sábado, 15 de marzo de 2025

Undécimo concierto de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Saint-Saëns y Ravel.

  Ayer tocó compositores franceses, y especialmente relacionados, tanto en el plano profesional como en el personal. La OSCyL estuvo dirigida por Vasily Petrenko, quien lleva más de noventa conciertos al frente de la misma; la parte solista estuvo a cargo de la jovencísima pero talentosísima violinista María Dueñas, quien a sus veintidós años ha pasado ya de ser considerada niña prodigio a verdadera maestra y virtuosa.
 De Camille Saint-Saëns se programó el Concierto para violín nº3 en sí menor, op. 61 que el autor parisino compusiera para el violinista navarro Pablo Sarasate. La obra exige un virtuosismo inusual para el solista, con pasajes de enorme dificultad en sus tres movimientos. El intermedio, Andantino quasi allegretto, es el más reconocible de todos, con melodías melosas y acarameladas que hacen la delicia del público. La asombrosa pericia violinística de la granadina María Dueñas levantó al público del Miguel Delibes, "obligándola" a deleitarnos con dos bises. Es algo verdaderamente motivador ver a jóvenes y talentosos intérpretes como María ejercer su arte con tanto reconocimiento internacional, aunque la mayoría de la población nacional se idiotice con los medios de comunicación y las redes sociales.
 Tras el descanso, la obra de Maurice Ravel, Daphnis y Chloé. Aquí diré que, en mi humilde opinión, la OSCyL se equivoca al programar una obra que es música escénica para ser representada tan solo por la orquesta sinfónica. Por supuesto, el desempeño de la orquesta es excelente, pero pienso que Daphnis y Chloé fue pensada para acompañar al ballet correspondiente, no en vano el propio Ravel la subtituló como "Symphonie choréographique". Por mucho que la musicóloga Cristina Roldán afirme que "Ravel no quería que su música sirviese a la danza, sino que, por el contrario, fuese la coreografía la que se sometiese a su música", ayer se echó de menos a la otra parte de ese binomio que es toda obra escénica, en este caso, el ballet. Tampoco hubo coro mudo (coro de murmullos y vocalizaciones, sin texto), que el propio Ravel incluyó en su obra. Como consecuencia de estas ausencias, Daphnis y Chloé se hizo un tanto larga, con su casi una hora de interpretación, con momentos de gran brillantez, pero otros demasiado sutiles y anodinos porque están pensados para que acompañar a los bailarines. Así, se notó que el público por momentos se aburría con una obra representada a medias, por mucho que la orquesta diese el cien por cien de su talento. Como ya se sabe, Daphnis y Chloé se basa en el romance pastoril del autor griego Longo, del II siglo de nuestra era, en la que dos jóvenes que creen ser hermanos se enamoran uno del otro. Este amor imposible se complica con la intervención de terceras personas, como la prostituta que trata de seducir a Chloé, o unos piratas que secuestran a Daphnis. Todo se soluciona al final cuando se descubre que ambos jóvenes son adoptados por sus padres, no siendo hermanos y, por tanto, siendo posible su amor.
 En fin, con todo, un excelente concierto, una vez más. Los espectadores valoramos mucho más esta vez, al contrario de lo habitual, la primera parte, con la obra de Saint-Saëns y el virtuosismo de María Dueñas, quedando todo un poco más desleído con la obra de Ravel, que, a todas luces, pedía a gritos la participación de un ballet.

miércoles, 12 de marzo de 2025

"Bajo el sol jaguar", de Italo Calvino.

