en la rama francesa de la familia, encabezada por Marcelo Desnoyers, el emigrante francés que casará en Argentina con una de las hijas de Madariaga. Marcelo volverá a su país en los inicios de la contienda y será protagonista destacado cuando, viviendo en su castillo de Villeblanche, a orillas del río Marne, se convierta en rehén de las tropas prusianas. El hijo de Marcelo, Julio, argentino de nacimiento, también volverá al país de origen paterno, pero con finalidad muy distinta, para vivir la vida bohemia y juerguista de París, hasta que, ya bien mediada la guerra, se alistará y acabará muriendo en una cenagosa trinchera.
 La narración es lenta, prolija a veces por la cantidad de detalles personales que se aportan, algunos de los cuales no son imprescindibles para narrar la trama. Se puede percibir altibajos en la calidad de la novela. Ésta está dividida en tres partes, con cinco capítulos cada una de ellas; los capítulos finales de cada parte son, sin duda, los mejores, en ellos se resume lo ocurrido en los anteriores y se utiliza a un personaje para dar lo que probablemente sea la opinión del autor. Uno de esos personajes secundarios de gran aprovechamiento es el ruso Tchernoff, vecino de Julio Desnoyers en París, que, con la mente fría, hace el análisis más certero de la impiedad humana, así como del origen de la violencia en los distintos países en contienda, especialmente de Prusia. El último capítulo de la novela es casi un epítome de la misma, pues, ante la tumba de su hijo Julio y la de cientos de jóvenes franceses, Marcelo Desnoyers repudia la bestialidad de la guerra que ha destruido la familia.
 Es una gran novela, furibundamente antibelicista a través de la descripción cruda de la barbarie, tanto que para una sensibilidad refinada como la del que esto escribe supone un golpe duro, brutal. Buscaré horizontes más amables en un futuro próximo.

Decimoquinto concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por Pierre Bleuse. Obras de Chaikovski y Bohuslav Martinu.

  Ayer fue el día de Chaikovski en el Auditorio Miguel Delibes. Tal vez fue para celebrar el ochenta y cinco aniversario de su nacimiento (el 7 de mayo de 1840), o quizá porque siempre es buen momento para que una orquesta sinfónica represente sus obras. Lo cierto es que comenzó el concierto con la obertura de Romeo y Julieta y terminó con la Sinfonía nº6, "Patética", dos obras cumbre del atribulado compositor ruso. Es por ello que la obra del compositor búlgaro Bohuslav Martinu quedó un tanto desleída entre tan magnas creaciones. El director de ayer no fue el habitual, sino el francés Pierre Bleuse, mientras que el solista invitado fue el oboísta granadino Ramón Ortega Quero.
 Chaikovski compuso su Romeo y Julieta inspirándose en la tragedia de Shakespeare, construyendo una obra de un dramatismo y una emotividad extraordinarias. En verdad, cuando una orquesta sinfónica alcanza su clímax es con una sinfonía del periodo Romántico, cuando más músicos hay en su formación y más contrastantes son sus melodías y ritmos. La obertura-fantasía de Romeo y Julieta es un ejemplo claro, con melodías melosas de gran belleza contrastando con enérgicas y apabullantes frases musicales. Es otra de esas obras que casi todo el mundo, incluso los que jamás escucharon música culta, recuerdan haber tarareado alguna vez. La obertura acaba tras un clímax marcado por el redoble de los timbales, acabando así abruptamente, recordando la trágica muerte de los dos amantes.
 Y, como antes decía, entre Chaikovski y Chaikovski tocó Martinu. Y, claro, resulta un poco injusto meter una pequeña obra (el Concierto para oboe y pequeña orquesta) entre dos producciones de la calidad de Chaikovski. Además, el concierto de Bohuslav Martinu, en mi humilde opinión, peca de una cierta pusilanimidad, pues no contiene ni frases musicales potentes ni especialmente bellas. El desempeño del oboísta Ramón Ortega fue el correcto para una obra que no exigía excesivos virtuosismos.
 Pero después del descanso, mis queridos amigos, volvió Chaikovski con una de sus obras más celebradas y excepcionales, la Sinfonía nº6, la Sinfonía patética, vamos. Parece ser que el propio compositor no estaba muy satisfecho con ese sobrenombre, propuesto por su hermano Modest, pero lo cierto es que ha calado hasta la actualidad. En todo caso, con el diccionario de la RAE en la mano, patético se define como "que conmueve profundamente o causa un gran dolor o tristeza". Bueno, pues me quedo con la primera parte, pues está claro que la Sinfonía patética de Chaikovski conmueve profundamente. Está, como toda sinfonía romántica, dividida en cuatro movimientos: el primero, Adagio- Allegro ma non troppo tiene un solo de fagot que luego se acompaña de contrabajos y que nos introduce a un mundo de sombría desesperación, tema que se repite ya con la participación de toda la orquesta; el segundo movimiento, Allegro con grazia, es una danza que, por lo visto, el propio compositor denominó como un "vals a cinco tiempos"; pero el tercer movimiento, ¡ay, el tercer movimiento, amigos! Es un brillantísimo scherzo que va in crescendo hasta acabar con un tutti verdaderamente apabullante; el cuarto movimiento, Finale, adagio lamentoso es un anticlímax, que vuelve al tono lúgubre del primer movimiento. Muchos musicólogos han aducido la extraña estructuración de Chaikovski, que probablemente hubiera hecho mucho mejor si hubiese cambiado el orden de los últimos dos movimientos, pero, de nuevo, en ese caso esta sinfonía no hubiese sido "la patética", ni Chaikovski hubiera sido el atribulado y genial compositor que se suicidó con cincuenta y tres años.

