martes, 8 de abril de 2025

"Purgatorio", segunda parte de la "Divina Comedia", de Dante Alighieri.

  Segunda parte de La Divina Comedia, igualmente escrita originalmente en dialecto toscano. Sigo leyendo la versión prosificada al castellano y comentada por Ángel Chiclana que edita Austral, y sigo pensando que es necesario los comentarios, toda vez que muchos de los ejemplos que pone Dante tanto de los pecados capitales como de las correspondientes virtudes teologales son personajes contemporáneos al bardo toscano, muchos de los cuales fueron figuras muy importantes en su época pero que hoy han quedado arrumbados por la Historia.
 A diferencia de lo que ocurría en el Infierno, en el Purgatorio Dante y Virgilio ascienden por una suerte de mina subterránea hasta llegar a la superficie, que será el Paraíso. Los cánticos están ordenados en siete círculos, tantos como pecados capitales, yendo del más grave, la soberbia, al menos, la lujuria (que es tomada como el "amor excesivo"). En todas los círculos se encuentran con almas en pena que purgan sus culpas y pecados terrenales, ascendiendo lentamente hacia el Paraíso, algo que tenían vedado en el Infierno. Como decía antes, con cada círculo se comentan casos coetáneos a Dante (y algunos anteriores) tanto de pecado como de virtud, cómo éstos y aquéllos cometieron sus faltas o acertaron en su comportamiento y cómo, en consecuencia, están pagando en la actualidad.
 Antes de llegar al Purgatorio pasan por el "Antepurgatorio", donde están los excomulgados y aquellos que se arrepintieron demasiado tarde. También están entre otros los que no recibieron la unción de enfermos antes de morir. El último estado del "Antepurgatorio" es el "valle ameno" en el que están los que estuvieron apegados a la gloria terrena más que a la búsqueda de la salvación eterna.
 En el primer círculo del Purgatorio, las almas en pena están en el suelo, para que todos las pisen, forma brutal de humillación para quienes cayeron en el peor de los pecados capitales, la soberbia.
 Un punto muy interesante se describe en el capítulo decimoséptimo, cuando Dante y Virgilio pasan del tercer círculo del Purgatorio, el de los iracundos, al cuarto, el de los perezosos. En ese tránsito explica Virgilio cómo están las almas en el Purgatorio: no es por el pecado cometido, como en el Infierno, sino por la tendencia pecaminosa. La tendencia del ser humano es a amar, puede haber amores naturales (que no están sujetos a error) o amor de elección (sujetos a error); entre los amores de elección se puede equivocar por tres motivos: 1) por su objeto, amar a algo equivocado, como desear mal al prójimo (son la envidia, la soberbia y la ira); 2) por negligencia y poca energía en la tendencia hacia el bien (la pereza); 3) y por exceso de amor hacia los falsos bienes (avaricia, gula y lujuria).
 Pasando por los distintos círculos del Purgatorio pasan, pues, por los siete pecados capitales (soberbia, envidia, ira, pereza, avaricia, gula y lujuria) con ejemplos y explicaciones. Las almas en pena están en distinta situación, igual que antes decía de las almas de los soberbios que eran pisoteadas, las almas de los glotones están esqueléticas, mientras que dentro de las almas de los lujuriosos hay algunas que caminan en dirección contraria, son los sodomitas.
 Al salir del Purgatorio a la superficie (el Paraíso terrenal) Dante y Virgilio han de atravesar el río Leteo, río del Hades cuyas aguas hacían perder la memoria a quienes las bebían, pero antes Dante se reencuentra con su amada Beatriz (que, en realidad, representa a la fe cristiana) y se confiesa ante ella.
 En fin, el Purgatorio de la Divina Comedia, al igual que el Infierno, contiene aspectos atemporales que afectan a todos los hombres por igual sean cuales sean sus épocas vividas, aunque también tiene su aspecto coyuntural cuando pone ejemplos que están circunscritos a una época y lugar determinados (la Toscana medieval).

"La hierba de las noches", de Patrick Modiano.