  Lo primero que leo de Calvino, también recomendación de la misma persona que me dio a conocer a Leonardo Sciascia. Bajo el sol jaguar son tres relatos, cabría llamarlos cuentos por lo imaginativos y fantasiosos que son. Fueron escritos al final de su vida, tanto que fueron publicados póstumamente, y faltan, en realidad, dos relatos. Digo esto porque son relatos relacionados con los órganos de los sentidos, y el autor sólo pudo concluir los del olfato, gusto y oído, perdiéndonos así la posibilidad de disfrutar de sus digresiones sobre la vista y el tacto. Me ha recordado sobremanera a Borges, especialmente en la capacidad de fabular a partir algo anodino y vulgar, en este caso los sentidos, pero con una imaginación y una brillantez que es muy infrecuente, sólo al alcance de unos pocos, entre los que se encontraba también el autor argentino. Otra cosa que me ha sorprendido, ésta no gratamente, es la increíblemente pésima puntuación del primer relato. No sé a qué atribuirlo, toda vez que los dos siguientes están perfectamente puntuados, con sus comas, puntos y comas y puntos en los sitios que les corresponde. En el primero, sin embargo, los signos de puntuación son prácticamente inexistentes, haciendo la lectura incómoda y sacándole a uno de la concentración necesaria. Por ejemplo, en una enumeración no se separa lo citado entre comas, verbi gratia: "y todo lo que teníamos que entender lo entendíamos con la nariz antes que con los ojos, el mamut el puercoespín la cebolla la sequía la lluvia son ante todo olores que se separan de los otros olores" (p. 20). Así, tal cual, obviamente faltan comas después de "mamut", "puercoespín", "cebolla" y "sequía". Como ese relato era lo primero que leía de Calvino he pensado que, tal vez, el autor italiano era de los que cree estar por encima de las normas, (algo así como Juan Ramón Jiménez cuando sustituía las jotas por las ges cuando ambas son homófonas), pero en los siguientes relatos, ya digo, la puntuación es correcta. ¿Error del autor que no se ha querido corregir en la traducción? ¿Error de la traductora, Aurora Bernárdez, (la viuda de Julio Cortázar)? Muy improbable. Tal vez, al ser relatos publicados póstumamente, no están lo suficientemente pulidos y no se los ha querido modificar por respeto al autor. No lo sé, pero me ha extrañado tanto que me sacaba de la lectura con frecuencia.
 Como decía, los relatos tratan de los órganos de los sentidos, dándoles un enfoque muy original. El primero, El hombre, la nariz trata, obviamente, del olfato. Ambientado en una perfumería de París, un cliente trata de encontrar el perfume que sintió en una mujer y que evocó en él todo tipo de sentimientos amorosos. La descripción que hace Italo Calvino de los olores y lo que siente el protagonista en cuestión es extraordinaria, verdaderamente, Calvino tiene un gran dominio del lenguaje. El segundo relato, Bajo el sol jaguar, se refiere al gusto. Calvino junta la muy especiada y picante comida mexicana con los rituales de sacrificios humanos precolombinos, insinuando que, tal vez, el uso de tantas especias picantes servía para disimular el fuerte sabor de la carne humana. El último relato, Un rey a la escucha, trata del oído, retratando a un rey paranoico que, postrado en su trono, escucha todo tipo de sonidos en su palacio real, intuyendo revoluciones que lo quieren deponer de su puesto a partir de simples pasos o golpes. De nuevo, Calvino muestra una originalidad que casa de forma extraordinaria con su dominio del lenguaje.
 En fin, por desgracia no tuvo tiempo para completar los cinco relatos, pero dejó tres de especial finura. Ya digo: es lo primero que leo de Calvino, pero no será lo último.

sábado, 8 de marzo de 2025

"One Life", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

 Image taken from the website www.incidentalcomics.com

"El horizonte", de Patrick Modiano.