viernes, 9 de mayo de 2025

"Invictus", de William Ernest Henley.

  Otro poema conocidísimo, especialmente en el ámbito anglosajón, es Invictus, del inglés William Ernest Henley, con fragmentos que todos conocen y que son declaraciones furibundas de independencia y autoafirmación. Suena un poco menos ñoño que el de Kipling, pero también tiene su dosis de ingenuidad.

Invictus

Out of the night that covers me,
      Black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
      For my unconquerable soul.

In the fell clutch of circumstance
      I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
      My head is bloody, but unbowed.

Beyond this place of wrath and tears
      Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
      Finds and shall find me unafraid.

It matters not how strait the gate,
      How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate,
      I am the captain of my soul.

"If", de Rudyard Kipling.

  La verdad es que el poema es bueno (teniendo en cuenta cuándo fue escrito y las circunstancias sociales que promovían un tipo clásico, ya desfasado, de la virilidad), pero ha sido tantísimas veces utilizado torticeramente por imbéciles autoritarios de todo pelo, que leído ahora parece más rancio y anticuado si cabe. Con todo esto, si conseguimos librarnos de las influencias posteriores al poema, podremos disfrutar de algo típico de Kipling, un tanto ingenuo para nuestra época, pero con esa belleza exótica (como la de El libro de la selva) que tan bien sabía plasmar el británico. 

IF

If you can keep your head when all about you
   Are you losing theirs and blaming it on you,
If you can trust yourself when all men doubt you,
   But make allowance for their doubting too;
If you can wait and no be tired of waiting,
   Or being lied about, don't deal in lies,
Or being hated, don’t give way to hating,
    And yet don’t look too good, nor talk too wise:

If you can dream—and not make dreams your master;   
    If you can think—and not make thoughts your aim;   
If you can meet with Triumph and Disaster
    And treat those two impostors just the same;   
If you can bear to hear the truth you’ve spoken
    Twisted by knaves to make a trap for fools,
Or watch the things you gave your life to, broken,
    And stoop and build ’em up with worn-out tools:

If you can make one heap of all your winnings
    And risk it on one turn of pitch-and-toss,
And lose, and start again at your beginnings
    And never breathe a word about your loss;
If you can force your heart and nerve and sinew
    To serve your turn long after they are gone,   
And so hold on when there is nothing in you
    Except the Will which says to them: ‘Hold on!’

If you can talk with crowds and keep your virtue,   
    Or walk with Kings—nor lose the common touch,
If neither foes nor loving friends can hurt you,
    If all men count with you, but none too much;
If you can fill the unforgiving minute
    With sixty seconds’ worth of distance run,   
Yours is the Earth and everything that’s in it,   
    And—which is more—you’ll be a Man, my son!

jueves, 8 de mayo de 2025

Tremenda paráfrasis de la guerra, por Vicente Blasco Ibáñez.

  Millares y millares estaban ocultos para siempre en las entrañas de una tierra mojada por su baba agónica, tierra fatal que al recibir una lluvia de proyectiles devolvía como cosecha matorrales de cruces.