  Modiano es uno de esos escritores al cual uno reconoce en cuanto ha leído un par de páginas: su permanente ambientación en París, hasta el punto de que la capital del Sena se convierte en un personaje más de la novela; los personajes juveniles un tanto evanescentes, como memorias ya desleídas; las analepsis y prolepsis del personaje principal, frecuentemente un alter ego del autor; los esfuerzos del protagonista por recordar hechos acaecidos decenios atrás... Esas características son omnipresentes en Modiano, y no iba a ser menos en La hierba de las noches.
 La hierba de las noches es una novela breve, el formato más frecuente del autor, que también está ambientada durante la ocupación nazi de París (otra característica más a sumar a los anteriores), aunque Modiano naciera en 1945, recién terminada la contienda. El protagonista, Jean, se narra a sí mismo y a un grupo de personas en tres momentos concretos de su vida: el París bajo ocupación, a sus escasos veinte años; unos pocos años después, pero todavía en época juvenil; y cincuenta años después, ya en la vejez del protagonista, desaparecidos casi todos los otros personajes. Los tres momentos se alternan en esas analepsis y prolepsis que antes decía, de un modo inteligente para mantener al lector en una cierta intriga que se aclarará, parcialmente, al final de la novela. En el periodo más antiguo, Jean tiene una relación de pareja (contada muy superficialmente, de hecho, se supone que es de pareja, pero podría ser una simple amistad) con una tal Dannie, la cual, a su vez, mantiene relación con tipos un tanto sospechosos, como el marroquí Aghamouri, Gérard Marciano, Duweltz o Paul Chastagnier. Estos cuatro, desde un principio, son retratados someramente, para que el lector tenga dudas sobre su honorabilidad. En el segundo periodo, ya desaparecida Dannie, aparece el policía Langlais, que interroga a Jean sobre su relación con los otros, aunque siempre da a entender que comprende que el chico no estaba en el grupo de forma "oficial". Por último, en el presente, lo que más ocupa en la novela, Jean, ya anciano, rememora sus relaciones con la chica y sus compinches, como un amnésico parcial trata de recordar hechos, de entresacar recuerdos de la neblina. Precisamente a este último periodo pertenece las últimas páginas del relato, en las que Jean se encuentra casualmente con Langlais, y el policía le entrega un dossier sobre todos ellos, aclarándose, como decía antes, la realidad de aquel grupo humano.
 Ciertamente, en las novelas de Modiano la acción no es trepidante, no hay hechos tremendos que sobresalten al lector. Las malas andanzas de los protagonistas suelen ser pequeños delitos que acaban quedando en habituales conflictos juveniles. Con todo, el autor sabe mantener ese suspense que lo lleva a uno al final del relato deseando saber más. Justamente el hecho de que los personajes sean corrientes y molientes, tanto como el propio lector, hace, tal vez, que nos interesemos más por ellos y sus desenlaces.

sábado, 5 de abril de 2025

Trigésimo segunda Feria del libro antiguo y de ocasión.

 
 Organizada por Alvacal (Asociación de libreros de viejo y antiguo de Castilla y León), se concentran una veintena de casetas de librerías venidas de toda la región en la Acera de Recoletos de la capital del Pisuerga. Es una pequeña oportunidad para disfrutar de ese pequeño vicio de rebuscar entre libros viejos, buscando esa joya que uno recuerda y que perdió, o aquel libro que ansió tener siempre. La verdad es que el resultado es casi siempre infructuoso, pero uno lo goza igualmente.

domingo, 30 de marzo de 2025

"Advice On Writing", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

 
Image taken from the website www.incidentalcomics.com

"Spirou y Fantasio. Integral 1961-1967", por André Franquin.

