viernes, 19 de diciembre de 2025

"La escalera del hotel", de Franz Werfel.

  Mármara ediciones publica un pequeño volumen de Werfel que contiene un pequeño relato, una pequeña joya en realidad del autor praguense. La escalera del hotel es un relato de técnica impecable, casi parece un ejercicio autoimpuesto para describir psicológicamente a un personaje, una de las características que diferencian un gran escritor de uno del montón. Y, en esto y otras cosas, Werfel alcanza la excelencia. Pero, además, esta edición incluye una introducción del autor, prevista para ser leída por estadounidenses que no conocían nada de Austria-Hungría ni de Europa en general. Esa introducción, que el autor titula Ensayo sobre el Imperio austriaco, ocupa más espacio y es mucho más interesante que el relato que da nombre al tomo. Observe el lector que digo "es mucho más interesante", no que sea mejor; de hecho, ha sido para mí bastante decepcionante conocer la visión social, política e histórica que tenía este hombre. En parte decepcionante, pero en parte es un buen recordatorio de que no hay nadie a quien seguir, ¡nadie! Digo esto sin acritud y sin vehemencia, pues, a mis cincuenta y pico años, estoy ya muy "de vuelta" de las estupideces del ser humano como para caer en una suerte de idolatría hacia alguien. Nunca fui mitómano, ni siquiera en mi adolescencia; tuve, por otro lado, unos terriblemente malos ejemplos familiares que me vacunaron por las bravas contra la adoración a ninguna otra persona.
 Bueno, entro en faena. Como decía, Ensayo sobre el Imperio austriaco, es la cosmovisión del autor, la pérdida de su patria (no tanto en un sentido político, sino social y cultural) y lo que esto supuso. Comienza con una suerte de metáfora en la que el Imperio austrohúngaro sería de naturaleza divina y los Estados resultantes de su desmembración, entidades demoníacas. No llega a argumentar esta aseveración tan atípica, aunque, a lo largo de la historia haya habido tantos territorios (y, sobre todo, sus monarcas y regentes) que han asegurado ser rey o emperador o lo que sea "por la gracia de Dios". Quizá la inteligencia de Werfel le impidió llegar a escribir tamaña estupidez, aunque, a juzgar por lo que más tarde afirma, lo pensaba. Pero antes glosa la belleza y unicidad del Imperio austrohúngaro recordando la diversidad del enorme territorio (enorme para ser Europa central, claro), comenzando por los climas, desde la alta montaña de los Alpes hasta las costas mediterráneas de la Dalmacia, pasando por las llanuras húngara o serbia; después la variedad cultural y racial del país, desde las mayorías dominantes germánica y magiar, hasta los rumanos, serbios, eslovacos, checos, polacos, croatas, italianos... sin olvidar el elemento judío, tan abundante en Austria-Hungría. Hasta aquí todo es soportable, pero luego comienza a alabar a los Habsburgo, considerándolos la esencia de las bondades del imperio, y luego personaliza todo en la figura del emperador Francisco José. Ya que no soy dado a leer biografías (son pura idolatría en la mayor parte de los casos, y estúpida vanidad cuando son autobiografías) no estoy acostumbrado a estos ejercicios de adoración cuasi infantil de un líder político, con lo que me rechinan todos los dientes según voy leyendo los párrafos. Para Werfel, Francisco José I de Austria era el paradigma del buen gobernante e incluso del buen ser humano; lo retrata con todas las cualidades posibles: era bondadoso, noble, reflexivo, compasivo, sacrificado, humilde... Vamos, un dechado de virtudes. La mayor parte de los historiadores serios actuales consideran al emperador un hombre honesto pero incapaz de comprender los cambios sociales y políticos que se estaban dando en el seno de su imperio. Sin duda él creía en el derecho divino a ser emperador de varios millones de seres humanos, se creía incluso con derecho a mandar a la muerte a miles de chicos jóvenes para defender ese statu quo. Más de cien años después, la imagen que llega de ese emperador es la de un hombre trasnochado, habitante solitario de las inmensidades de su Palacio de Schönbrunn, desde el que seguro que no podía tener un visión sensata de lo que les pasaba a sus súbditos. Ni los actuales austriacos, ni, por supuesto, el resto de pueblos que formaban parte de ese "Estado Frankenstein" que era Austria-Hungría guardan un buen recuerdo de Francisco José, no hay más que ver cómo el nacionalismo serbio (muy desarrollado en ese país balcánico) considera a Gavrilo Princip, el asesino de Francisco Fernando (sobrino de Francisco José), como un héroe nacional. En fin, los tiempos cambian y las consideraciones también, pero parece que estos emperadores y reyes ya estaban obsoletos hace más de cien años.
 Y después, el relato que da nombre al volumen. La escalera del hotel es la historia de un suicidio, el de la joven Francine, que se arroja desde el quinto piso de la escalera de un hotel de lujo. Pero, como decía antes, es, sobre todo, un excepcional ejercicio de descripción psicológica del personaje. Werfel detalla de forma tan excepcional los sentimientos y pensamientos que abruman a la chica, que uno cree conocerla desde hace años aunque la conozca desde hace sólo unos párrafos. Son retratos psicológicos equivalentes a los de Stefan Zweig o Dostoievski, de una complejidad sobresaliente sin caer en sensiblerías o excesos.

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