domingo, 15 de junio de 2025

"Paraíso", de la "Divina comedia", de Dante Alighieri.

  Tercera y última parte de la obra del inmortal bardo italiano. Dante sigue adelante, primeramente con cuerpo mortal, en las últimas etapas ya como espíritu inmortal, acompañado de Beatriz, su amada, paradigma de la pureza y la espiritualidad. Virgilio ya no acompaña al florentino, pero, igual que en los otros dos libros, en cada canto se acompañan temporalmente de personas del pasado que habitan cada uno de los estratos. Naturalmente, las imágenes aquí pergeñadas son más amables, más entrañables que las bárbaras situaciones del infierno o incluso el purgatorio, son paisajes celestiales, ¡caramba!
 El Paraíso consta de treinta y tres cantos, que narran el paso de Dante por los diez cielos, cada uno de ellos referido a un astro del sistema solar, en el que se encuentran los distintos personajes, la mayor parte santos y beatos. Al final del libro, en los últimos cielos se encuentran los nueve círculos angélicos, que, como se puede ver en la ilustración que los de Austral incorporan, rodean a Dios; estos círculos angélicos están ordenados jerárquicamente, de menor a mayor importancia, por serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles y ángeles.
 Como dije en los otros dos libros, estoy leyendo la versión adaptada al castellano, con numerosas explicaciones y acotaciones, algo que facilita su lectura, que, al estar escrita en dialecto toscano (matriz del italiano moderno) sería de muy farragosa lectura. Sin embargo, he de añadir que en este tercer libro he usado mucho menos las explicaciones, ya que, si en el Infierno y el Purgatorio la referencia a contemporáneos de Dante, principalmente de la clase gobernante, eran muy numerosos, en el Paraíso, las referencias son a santos y beatos bien conocidos para aquellos que tenemos la fortuna de tener un nivel cultural alto, especialmente de cultura religiosa.
 La organización de los cielos es geocéntrica, claro, pues, aunque ya se había esbozado la posibilidad de que la Tierra no fuera el centro del sistema, no sería hasta Copérnico, en 1543, cuando se sustituiría un sistema por otro, y esta obra, ya se sabe, fue escrita entre 1313 y 1321. Así, los diez cielos son: cielo de la Luna, cielo de Mercurio, cielo de Venus, cielo del Sol, cielo de Marte, cielo de Júpiter, cielo de Saturno, cielo estrellado, cielo cristalino y cielo empírico. Entre los personajes que acompañan a Dante y Beatriz por su ascensión están san Francisco de Asís, san Bernardo de Claraval, santo Tomás de Aquino, san Pedro, san Juan y, por último, el propio Dios, convertido en uno más, algo que suena herético (quizá lo sea, sí), pero Dante así lo describe. Igual que en el Infierno y el Purgatorio era Virgilio el destinado a describir para Dante los terribles castigos y sufrimientos que soportaban los condenados, ahora es Beatriz quien describe las beatíficas escenas, aunque no duda en criticar (ella y también san Pedro) los excesos del papado y demás clérigos que se han alejado de la simple pureza del Evangelio para caer en el mundo materialista de siempre (que han abandonado el "camino estrecho" para abandonarse al "camino ancho", ¡vamos!).
 La lectura en el siglo XXI de esta obra escrita en el XIV es más liviana que la del Infierno y el Purgatorio, tal vez porque estos transmiten imágenes terroríficas, imágenes que el mejor grabador y estampador de todos los tiempos, Gustavo Doré (1832-1883) legó a la posteridad con una verosimilitud extraordinaria. Desgraciadamente, la edición de Austral que tengo es una económica edición de bolsillo, con lo que no tiene ninguna de esos estupendos grabados.
 En fin, el conjunto de la Divina comedia es una obra moralizante, en un sentido ortodoxamente cristiano y católico, claro, (quizá por esto un poco demodé en nuestros días, por desgracia) que tiene un valor enorme en cualquier época. Es mi opinión, ya sé que no comulgo con la mayoría de mi época, en todo caso, recomiendo fervientemente su lectura.

sábado, 14 de junio de 2025

Renovación del abono de temporada de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León.