  Los que ya peinamos canas (algunos, pobres, ya ni eso) tenemos que agradecer a las editoriales, en este caso a la editorial Dib-buks, que se reediten los tebeos que leímos en nuestra infancia y adolescencia. Un servidor tiene la firme creencia de que en mi formación ha tenido mucha importancia personajes de tebeo como, por ejemplo, los inmortales Mortadelo y Filemón y otros personajes de Francisco Ibáñez; también los personajes del llamado "cómic franco-belga" me han marcado, sobre todo Tintín y estos que releo ahora, Spirou y Fantasio. A pesar de todo, los de Ibáñez tienen un mejor encaje para releer como adulto, pues son mucho más sarcásticos e irónicos que los "franco-belgas"; a veces me sorprendo de la ácida crítica social que se puede leer entre líneas en los Mortadelo y Filemón, especialmente dirigida al mundo de la política (la sustitución de la palabra "Ayuntamiento" por la expresión "Hay untamiento", por ejemplo, y otras muchas más). Eso no lo entiende un niño pequeño, el adulto, obviamente, sí. En todo caso, las historias y los personajes de los cómic franco-belga eran más ingenuos, más infantiles, pero no dejan de tener su atractivo, y para un cincuentón como yo, su nostalgia.
 La editorial Dib-buks, que, por cierto, fue comprada hace años por otra editorial un tanto aventurera, Malpaso ediciones, y está un tanto regular, reeditó las aventuras de Spirou y Fantasio en tomos denominado integral, traduciendo las de la propia editorial belga Dupuis, que fue la original para la que trabajaron dibujantes y guionistas desde nada menos que 1938. La división por años tiene que ver, claro, con motivos de mercadotecnia, pero también de los distintos dibujantes y escritores que crearon las historietas. No olvidemos que a esos personajes los creó Rob-Vel (seudónimo de Robert Velter) y luego los continuaron Franquin, Janry o Yoann, entre otros. André Franquin fue de los más dotados, tanto porque fue dibujante y guionista simultáneamente de las historietas como porque sus dibujos y guiones fueron de los mejores, francamente. André Franquin se hizo cargo de Spirou y Fantasio desde 1946 hasta 1969, años en los que crecieron muchísimo tanto en calidad como en número de lectores y dejó, sin duda alguna, las mejores historietas de estos personajes. Sin embargo, el propio Franquin se sentía como un mero continuador de la creación de Rob-Vel, a la vez que también tenía su talento como creador; de hecho hacia la primera mitad de los años sesenta del pasado siglo creó a Gastón el Gafe (Gaston Lagaffe, en francés) al cual quería dar más desarrollo. Tanto es así que en torno a 1968, André Franquin abandona a Spirou para centrarse en Gastón, aunque, sea dicho de paso, las aventuras que creó para este último fueron siempre más flojas que las de Spirou.
 El tomo que estoy reseñando incluye cuatro historietas del 61 al 67. La primera, QRN en Bretzelburg, sin duda la mejor de todas, sitúa a los protagonistas en un pequeño país centroeuropeo de aspecto germánico en el que se ha sustituido la monarquía por un gobierno dictatorial de los militares (el parecido con el Tercer Reich es innegable), y serán Spirou y Fantasio los encargados de devolver la paz y la democracia al pequeño territorio. Los Bravo Brothers es una historieta un tanto más floja que la anterior, que tiene como novedad la introducción de Gastón a la que antes hacía referencia. Los robinsones del raíl es, a mí me sorprendió mucho al verlo, no una historieta sino un serial escrito, que debió publicarse en varias veces, sustituyendo todos los dibujos por texto escrito, el cual, por cierto, tiene una calidad literaria aceptable, teniendo en cuenta que estaba destinado a niños y adolescentes. Por último, Un bebé en Champignac incluye otros personajes como Zorglub, villano reconvertido en héroe que será transfigurado en un bebé al cuidado del marqués de Champignac. En fin, cuatro aventuras (no las mejores, todo es cierto) de Spirou y Fantasio, un ejercicio de nostalgia para un tipo como yo.

sábado, 29 de marzo de 2025

"El barón Bagge", de Alexander Lernet-Holenia.