  Otra novela breve, de esas que, aparentemente, Modiano escribe con tanta facilidad y que encajan muy bien en el gusto general de los lectores. Sin que sirva de precedente, un servidor también disfruta de los textos del autor francés. Digo "sin que sirva de precedente" porque me ufano de no leer nada contemporáneo, de leer aquello que ya ha reposado, como el buen vino, y ha dejado de ser promocionado a bombo y platillo por la industria editorial. Sigo pensando que no es mal hábito, teniendo en cuenta que la industria editorial lanza bodrios infumables que, claro está, caen en el olvido en pocos años; por el contrario, la verdadera calidad literaria perdura con el paso de los decenios y los siglos, aunque ya haya cesado la actividad editorial. En fin, creo haberlo dicho muchas veces, y muchas veces son infiel a mi propio principio. Porque es evidente que el Nobel de 2014 también está fomentado por todo lo alto por las editoriales (Anagrama en español) hasta llegar a la más pequeña librería de cualquier pequeña ciudad. Con todo, he de afirmar sin rubor que me gusta Modiano. Sé que no es un gran autor (como, por ejemplo, lo puedan ser los autores victorianos) y que no perdurará en cuanto pasen unos cuantos decenios de su deceso (que confío sea dentro de muchos años). Sin embargo, disfruto esas novelas breves con personajes evanescentes, desmemoriados que buscan recordar, marginales que no se deprimen ni tratan de cambiar sus situación social... No sé, tiene algo este Modiano...
 Argumento de El horizonte: Jean Bosmans (personaje, por cierto, utilizado frecuentemente por Modiano), joven etéreo, marginal, diríase que sin carácter conoce a Margaret Le Coz, otra joven igual de marginal. Ambos callejean por París (la capital del Sena es, una vez más, protagonista por sí misma de la novela) mientras viven situaciones laboral, social y económicamente dificultosas. Ella es de origen bretón pero nació en Berlín, vivió unos cuantos años en Suiza y busca en París una calma que no encuentra. En buena medida, la angustia de Margaret se debe a que es acosada por un pretendiente/maltratador llamado Boyaval. A la vez que se narra esto, gracias a numerosas analepsis y prolepsis, se narra un presente en el que Bosmans ya es un anciano y busca rememorar sus días con Margaret, llegando a encontrarla al final de la novela en la capital alemana.
 Ciertamente, el argumento no es excepcional, los personajes no están bien delineados ni evolucionan con el paso del tiempo, no hay giros argumentales que mantengan el suspense... No, Modiano no es un gran escritor, otro Premio Nobel que no lo merece. Y sin embargo sus novelas se leen fácil, rápido y, no sabría decir por qué, me gustan.
 En fin, tal vez sea la sencillez de su prosa lo que hace que siga leyendo a Modiano. Es un descanso intelectual, sí, como suena, se lee tan rápido y tan fácil que uno se desahoga de tanta prosa compleja. A veces lo sencillo también tiene su lugar, eso sí, de cuando en cuando.

XIX Salón del Cómic y el Manga de Castilla y León,

 
 Decimonovena edición del Salón del Cómic en Valladolid. La primera reseña que hice de este evento fue hace once años, en 2014, ya ha llovido, ya. Y sin embargo, ya en 2014 ponía un servidor en la entrada del blog que el salón del cómic tenía poco de cómic y mucho de manga, que había pocas librerías y mucho merchandising, que sobre todo había chavales de veintipocos años disfrazados de sus personajes favoritos de manga. También ponía hace catorce años que, con todo, era una importante ocasión comercial y cultural para una ciudad del tamaño de Valladolid. Hoy, en 2025, sigo firmando todo eso; más orgulloso si cabe, pues si en 2014 un servidor llevaba a una niña, mi hija, de la mano, el año pasado y éste esa niña, convertida ya en mujer, participa como artista ilustradora del salón.

miércoles, 5 de marzo de 2025

"Dies Cinerum"

 
Spitzweg, Carl. (1860). Aschermittwoch (Miércoles de ceniza). Óleo sobre lienzo. Staatsgalerie, Stuttgart. 

martes, 4 de marzo de 2025

"La disputa por el sargento Grischa", de Arnold Zweig.