 
 Otro año más, la renovación de los abonos de temporada para la OSCyL, esta vez, pues, para la temporada 25-26, temporada asaz interesante en la que, por ejemplo, la OSCyL va a acometer la loable tarea de interpretar las últimas tres sinfonías de Beethoven. Esperamos el resultado con ansia.
 Por cierto, entre el público que se agolpa en las taquillas del Auditorio Miguel Delibes para renovar el abono, en los primeros puestos de la fila, aparece un tipo con polo verde, pantalón corto, portando un libro en su mano derecha, que tiene toda la pinta de ser un ejemplo paradigmático del sensible, culto y entrañable melómano que puebla las salas del noble auditorio.

"Novel Definitions", by Grant Snider, (www.incidentalcomics.com).


 Image taken from the website www.incidentalcomics.com

Octogésimo cuarta edición de la Feria del libro de Madrid.


 Si hace unas semanas escribí sobre la feria del libro de Valladolid, ahora lo hago de la de Madrid, y en el mismo sentido. Quiero decir que siento que predomina el tema mercantil sobre el cultural, que las editoriales y librerías tienen que hacer su negocio, claro, y el resto es menos importante. Pues, en Madrid, como es lógico, cien veces lo que ocurre a orillas del Pisuerga. Con todo, también lo decía en la otra entrada, es necesario para nosotros, lectores, que ese negocio multimillonario subsista, obviamente. Y, además, siempre se encuentra uno con alguien interesante, como Alfredo Lara, de la editorial Valdemar, con quien pegar la hebra un rato.

lunes, 9 de junio de 2025

"El conde Luna", de Alexander Lernet-Holenia".

  Segunda novela de Lernet-Holenia que leo, muy semejante a la anterior en cuanto a la estructura y el origen de la narración. El barón Bagge era, en principio, un anodino relato bélico, que bien podría haber vivido el propio autor en la Primera Guerra Mundial, hasta que, al final, se descubre que todo lo narrado no ha sido sino producto de los desvaríos de la fiebre, que, en realidad, nada ocurrió. Lo cierto es que está muy bien pergeñado, el lector no se da cuenta hasta el final. Bueno, pues en El conde Luna también la percepción tergiversada de la realidad tiene mucho que ver. Si en la primera novela todo era producto de la enfermedad, en la segunda también hay una deformación cognitiva de la realidad. Leyendo alguna reseña de otros lectores, varios habían calificado a El conde Luna  de novela fantástica, pero no estoy totalmente de acuerdo. No, creo que esta narración tiene más de onírico (en el sentido "pesadillesco") que de fantástico. Y es que parece que Lernet-Holenia estaba muy interesado por la distintas formas de percepción, hasta el punto de hacer pequeñas digresiones filosóficas en sus novelas sobre qué significa la vida y las distintas experiencias vitales (físicas, racionales, espirituales...). Hasta cierto punto se puede afirmar que El conde Luna es una reflexión sobre la realidad, sobre la vida y la muerte, sobre la identidad personal y colectiva, sobre el sentimiento de culpa y los remordimientos...
 El conde Luna cuenta la vida de un tal Jessiersky, comenzando por sus orígenes familiares, parece que más polacos que alemanes, pero que consiguen hacerse pasar por nobles teutones y, con el paso de las generaciones, conseguir una posición de prestigio social. En la vida del protagonista, la riqueza proviene de la posesión de una importante empresa de transportes internacionales. Precisamente, por los intereses de esta empresa, sus directores presionan a un tal Luna para conseguir unos terrenos aledaños a la fábrica principal, terrenos que su propietario no quiere enajenar de modo alguno. Como están en tiempos salvajes (los del Tercer Reich antes de la guerra) deciden denunciarle a las autoridades como enemigo del Reich, lo cual supone su deportación al campo de concentración de Mauthausen. Después de la guerra, Jessiersky no puede soportar el sentimiento de culpa por haber enviado al matadero a un inocente, por lo que comienza una búsqueda del tal Luna. Pero esa búsqueda no es lógica y racional, sino desquiciada y obsesiva; tanto que comienza por la búsqueda de los antepasados del tal Luna, ligándolo a Álvaro de Luna, condestable de Castilla que fuera ejecutado en 1453 en Valladolid. La búsqueda del Luna actual lo lleva a asesinar incluso a dos pobres desgraciados a los que confunde con él. Cada cambio, cada giro para seguir buscando a Luna (lo ve en todas partes) supone una reflexión enloquecida sobre un hecho natural o una localidad. Así, por ejemplo, liga el nombre de su supuesto enemigo al satélite terrestre y su influencia sobre las mareas y los animales, atribuyéndole poderes sobrehumanos; también divaga sin sentido sobre las ciudades que habita y sus lugares más conocidos, como en Roma, donde empieza y acaba la novela, concretamente en las catacumbas. Finalmente, en esas catacumbas romanas, Jessiersky encontrará quien lo saque y lo lleve a una finca familiar en la que se encontrará con su padre y otros familiares fallecidos hace mucho, lo cual le hace comprender que él mismo está ya muerto.
 En fin, como ya digo, tiene características propias de una pesadilla, hasta el punto que se puede apreciar una influencia kafkiana, al menos kafkiano es el final, desde luego. Con todo, Lernet-Holenia lo narra con elegancia, sin agobios, y se puede leer la novela con bastante facilidad, sin llegar a sentir la opresión que se siente al leer a Kafka.