  Se dice que no debe juzgarse un libro por su portada, pero en realidad no debería juzgarse un libro hasta leer el punto final. Porque si no se corre el riesgo de lo que ha estado a punto de pasarme a mí con esta novela breve de Lernet-Holenia. Advierto a algún posible lector de este humilde blog que en las próximas líneas desvelaré y destriparé la novela en cuestión, si alguien piensa leerla, ya sabe...
 Me habían recomendado también a este autor que yo, en mi supina ignorancia, desconocía. Saqué este relato de la biblioteca con afán de ver si este tipo de aspecto desgarbado y aristocrático tenía algo que contar. De momento, tras haberlo leído, creo que seguiré indagando en su prosa, que sin ser brillante no es mala.
El barón Bagge es una novela sobre la guerra, concretamente la Primera Guerra Mundial, contienda en la que el propio Lernet-Holenia participó. En ella, contado en primera persona, el barón Bagge, a la sazón teniente del ejército austro-húngaro, se encuentra en un batallón que ha de enfrentarse a las fuerzas rusas en un territorio con nombres de resonancias magiares. En ese batallón, su comandante, el capitán Semler, parece un fanático en búsqueda desesperada de combate y medallas, mientras que el propio Bagge y otros dos oficiales optan por posturas más prudentes. Sea como fuere, no pueden desobedecer al capitán y se aprestan a buscar al enemigo. Al atravesar el río Ondava (afluente el Tisza, afluente a su vez del Danubio), en un desfiladero, caen lo que parecen ser unas piedras que alcanzan, aunque sin gran peligrosidad a la tropa y al propio barón (éste es un detalle importante, aunque no se entienda hasta el final de la novela). El batallón, no obstante sigue adelante y llega a una localidad de nombre húngaro, allí se acantonan, y, comienza el recuerdo del barón acerca de una familia que conoció en su infancia. Por ver si la encuentra, Bagge va en su busca, encontrándose, no sólo con esa familia, sino con la hija más joven de la misma, que se enamora de él. En apenas unos días, Bagge y la joven vivirán un tórrido romance y decidirán casarse antes de que el batallón tenga que reemprender la marcha. Así sucede todo, y el batallón comienza el rastreo del enemigo ruso. Los rusos aparecen. Se plantea la batalla. En medio de la refriega, el teniente es herido, recordando entre delirios cómo un par de soldados a su mando lo recogen del suelo y lo llevan a la retaguardia. Días después, Bagge despierta en un hospital, recuerda todo y todo se aclara. En realidad, cuando cruzaban el río Ondava, lo que creyeron que eran piedras que caían del desfiladero eran proyectiles de los rusos, que lo hirieron y, poco después, aniquilarían a todo el batallón, capitán y resto de oficiales incluidos. Bagge pudo ser puesto a salvo y llevado al hospital. Por tanto, toda la historia de la entrada en la ciudad húngara, la búsqueda de la familia que lo conocía, el romance con la hija más joven y su boda no fueron sino los delirios de la fiebre en el hospital. Poco después, ya recuperado, el teniente Bagge viaja a esa ciudad para conocer que la familia había sido asesinada, la joven incluida, años antes de aquel presente. 
 En esencia, ése es el argumento. Hasta casi el final de la novela, ésta es insatisfactoria, pues narra un momento de la Guerra del Catorce sin que parezca nada interesante: no es antibelicista, tampoco de corte nacionalista o patriotero, no tiene nada, en realidad. Pero he ahí ese extraordinario giro argumental que da sentido a todo lo anterior, que supone una grata sorpresa para este lector, que ya temía haberse equivocado con el autor. . Seguiré leyendo a Lernet-Holenia.

Decimotercer concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Martínez Burgos, Beethoven y Brahms.