  El escritor alemán de cultura y origen judíos Arnold Zweig no tiene nada que ver con el mucho más famoso Stefan Zweig, sólo coincide el apellido, poco más. Arnold huyó del nazismo temporalmente en Palestina, entonces bajo autoridad británica, pero regresó a Alemania, concretamente a la República Democrática, donde encontró acomodo social y profesional, llegando a ser presidente de la Academia de las Letras de aquel país comunista. Tan solo he leído esta novela de este Zweig, pero su prosa es muy arcaizante, teniendo en cuenta que esta novela fue escrita en el periodo de entreguerras. A mí, con esa prosa lenta, adjetivada, llena de frases subordinadas, de digresiones argumentales que ralentizan la lectura, me ha recordado, digo, a Tólstoi. En cualquier caso, a diferencia de Stefan Zweig, quien disfrutó de gran éxito profesional en la Viena imperial (del Imperio Austrohúngaro, claro), para luego huir de Europa y del nacionalsocialismo, buscando horizontes más acogedores en Brasil, aunque nunca llegó a superar  los derroteros autoritarios y belicistas que tomaba Europa, consumando su suicidio en 1942; Arnold Zweig, merced a su carné del Partido Comunista de la RDA, medró notablemente, encontrando un feliz pesebre en el ámbito académico de Alemania del Este. Arnold pasó a la historia como un escritor políticamente comprometido, denunciante del racismo, como judío; del capitalismo, como comunista; del imperialismo, como izquierdista... De hecho, esta novela se considera paradigma de la denuncia del imperialismo y militarismo prusianos. Lo cierto es que yo no he encontrado nada de ello, ahora lo explico.
 La disputa por el sargento Grischa está ambientado en la Guerra del 14, en la que el propio Zweig fue combatiente, concretamente en el lado prusiano del frente con Rusia, cuando ésta, por mor de la Revolución de 1917, se retiraba de la contienda. En esos tira y afloja, un sargento ruso, el tal Grischa, se encuentra en un campo de prisioneros prusiano; otra prisionera rusa, Babka, se enamora del desafortunado sargento, manteniendo una relación amorosa y pasional entre las alambradas. La rusa, más corajuda como mujer, convence a Grischa para que huya aprovechando la identidad de otro ruso, Byuschev y huya hacia el Este. El sargento, más pusilánime como hombre, acepta y huye con falsa identidad, pero es detenido pocos días después de vagar por los extensos bosques de Europa Oriental. Y, claro, es detenido como el tal Byuschev, quien estaba siendo buscado bajo la grave acusación de ser espía, lo que está penado con la muerte. Y así, como quien no quiere la cosa, la situación de Grischa ha pasado de estar retenido en una cómoda prisión militar en la que sólo tenía que dejar pasar el tiempo hasta la amnistía final, a ser considerado espía y estar condenado a muerte. Por supuesto, el sargento junta Roma con Santiago para demostrar su inocencia, que él es Grischa y no Byuschev, que no era espía en ningún caso. Y es ahí cuando la famosa intransigencia prusiana (aquella "cabeza cuadrada" de los alemanes) lleva a una burocracia sin fin que obliga a argumentar y contraargumentar las razones por las que Grischa ha de morir por los pecados de Byuschev, que no se puede incoar un nuevo expediente, que lo escrito, escrito está. Por otro lado, la estúpida jerarquización militar lleva a competir a dos generales prusianos entre sí, indiferentes a la suerte del sargento ruso, pero muy pendientes de su enfrentamiento personal, que no durarán en jugar con Grischa como si éste no tuviera sentimientos. Lo cierto es que el sargento acabará siendo fusilado, ante la indiferencia de una Europa que ya ha visto muchos cientos de miles de muertos; uno más, qué más da.
 En fin, la novela se hace bastante larga, a pesar de que no llega a quinientas páginas, pero su ritmo, su tempo es lento y prolijo, con muchas divagaciones y disquisiciones sobre la condición humana, el estamento militar y la estupidez del "mono con pantalones". Lo cierto es que, como antes decía, la novela no resulta especialmente antibelicista, ni antiimperialista, y si el bueno de Arnold Zweig llegó a altas cotas de poder en el ámbito académico de la República Democrática Alemana lo sería más bien por otros trabajos, supongo acertados y agudos, pero no por esta novela. Es ésta una novela interesante, valiosa, pero no excepcional. Quizá el inconfundible compromiso político comunista de Zweig que lo aupara en su momento lo ha llevado al ostracismo actual, al menos fuera de Alemania, pues no es fácil encontrar traducciones al español (por supuesto, antiguas, ya que está totalmente descatalogado) y probablemente a otras lenguas. En todo caso, sí hay una denuncia de esa burocracia sin corazón que siempre plaga todos los países y sociedades, pero mucho más cuando se encuentran inmersos en la más animalesca de las actividades humanas, la guerra.

domingo, 23 de febrero de 2025

Décimo concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de García Ascot, Nielsen y Schumann.