domingo, 8 de junio de 2025

Decimoséptimo (y penúltimo) concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Ravel, Chaikovski y Músorgski.

  Anoche, la OSCyL estuvo dirigida por su batuta habitual, Thierry Fischer, mientras que la solista invitada fue la violinista rusa Alina Ibragimova. Doblemente tuvimos a Maurice Ravel, pues, además de sus Valses nobles y sentimentales, escuchamos la versión orquestada por el compositor francés de Cuadros de una exposición de Músorgski (la más habitualmente representada, grabada y escuchada); y para "rellenar" nada menos que el Concierto para violín y orquesta, opus 35 de Chaikovski.
 Maurice Ravel ha pasado a la gloria musical por una obra tan apabullantemente rítmica como el Bolero; otras con una sensibilidad exquisitamente delicada, como la Pavana para una infanta difunta; o la compleja Daphnis y Chloé. Pero también como arreglista para grandes obras ajenas, especialmente orquestando piezas para piano, como la última representada hoy, Cuadros de una exposición. Lo cierto es que de las obras compuestas o arregladas por Ravel, las más representadas, mundialmente hablando, son, precisamente su Bolero y Cuadros de una exposición de Músorgski. No es frecuente que un compositor tan talentoso como Ravel sea también un gran arreglista y orquestador (sí, existe esta palabra, acabo de buscarla en el diccionario de la RAE), y quizás se explique porque una mente tan creativa como la suya no podía dejar de escuchar una gran pieza de otro compositor sin aportar su mejora. De hecho, obras como la escuchada hoy en primer lugar, Valses nobles y sentimentales, aunque sea totalmente suya, está inspirada en los valses de Franz Schubert, tomando alguna referencia reconocible, pero aportando la luminosidad tan impresionista que aportaba Ravel.
 De Chaikovski, ¡qué decir! Cualquier obra menor está al nivel de las obras maestras de muchos. El Concierto para violín y orquesta en re mayor, opus 35 que hemos escuchado hoy podría ser una obra menor del genial y atribulado compositor ruso, quizá no alcance la fama de obras como El cascanueces, El lago de los cisnes, Eugenio Oneguin, la Obertura 1812, Romeo y Julieta o su Sexta sinfonía (patética), pero igualmente, los solos de violín son reconocibles por la inmensa mayoría de los melómanos, ya que son considerados como de extrema dificultad para el solista. Ayer, Alina Ibragimova cumplió sobradamente con esas exigencias, deleitando al público con su maestría, aunque no lo suficiente para interpretar un simple bis. Una cosa que voy descubriendo de Chaikovski es su tendencia a componer un penúltimo movimiento como clímax, con un poderoso tutti  que acaba en un tremendo "chimpún" (perdón por la vulgaridad, pero así se entiende mejor), este movimiento podría muy bien ser el punto final, la guinda a la obra, pero no. Chaikovski incluye un último movimiento, más lento, que supone una suerte de anticlímax. Esto es observable en muy claramente en la Sinfonía patética, pero también en este Concierto para violín y orquesta, opus 35. Esto provoca, como mal menor, que en las salas de conciertos los oyentes no avisados prorrumpan en un caluroso aplauso antes de tiempo, cuando acaba el penúltimo movimiento, para luego, avergonzados, callar y esperar a que acabe la obra. En fin, peculiaridades de un genio como Chaikovski.
 La obra de Chaikovski estaba al nivel de Cuadros de una exposición, más o menos, según gustos, por lo que aquello del "plato principal" que suelo decir en otros conciertos no estaba tan claro. Volviendo a Ravel, su orquestación de la obra de Músorgski sólo se puede considerar como un gran éxito, prueba de ello es que casi nunca se represente la versión pianística que compuso originalmente el ruso. Mientras estoy escribiendo esto, estoy escuchando precisamente la versión original, y tengo sentimientos encontrados. Por un lado creo que la versión de Músorsgki es suficientemente buena, que merece ser interpretada más a menudo, que tiene una belleza semejante a muchas obras de Debussy o incluso de Satie; pero, por otro lado, la orquestación de Ravel es muy respetuosa con el original para piano, añadiendo la fuerza irrefrenable de la orquesta sinfónica. No sé, se me ocurre que se podría interpretar en un mismo concierto las dos versiones, aunque fuera como experimento cultural. Ya de la obra en sí, sabemos que Modest Músorgski la compuso como respuesta a la inspiración que le provocaba la contemplación de los cuadros de su amigo el pintor Viktor Hartmann, concretamente diez cuadros, enlazados por un "paseo" (Promenade) entre uno y otro. Son, pues, verdaderos poemas sinfónicos que ponen música a imágenes pictóricas, y lo hacen tan bien, que uno puede imaginarse los cuadros sin verlos, imaginándose, por ejemplo, El viejo castillo, con su majestuosidad; El mercado de Limoges, con su trajín; los dos judíos, el opulento rico, Samuel Goldenberg, y el pedigüeño Schmuÿle; o la esplendorosa Gran puerta de Kiev.