  La OSCyL estuvo ayer conducida por el director cántabro Jaime Martín, mientras que el interprete solista fue el pianista polaco Piotr Anderszewski. 
 Para abrir boca (poco, la verdad) se interpretó la obra Liminalis del compositor madrileño Manuel Martínez Burgos. Esta obra fue ideada, al parecer, para septeto (contrabajo, chelo, viola, violín, clarinete, fagot y trompa), luego adaptado por el autor (un tipo de exactamente la misma edad de quien esto escribe) para orquesta de cámara de dieciocho intérpretes, y finalmente, encargo de la OSCyL, para una orquesta sinfónica completa. No quiero ser injusto, pero es una de las obras más anodinas que he escuchado. Entiendo que componer música culta en los zafios tiempos que corren, salvo que sea para bandas sonoras de películas, debe ser toda una heroicidad, pero hay muchas calidades. La obra de Martínez Burgos deja absolutamente indiferente, no es que esté mal, pero no se encuentra ni una sola melodía que sea memorable. Precisamente, dice la musicóloga Raquel Aller que "el compositor recurre a procedimientos de difuminación del sonido que crean un atmósfera sonora llena de magia"; yo, la verdad, no sentí la magia por ningún lado. Por otro lado, el propio autor asevera: "Liminalis explora esta idea de existencia en el umbral, de ambigüedad y desorientación"; sí, así me quedé yo, desorientado. En fin, no fui yo el único que quedó un tanto decepcionado, la ovación del respetable más parecía por obligación que por gusto, aun cuando el autor estaba en la sala y subió a saludar.
 Pero luego todo mejoró. Y es que con Beethoven y Brahms, un Martínez Burgos... En fin, las comparaciones son odiosas. De Beethoven se interpretó el Concierto para piano y orquesta nº1 en do mayor, opus 15, una pieza maravillosa de la cual el genial sordo no llegaba a estar plenamente orgulloso, según se dice. Pertenece este concierto al primer periodo del compositor de Bonn, aquél en el que las líneas clasicistas todavía se imponen, tanto en la forma, en este caso con los tres movimientos típicos del concierto; como en la melodía, con frases claras y equilibradas; y en la armonía, con una tonalidad plenamente concordante. Vamos, el abc de la música clásica. Y es, para el oyente con sensibilidad, una pequeña maravilla (digo pequeña para diferenciarla de las grandes maravillas sinfónicas del mismo autor, claro). El virtuosismo del pianista polaco, Piotr Anderszewski, encajó perfectamente con la obra, dándole al conjunto esa sensación tan agradable que permite al espectador "sentirse como en casa" con las amables melodías clasicistas.
 Pero tras el descanso esa armonía clasicista se rompe (tan solo un poco, respetando las normas del buen gusto, claro) con la Sinfonía nº2 en re mayor, opus 73 de Johannes Brahms. Sí, quizás lo que acabo de decir es un tanto exagerado, toda vez que Brahms, por mucho que sea un compositor claramente romántico, perteneció a ese grupo más conservador, más apegado a las normas clasicistas, y, por supuesto, fue un gran admirador de Beethoven. A diferencia, ya sabemos, de otros compositores románticos que rompieron el formalismo clasicista, como Liszt o el propio Wagner. De hecho, la Sinfonía nº2  de Brahms mantiene los cuatro movimientos clásicos, con el contraste rítmico marcado entre ellos. Eso así, se aprecia esa ruptura de formas, esas melodías más expresivas, los contrastes más dinámicos que ya son propios del Romanticismo musical. Lo que ocurre es que cuando un servidor piensa (y escucha) en sinfonías, no puede olvidar las nada menos que ciento seis sinfonías de Joseph Haydn o las nueve maravillas geniales de Beethoven, mientras que éstas de Brahms quedan un tanto desdibujadas. Lamentablemente, tendemos a escuchar las obras más señeras de cada compositor, algo humanamente comprensible, y en el caso de Johannes Brahms no podemos olvidar las Danzas húngaras o el Réquiem alemán, e incluso entre sus sinfonías son mucho más recordadas las Nº1 y Nº4, que la Nº2. De nuevo, la musicóloga Raquel Aller, en el programa de mano del concierto de anoche, afirmaba que "fue escrita entre los meses de junio y octubre de 1877, durante una estancia estival en Pörtschach am Wörthersee, a los pies de un bonito lago en los Alpes austríacos. Este entorno relajado y rodeado de un bello paisaje encaja perfectamente con la descripción que tradicionalmente se ha hecho de esta sinfonía, de la que se ha resaltado su carácter pastora, comparándola incluso con la Sexta sinfonía de Beethoven". Bueno, me parece un tanto desproporcionado comparar la Sinfonía nº2 de Brahms con la Sexta  de Beethoven, yo, en realidad, no he visto ese aspecto beneficioso de la naturaleza en la obra de Brahms, mientras que en la de Beethoven es evidente en todo momento. Hay que entender, eso sí, que siendo una sinfonía romántica tenga una expresividad mucho mayor que si fuera del periodo clásico, con lo que tendemos a buscar explicaciones que no siempre se ajustan a la realidad. En todo caso, la obra de Brahms y su excelente interpretación por la OSCyL, dirigida por Jaime Martín, dejó un más que exquisito sabor de boca en el Auditorio Miguel Delibes en el día de ayer.
 En fin, otro concierto más de la temporada de la OSCyL, con su calidad excelsa habitual. Ya más de dos terceras partes de la misma recorrida. Nos acercamos ya a la interpretación de la Sexta sinfonía de Beethoven (que será, D.M. el próximo día 12 de abril). ¡Qué ganas!