  En el día de ayer fue Pablo González, director asturiano, el encargado de dirigir a la OSCyL, mientras que el puesto solista, en la flauta travesera, fue para el suizo Emmanuel Pahud. Obras de la compositora madrileña Rosa García Ascot, de la llamada Generación del 27 musical; de Carl Nielsen, compositor danés a medio camino entre el Romanticismo tardío y el atonalismo; y Robert Schumann, compositor alemán plenamente romántico.
 Los musicólogos incluyen a Rosa García Ascot en el llamado Grupo de los Ocho, que engloba, por ejemplo a los dos hermanos Halffter y otros prominentes compositores que equivaldrían en música a la literaria Generación del 27, grupo que, ya se sabe, sufriría en sus carnes la Guerra Civil y una posguerra culturalmente aplastante. Tanto es así, que García Ascot se exilió al comenzar la contienda en México, regresando en 1965. La obra representada ayer por la OSCyL fue Cielo bajo, una pequeña obra sinfónica de apenas cuatro minutos, preñada de sensibilidad y refinamiento. Hay que reconocer que esta composición carece un tanto de energía y fuerza, pero presenta una delicadeza notable. A mí me recordó, salvando las diferencias de calidad a favor del inglés, a las composiciones de Ralph Vaughan Williams, ejemplo de etérea sensibilidad.
 Carl Nielsen vivió una época de cambios (¿cuándo no lo es?). Nacido en 1865, su juventud se ve inmersa en el dominio del Posromanticismo, con autores como Rajmáninov, Mahler o Bruckner, pero su madurez pertenece al Modernismo musical, que abandona lenta pero decididamente el tonalidad. A un servidor, claro está, le interesa mucho más la primera etapa, pero, desgraciadamente, ayer se interpretó el Concierto para flauta y orquesta, FS 119, escrita en 1926, que se acerca a la atonalidad (o, más bien, una cierta "experimentación tonal") que supone una digresión con la flauta que a veces rompe con el hilo general de la composición. Es por ello una obra que deja un tanto desconcertado al público, aunque se puede apreciar el virtuosismo del solista a tutiplén, en este caso al flautista Emmanuel Pahud, que se llevó un soberbio aplauso cuando, en el bis, interpretó a Debussy. 
 Ya después del descanso, el plato fuerte, Schumann, concretamente la Cuarta sinfonía en re menor. Antes de deleitarnos con la genialidad del compositor alemán, el director, Pablo González, argumentó por qué se eligió la revisión de 1851 y no la original de 1841. González adujo que la revisión posterior, también de Schumann, claro, añade a la composición inicial la fuerza juvenil, la pasión y el sentimiento desbordado que tuvo el propio Robert Schumann en sus años de juventud. Hoy, gracias a los avances de internet, es fácil escuchar las dos versiones para poder comparar, y es cierto que la revisión tiene más potencia que el original, especialmente en el primer movimiento, que tiene una genialidad difícil de alcanzar. Por contraste con éste, los movimientos intermedios son un tanto desvaídos, mientras que el cuarto y último retoma el tema principal del primero, volviendo a esa energía desbordante tan típica del Romanticismo musical. Parece ser que, ya en su época, la revisión concitó mayor entusiasmo que la versión original, quedando aquélla como la más representada, mientras que la original sólo se representa, parece ser, como comparación y poco más. En todo caso, como decía, el primer movimiento de la Cuarta sinfonía de Schumann ha quedado como ejemplo de la genialidad de este atribulado hombre, paradigma de lo que antes se conocía como el atormentado carácter del genio musical, con periodos brillantes y otros de depresión, que hoy llamamos "trastorno bipolar" y que lo llevó, tras un intento de suicidio, a morir a la temprana edad de cuarenta y seis años.
 Como conclusión diré que los que programan estos conciertos han vuelto a conseguir uno de sus objetivos principales: que sea suficientemente contrastante como para gustar a la mayor cantidad posible de público y para mostrar la variedad musical que se puede dar en apenas setenta y tantos años (los que van desde la revisión de la Cuarta sinfonía de Schumann, 1851, hasta la de Cielo bajo de García Ascot, 1924). Eso sí, programados a la inversa, para que el verdadero plato fuerte, la sinfonía de Schumann, deje el espléndido sabor de boca que dejó ayer a los espectadores del Auditorio Miguel Delibes.

domingo, 16 de febrero de 2025

"Justicia", de Friedrich Dürrenmatt.

