Con Werfel ocurre lo mismo que con Lernet-Holenia: fueron autores prolíficos (aunque Werfel muriera con sólo cincuenta y cuatro años, comenzando la madurez de un escritor), y muchas de sus obras tradujeron al español, aunque siempre fueron literatos para una minoría cultivada, nunca para el gran público. Con todo, como digo, hasta hace apenas treinta años se podían encontrar sus obras, ya fueran de narrativa, poesía o teatro en nuestra lengua; desgraciadamente, los últimos decenios han sido, ya se sabe, un terrible desastre para la literatura. Al igual que en otras artes se ha optado por cultivar ligeramente a la mayoría desatendiendo a la minoría más cultivada. El resultado es que lo que se publica y premia hoy en día es basura que podría escribir un chico de quince años que tuviera algún ligero afán creativo; no digamos ya cuando intervienen las veleidades político-sociales del momento, que aprovechan también la literatura (más fácilmente esta "seudoliteratura" de tres al cuarto) para promover los cambios que la "ingeniería social" pretende desarrollar en ese rebaño de borregos que llamamos "sociedad". En fin, con este panorama tan poco halagüeño nos encontramos ante la desaparición de las librerías y bibliotecas de los autores de verdadera calidad. Vamos, por hacer un símil con el vino, han cambiado los reservas más exquisitos por garrafón.
Así, son las pequeñas editoriales independientes las que todavía sacan de cuando en cuando algo de calidad. En este caso, se trata de una minúscula editorial radicada en Logroño, Pepitas editorial, la que se ha atrevido con tres cuentos de Franz Werfel.
La dura leyenda de la soga rota da título al volumen y está ambientada en la Guerra Civil española, donde un delincuente común de proporciones hercúleas y asesinatos a su espalda es puesto ante el verdugo dos veces. La primera vez es fusilado y, por azar del destino o por inteligencia propia, se tira al suelo lo suficientemente rápido para que no le alcancen las balas; después, los chicos que habían de rematarlo tienen escrúpulos de conciencia y deciden no hacerlo. Más tarde es ahorcado, pero sus dimensiones rompen la soga, impidiendo el ajusticiamiento. Así, los militares del bando sublevado, que son los que lo tienen en su poder, deciden darle un nuevo uso: será verdugo. En ese terrible oficio destacará con brillantez; su cuerpo brutal y su escasa inteligencia favorecen las funciones de matarife. El relato está narrado con toda la crudeza posible, para destacar la brutalidad de la guerra, la más animalesca de las actividades humanas, que necesita de zafios salvajes para matar mejor y más rápido.
Weissenstein, el perfeccionador también tiene un halo negro y pesimista. Ambientado en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, presenta a Weissenstein, un enano hidrocefálico que no encuentra su lugar en el mundo. Es despedido de una y otra profesión, parece que no vale para nada, pero, ¿por qué? Pues porque no puede tolerar la mentira, el cinismo o el disimulo; de ahí el subtítulo de "el perfeccionador". Se trata de un individuo que no encaja en la sociedad civil porque es consciente de todos los defectos de la humanidad, de sus vilezas y mezquindades; él es insobornable, busca la honestidad absoluta y, claro, no la encuentra entre los hombres. Esta situación cambia cuando, con la guerra, se alista en el ejército austro-húngaro y allí, entre esas brutalidades, asesinatos masivos y salvajadas, encontrará su lugar. Es un relato, pues, antibelicista, igual que el anterior, que muestra que la guerra saca lo peor del ser humano y promociona a los peores. El propio físico del personaje refleja la deformidad interior.
La danza de los derviches contrasta vivamente con los anteriores. Se trata de una minuciosa descripción de las danzas de derviches sufíes en El Cairo. Werfel retrata de manera tan pormenorizada todos los detalles de los religiosos musulmanes, sus aspectos, sus movimientos... Parece un ejercicio de una facultad de filología, eso sí, con una maestría que ningún estudiante alcanza normalmente.
Como muy acertadamente ponen en la contraportada que escaneo, la diferencia entre los tres relatos es notable, no sólo en el carácter pesimista u optimista, también en el tiempo. En efecto, el tercer relato data de 1925, cuando las circunstancias generales y personales de Werfel eran más que aceptables, mientras que los dos segundos son de 1938 y 1939, cuando ya Europa estaba sumida en el abismo de violencia y sangre que todos conocemos y que obligó al autor a huir hacia horizontes más amables.


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