viernes, 6 de junio de 2025

"Veinticuatro horas en la vida de una mujer", de Stefan Zweig.

  Después de haber leído tanto de Stefan Zweig (todo lo que se ha traducido al español, incluidos cartas y artículos periodísticos) acabo por volver a la prosa del vienés como quien vuelve al hogar, con sus rincones conocidos y queridos. La genialidad de Zweig, su asombrosa capacidad de descripción de sentimientos y razonamientos lo elevan a una categoría que muy pocos autores han alcanzado. Da igual si es una novela larga o un breve relato, la maestría del austriaco deslumbra siempre. Todo eso he sentido al leer arrobado Veinticuatro horas en la vida de una mujer, una supuesta obra menor de Zweig, pero que es una lección viva sobre cómo crear personajes redondos, haciendo que el lector los vaya descubriendo poco a poco, conociendo sus intimidades, sus sentimientos más profundos de una forma gradual. Es muy difícil crear personajes tan verosímiles, tan bien formados, tan creíbles como los que pergeña Zweig.
 La ambientación es en un hotel de lujo en Montecarlo, entre burgueses y aristócratas, como es habitual en este autor. Y el argumento, grosso modo, es el siguiente: En ese hotel de lujo, los huéspedes se relacionan con toda la superficialidad e hipocresía social que se supone, se tratan con deferencia en la mesa pero se despellejan por la espalda. Así, critican acerbamente lo que parece ser la infidelidad de una mujer casada, a la que poco antes adulaban. Todos la censuran menos el narrador, que defiende la presunción de inocencia. Esta actitud lleva a una de las clientas del hotel a abrir su cajón de los recuerdos al escritor, contándole una aventura que vivió veinte años ha, con unas circunstancias relativamente semejantes a la actual. La señora en cuestión (presentada como anciana a sus sesenta y siete años, ¡cómo cambia la vida!) le cuenta al narrador cómo conoció a un joven que, enviciado por el juego, perdió todo su dinero, contrajo numerosas deudas, e incluso llegó a robar a familiares para apostar. Ella, ya mujer madura en la época, se apiada del joven, llegando a pasar con él una noche de pasión. Sin hacerse ilusiones, la mujer se propone "salvar" al joven, alejándole del juego, vendiendo unas viejas joyas familiares para pagar sus deudas y haciéndole prometer en una iglesia que no volverá a apostar. Por supuesto, todo se trunca y el chico vuelve a las andanzas. Ella, desilusionada y rota, queda en evidencia ante su familia y amigos, huyendo a su país para tratar de olvidar.
 Bueno, pero el argumento, una vez más, es lo de menos. Lo más importante es cómo lo narra Zweig, cómo da voz a esa mujer para que muestre la evolución de sus sentimientos, cómo describe los vaivenes y zozobras de la protagonista. Es imposible detallar ahora, es necesario leer esta novela breve para comprender en toda su profundidad la genialidad literaria de Stefan Zweig. Ya digo, un verdadero paradigma de la más alta calidad narrativa.

miércoles, 4 de junio de 2025

"De noche, bajo el puente de piedra", de Leo Perutz.