miércoles, 26 de marzo de 2025

"Siete años en el Tíbet", de Heinrich Harrer.

  Tras los Zweig (tanto Arnold como Stefan), Calvino o Modiano, leo algo más ligero, un libro de viajes, uno de los más famosos, especialmente en Austria y los países de habla germana. Su autor, Heinrich Harrer, pasó en pocos decenios de gran héroe patrio, capaz de notables hazañas deportivas, brillante documentalista de una de las regiones menos conocidas del planeta a ser un canalla, amigo personal de Heinrich Himmler y perteneciente a la organización humana más brutal de la historia reciente de Europa, las SS.
 Y es que nadie es bueno ni malo, todos tenemos defectos y virtudes, y elevar a las alturas a un hijo de Adán tiene efectos secundarios seguros, cuando se demuestra que también en él se encuentra la mácula perniciosa. 
 Heinrich Harrer fue un famoso alpinista austriaco de la década de los años treinta del siglo pasado. A sus hazañas en Europa se iban a sumar otras en Asia, concretamente en el Himalaya, pero se cruzó la guerra y todo se demoró, como dice el título de la novela, siete años. Siete años viviendo en el Tíbet, en aquella época, país independiente, que luego sería conquistado manu militari por la China comunista. Harrer escribió este libro ya en los años cincuenta, cuando no sólo se había reducido a polvo y escombros el Tercer Reich, sino que se había sacado a la luz pública las barbaridades cometidas por Hitler y sus secuaces. En el texto, Harrer escamotea hábilmente la fuente de financiación de su expedición al Himalaya, abrigándose al socaire del romanticismo deportivo y el interés cultural y etnográfico, cuando es de todos conocido que en la paranoia racista nazi se buscaba un origen cuasi divino a la raza aria, especialmente en los lugares más alejados del globo. Vamos, que Heinrich Himmler en persona (uno de los personajes más terribles del pasado siglo, líder de las SS y artífice directo del Holocausto) encargó a unos afamados alpinistas, entre ellos, Harrer, alcanzar el Himalaya y entrar en contacto con la población tibetana, nepalí y mongol, regándoles con ingentes cantidades de dinero. Harrer se excusó diciendo que habría aceptado dinero de quien fuera para poder escalar, pero lo cierto es que Himmler no le encargó escalar, sino, como digo, estudiar esas poblaciones humanas, lo que hizo, aunque de forma más complicada y trastabillada de lo planeado.
 Desde el punto de vista formal, Siete años en el Tíbet es pura literatura de viajes, es decir, es una prosa ligera, sin florituras semánticas, no hay apenas frases subordinadas, escasa adjetivación... Se lee, por tanto, rápido, dejando un regusto un tanto infantiloide.
 El argumento ya es sabido: una expedición de alpinistas austriacos (Harrer en todo momento se reconoce alemán, esto también tiene un sesgo político) tiene como finalidad alcanzar el Himalaya (nunca se dice que pico quieren conquistar, probablemente porque nunca se intentaría ninguno), pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial los detiene en India, en aquel momento bajo administración británica, por lo que son detenidos y encerrados en un campo de concentración (el autor reconoce que el trato recibido en el campo de concentración por sus captores británicos es exquisito en todos los sentidos). Aquí haré un inciso para plantear una duda: ¿fue la expedición detenida simplemente por ser ciudadanos alemanes o porque eran miembros de las SS y tener incluso documentos y cartas de de recomendación del propio Himmler? El texto no aclara nada de esto. Bueno, en todo caso y a pesar del buen trato que reciben los prisioneros, éstos deciden escapar, y tras tres o cuatro intentos lo consiguen. Pero están en el norte de la India, y para llegar a Tíbet, país neutral e independiente en la época, han de recorrer más de dos mil quinientos kilómetros a pie por zona de alta montaña, por senderos agrestes, sin apoyo alguno, escondiéndose de sus perseguidores y consiguiendo alimentos de forma precaria. Una verdadera odisea, vamos. Meses después, extenuados, habiendo enfermado de gravedad varias veces, emaciados hasta la caquexia llegan a Lhasa, la capital de Tíbet. Allí, sin embargo, son bienvenidos, tratados incluso con deferencia, tanto que Heinrich Harrer acaba siendo preceptor del joven Dalai Lama. Las vivencias del austriaco con los tibetanos, el descubrimiento de su cultura, tradiciones y costumbres supone el corpus principal del libro. Al final del mismo, tratado de forma somera, se narra la invasión militar China y la destrucción de la cultura tibetana.
 En fin, la novela, ya digo, no está mal, es el típico libro de viajes, ligerito y entretenido, al que no se puede pedir gran cosa. No voy a ocultar que las peripecias del tal Harrer se pusieron de moda a finales de los noventa con la película homónima dirigida por Jean-Jacques Annaud y protagonizada por un famoso actor estadounidense al que no nombraré en este blog. La película tiene, en el argumento general, muchas semejanzas con el libro, pero también diferencias, como es el hecho de narrar la invasión china con un detalle extremo, destacando la brutalidad de los militares chinos, aspecto que en ningún momento se refiere en la novela.