  ¡Qué mala idea es aceptar recomendaciones en lo referente a lecturas! Al menos cuando uno tiene cincuenta y tantos años, es lector asiduo desde hace más de cuarenta y tiene una biblioteca propia de casi dos mil libros. Sí, es un error aceptar recomendaciones. No quiero ser pretencioso, sé que me dejo muchas cosas en el tintero, sé que, por ejemplo, mi manía de no leer nada contemporáneo me está privando de conocer autores valiosos e interesantes, pero, habiendo tanta calidad en lo pretérito, ¿para qué arriesgarme? Porque tengo claro que en los últimos decenios, la industria editorial es tan potente que lanza al estrellato a mediocres "juntaletras", generalmente ya famosos, tales como presentadores de televisión, personalidades destacadas... gentuza, en definitiva, que quieren dar algo de lustre cultural a su lamentable periplo vital.
 Bien, toda la parrafada anterior, un tanto agresiva, me temo, viene a cuento porque he sufrido una desilusión supina con un autor que, según parece, es muy conocido y admirado en toda Europa. El fulano en cuestión se llama Friedrich Dürrenmatt, fue un escritor suizo especializado en novela policíaca (esto ya debía haberme alertado, pues no soporto la llamada "novela negra") y vendió miles de ejemplares de sus novelas en las últimas décadas del pasado siglo. El consejo me lo dio la misma persona que me recomendó a Leonardo Sciascia, también autor de novelas policiacas, pero que me pareció de bastante calidad. Bueno, ahora he acabado de leer (con muchísimo esfuerzo, he de reconocer) Justicia, de Dürrenmatt, y me ha parecido francamente infumable.
 De Justicia no me ha gustado nada, ni el argumento, ni los temas tratados, ni la forma en que está escrita. Con respecto a esto último, a la forma, me parece una novela totalmente deslavazada, sin estructura, con una prosa pretenciosa y artificial que no consigue elevarse sobre el nivel que usaría un mal estudiante de bachillerato. Es evidente que, sobre todo en este subgénero de narrativa, las analepsis y prolepsis son necesarias para narrar hechos del pasado desde el presente, pero Dürrenmatt lo hace tan mal que no se sabe a ciencia cierta en qué momento de la narración se encuentra uno. La prosa, como decía antes, está artificialmente hinchada, resultando artificiosa y afectada. Los personajes son marginales a más no poder, que no lo critico, es muy frecuente en la literatura de las últimas décadas, pero a mí me sigue resultando incómodo leer en primera persona la vida de un alcohólico, aficionado a las prostitutas y finalmente, suicida, aunque ya sé que esto da mucho morbo a ciertos lectores. A mí, no, ninguno.
 El argumento se basa en un asesinato que no es tal como se ha contado en sede judicial. Un consejero cantonal (se supone que equivalente a un ministro o consejero autonómico aquí) ha entrado, aparentemente, en un restaurante y ha descerrajado un par de tiros a un famoso profesor universitario. El tal consejero cantonal encarga a un abogado marginal en situación de total abandono profesional y personal, el que narra todo en primera persona, Spät, para que demuestre que él no es el asesino, aunque se hubiese "autoinculpado" en el juicio. De ahí en adelante todo es un desbarrar en ámbitos marginales del abogado en cuestión, hasta descubrir la verdad. Es curioso, pero, según leo este breve resumen del argumento (que es semejante al de la contraportada del libro) parece incluso prometedor, pero puedo asegurar que está tan mal narrado que no lo es, convirtiéndose todo en una lectura farragosa y sin interés.
 Con respecto a los temas, Dürrenmatt toca algo de la sociedad suiza en su novela, especialmente los estereotipos nacionales más manidos, como ése que todos hemos escuchado según el cual Suiza es un Estado policial auspiciado por sus propios ciudadanos, o que los suizos tienen como motivo fundamental de su vida ganar dinero sin interesarse lo más mínimo por lo que pasa fuera de sus fronteras.
 En fin, creo que es una de las peores novelas que he leído en los últimos tiempos. Si he conseguido acabarla es porque apenas son más de doscientas páginas y por el afán de encontrar algo que la salve. No lo he encontrado. No recomiendo la lectura de esta novela ni de este autor.

sábado, 15 de febrero de 2025

Inciso musical: noveno concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por Hugh Wolff. Obras de Lena Frank, Shostakóvich y Sibelius.

  Ayer la OSCyL estuvo dirigida por el francés de origen estadounidense Hugh Wolf, mientras que la interpretación solista estuvo a cargo del israelí de origen ucraniano Vadim Gluzman. Las obras representadas, una vez más, notablemente contrastantes, fueron desde la contemporaneidad étnica de Gabriela Lena Frank, pasando por el vanguardismo "personalísimo" de Shostakóvich, hasta el postromantticismo de Sibelius.
 El mestizaje cultural es, claro está, beneficioso en cuanto a la creación de nuevas formas y estilos. Y muchas veces, ese mestizaje cultural se fomenta por el puro mestizaje biológico. Ese es el caso de Gabriela Lena Frank, quien, siendo estadounidense de nacimiento y crianza, tiene antecedentes lituano-judíos por su padre y peruano-chinos por su madre, ¡ahí es nada la mezcla! Tanto es así, que es considerada una suerte de "antropóloga musical", buscando raíces musicales especialmente por Latinoamérica y experimentando con ellas. La obra representada ayer en el auditorio Miguel Delibes, Escaramuza, está inspirada en una danza atávica de los campesinos peruanos, elevada al rango de música culta por una instrumentación que recae exclusivamente en las cuerdas y la percusión. Nada menos que cinco músicos de percusión indica la fortaleza rítmica de la obra, que se puede comprender con un inicio y final con solos de bombo. Así pues, es una "danza tribal vertiginosa y siniestra" que plasma una celebración religiosa local. Su belleza melódica es discutible, pero su fuerza rítmica no, siendo ésta la principal característica de la obra. Un plato picante para comenzar el concierto de ayer.
 Después tocó el turno de Dmitri Shostakóvich, un autor amado y odiado a partes iguales, y no sólo en nuestros días, también por las autoridades de su sufrido país en su época. Porque, de todos es bien sabido, el bueno de Shostakóvich pasó por brutales altibajos a lo largo de su vida, desde la admiración absoluta de los gerifaltes soviéticos y su promoción como héroe patriótico, hasta la denuncia y amenaza con acabar en un gulag. En fin, la Unión Soviética es lo que tenía, sensibilidad y respetos a los derechos humanos no eran su fuerte. En todo caso, para ser justo, hay que admitir que en toda época los compositores pasaron por distintos avatares que supusieron adversidades notables en sus capacidades creativas, pero tanto como estar amenazado de muerte por el propio Estado... eso ya era casi exclusivo del régimen soviético. En fin, lo cierto es que los vaivenes compositivos de Dmitri Shostakóvich no se sustrajeron a estas fluctuaciones políticas, modificando artificiosamente su estilo. Esto es especialmente notable en tiempos de Stalin, cuando cualquiera podía perder la vida por un "quítame allá esas pajas", incluso aunque uno fuera un aclamado compositor. Afortunadamente, la obra interpretada ayer, el Concierto para violín y orquesta nº 2 en Do sostenido menor, opus 129, fue escrita en 1967, cuando el tirano georgiano había muerto. Obviamente, todo "concierto para..." supone un ejercicio de glorificación del instrumento y del instrumentista en concreto, pero este concierto lo es más aún, pues el propio Shostakóvich lo compuso para su amigo el violinista Isaak Gilkman. Es, pues, una obra para la glorificación del virtuosismo del violinista, papel que ayer Vadim Gluzman cumplió más que sobradamente. El estilo desgarrado y obsesivo del ruso también forman parte de las melodías del concierto para violín y orquesta nº2, opus 129, así como las melodías de origen popular judío, a las cuales era muy aficionado. No es fácil de digerir, como todo lo de Shostakóvich, pero es un espectáculo ver y escuchar los esfuerzos del violín solista para adecuarse a la exigente partitura.
 Y nada más contrastante tras Shostakóvich que la Sinfonía nº 2 en re mayor, opus 43 de Jean Sibelius. Es ésta una obra melódica, poco rítmica, con entonaciones dulces y amables, en absoluto discordantes. Se inicia con un Allegretto que contiene esa melodía con un tono "desenfadado y pastoral" que lo reconcilia a uno con la existencia, algo así como la Sexta sinfonía de Beethoven; continúa con el movimiento más sombrío y dramático de la obra, tempo que el propio Sibelius consideró que reflejaba la dura dominación rusa de su país, Finlandia, tanto es así que en ese país nórdico la obra fue rebautizada como la "Sinfonía de la independencia"; prosigue con un scherzo vigoroso; para acabar con un Allegro moderato que propone el discurso triunfal y majestuoso. En toda la obra, el oboe tiene un papel preponderante, especialmente en ese tema desenfadado al que hacía alusión antes. Es, en conjunto, una obra amable pero no exenta de fuerza y vigor, ejemplo claro de lo que una sinfonía debe ser, y las obras que más gusta escuchar en un auditorio sinfónico, con toda la orquesta dando el do de pecho, un verdadero espectáculo.