domingo, 23 de marzo de 2025

Decimosegundo concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Smetana, Kilar y Dvorák.

  El concierto de ayer fue dirigido por la batuta del polaco Krzysztof Urbánski, joven pero talentoso director de abultado currículum. El programa no podía ser más conocido y aclamado, con El Moldava de Smetana y la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák, aunque, eso sí, incluía la sorpresa no especialmente agradable de la obra de Kilar, Krzesany, en la que se incluía a numerosos niños vestidos con coloridas camisetas y que, al final de la obra, agitaron con donosura y excitación unos cascabeles. En fin, son los tiempos que corren...
 Cuando un servidor no peinaba canas sino que era un tímido adolescente apabullado por su familia y el conjunto de la sociedad que lo rodeaba empecé a encontrar en la música una suerte de bálsamo calmante que me permitía lamerme las heridas y continuar adelante, eso sí, con una muesca más en mi mortificada alma. Y de toda la música que escuchaba, mucha de ella, música pop, me deleitaba también con los poemas sinfónicos. Para un chico de no más de doce o trece años, los poemas sinfónicos eran un pedazo de música perfectamente comprensible, que le abrían los ojos a los misterios de la música culta que, de otra forma, permanecían inalcanzados. Creo que ya conté que uno de los poemas sinfónicos que más me gustaron fue el Preludio a la siesta de un fauno de Debussy, y que me llevó a comprar un CD, uno de los primeros discos de música culta que compré en mi vida; pues bien, el segundo poema sinfónico que disfruté en aquella primavera de mi vida fue El Moldava de Bedrich Smetana. Como decía, los poemas sinfónicos son especialmente comprensibles para alguien sin formación musical, en el caso de El Moldava es evidente que narra la corriente del río homónimo, desde que es un pequeño arroyo hasta que, grandioso ya, desagua al río Elba, pasando junto a una cacería en el bosque, una boda campesina o unos rápidos. La música de Smetana (como todos los buenos poemas sinfónicos) es especialmente obvia y apropiada para describir con sencillez pero también con efectividad todos estos momentos. Así pues, debo mucho a Smetana y a Debussy, pues ambos me hicieron melómano de por vida. Bien, en el concierto de ayer de la OSCyL pude rememorar aquella lejana etapa de mi vida, y de los centenares de veces que escuché el bellísimo poema sinfónico nº2 del ciclo Má Vlast, es decir, El Moldava.
 Luego tocó el contrapunto (al menos en el ámbito de la fama, y también, ahora que no me escucha nadie, de la calidad) con la obra del polaco contemporáneo Wojciech Kilar, con una obra casi desconocida, Krzesany, que está a medio camino entre la atonalidad y la música tonal. Es una obra que sorprende por su agresividad, por su disonancia, haciéndose difícil de escuchar, sobre todo después de haber escuchado las dulces melodías de El Moldava. Parece ser que el compositor polaco ideó esta obra asistiendo a una corrida de toros en España, quizá de ahí proviene la violencia musical. Además, detrás de la orquesta se situaron un sinnúmero de pequeñas criaturas humanas, con camisetas rojas, verdes, azules, amarillas, naranjas... que pertenecían a un proyecto socioeducativo de la OSCyL y del Centro Cultural Miguel Delibes. Todo muy loable y digno de admiración, pero, perdón por mi egocentrismo, no creo que apeteciera a nadie ni la obra del compositor polaco ni los coloridos niños con sus divertidos cascabeles. En fin, pido perdón por mis rarezas...
  Después del descanso, otra de las obras claves que todo el mundo aprecia, valora y disfruta: la Sinfonía nº9 en mí menor, op. 95, "Del Nuevo Mundo" de Antonín Dvorák. La Sinfonía del Nuevo Mundo es una de esas obras geniales que lo tienen todo: movimientos  vivaces en los que muchos espectadores menean el puño cual directores particulares, movimientos de adagios melosos que enamoran al más bruto, melodías memorables que todos reconocen... Es una obra estrella de la música clásica que habría que incluir en un hipotético catálogo de las obras más escuchadas y admiradas de la música culta. Cuentan los musicólogos que la vida de Dvorák no fue todo lo exitosa que uno esperaría de alguien con su enorme talento, y más por cuestiones de índole político y social que otra cosa. Dvorák pertenecía a una familia "checoparlante" en ese país tan heterogéneo, mezcla de decenas de lenguas, nacionalidades y religiones que fue el Imperio Austrohúngaro. Su música tenía un evidente componente nacionalista (en el mejor sentido, el cultural) bohemio o checo, que no encajaba bien con la nacionalidad austriaca de habla alemana que dominaba la parte norte del Imperio. Y cuentan también los musicólogos que Dvorák viajó a Estados Unidos y se encontró con un país entonces nuevo que no le importaban las estupideces nacionalistas de la vieja Europa, y que admiraban la calidad musical (hablo de las clases educadas, claro) sin pensar si el compositor era checo, austriaco, bohemio o cheroqui. Es decir, que el bueno de Dvorák fue tratado como deben ser los compositores, en función de la calidad de su música y no que hable una u otra lengua. Además, parece ser que Dvorák, amante de la naturaleza disfrutó enormemente con la contemplación de los bellos paisajes de los parques naturales de Yellowstone y Yosemite. Bueno, lo cierto es que, sea como sea, la Sinfonía del Nuevo Mundo es una obra optimista, alegre, desenfadada y a la vez enérgica y rotunda, la obra de un hombre que está en sintonía con su vida y el mundo que lo rodea, algo que, por lo visto, no conseguía sentir en su país.
 La Sinfonía nº 9 está dividida en cuatro movimientos, los dos primeros de gran dinamismo y vitalidad, Allegro molto y Allegro con fuoco que por si solos levantan al público de sus butacas; combinados con los dos intermedios, Largo y el Scherzo que contienen esas melodías melosas y amables que lo  reconcilian a uno con la vida y con la música. Ya digo, es una obra de la que todo el mundo, aunque no disfrute de la música culta, ha escuchado alguna vez, pues se ha utilizado en multitud de películas, programas de televisión, anuncios o incluso videojuegos. Es una obra genial, ya digo, que entusiasma al más frío. La OSCyL, perfectamente dirigida por Urbánski estuvo a la altura de tan insigne obra, ejecutando una interpretación francamente memorable que llevó al respetable a una ovación en pie que duró varios minutos.

jueves, 20 de marzo de 2025

Equinoccio de primavera.

Botticelli, Sandro. (1477-1478). Alegoría de la primavera. (Temple sobre tabla). Galería Uffizi, Florencia.