  Me congratulo por poder encontrar, a mis cincuenta y cuatro años, más de cuarenta de ávido lector, con casi dos mil libros en mi casa entre todos los géneros literarios (sobre todo narrativa, pero también poesía, teatro, ensayo y didáctica), con un afán de buscar (quizá por lo perdido que me encuentro en esta zafia sociedad)... me congratulo, digo, por encontrar autores y obras que me sorprenden, entusiasman y enardecen como cuando era un adolescente. Esos "descubrimientos" suponen una nueva razón para que mi maltratado intelecto siga estimulado y mi dañado corazón siga latiendo. De estos últimos, Leo Perutz, del cual había oído hablar a ciertos amigos "letraheridos" como un servidor, pero siempre en relación con otros autores con los que no encuentro gran parecido. Así, se relaciona (parece que incluso eran amigos) con Ödön von Horváth  y Alexander Lernet-Holenia. Pero, habiendo leído (y admirado) a estos dos, las diferencias son notables. Von Horváth, al menos en su narrativa, no sé en su teatro, muy abundante, tiene un estilo rapidísimo, casi telegráfico, mientras que sus temas tienen que ver con la guerra, la animalización del hombre por los nacionalismos y la violencia del presente; quizá la prosa de Lernet-Holenia sea más semejante a la de Perutz, aunque los temas también son distintos.
 Si he de comparar el estilo de Perutz con algún gran autor lo haré con Isaac Bashevis Singer, pero aclarando que de ser alguno el maestro de otro, lo será Perutz de Singer, pues le sacaba casi veinte años al Premio Nobel de 1978. Al igual que Singer, la prosa de Perutz es lenta, despaciosa, flemática, regodeándose en las descripciones tanto de los personajes como de sus acciones, sin que la narración de hechos quede perjudicada. Por otro lado, parece que los temas de ambos, al menos por esta novela de Perutz, tienen cierta semejanza, pues narran las relaciones complejas, interesantes y variables de las comunidades judías en Europa central y del Este en tiempos pasados. La mayor modernidad de Singer se  muestra en la inclusión de relaciones amorosas y sexuales, narradas con pelos y señales, que aportaron el morbo suficiente para que sus novelas fueran éxitos inmediatos, aunque se publicaran por entregas en revistas escritas en yidis. Perutz, a diferencia de Singer, no escribía en yidis sino en alemán, y tuvo menos éxito como escritor, aunque tuvo otras faceta importante en su vida como matemático, aparentemente sin titulación universitaria.
 De noche, bajo el puente de piedra, son catorce relatos más un epílogo, todos ambientados en Praga, durante el imperio de Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, sobrino de Felipe II, gran bastión del catolicismo, lo cual no era óbice para que se interesara sobremanera por la alquimia y la hechicería. Los relatos no son consecutivos cronológicamente, saltan anárquicamente desde la muerte de su padre, Maximiliano II, allá por 1576, hasta los que están ambientados tras la muerte de Rodolfo, en 1612. En esos treinta y tantos años se incluyen personajes reales como Johannes Kepler, el astrofísico que luchó contra la concepción geocéntrica en favor del heliocentrismo que se impuso definitivamente; Alberto de Wallenstein, caudillo militar y gran líder en la Guerra de los Treinta Años en el bando católico; o Mordecai Meisl, rico usurero judío de Praga que llegó a endeudar notablemente a toda la nobleza bohemia, emperador incluido. Perutz los mezcla con algunos personajes inventados para dar más verosimilitud a sus relatos, hacerlos más dinámicos, que no queden como mera novela histórica, sino como una fabulación sobre hechos y personajes reales. El resultado es de una brillantez pasmosa, que lo deja a uno entusiasmado leyendo las ocurrentes aventuras de unos personajes ya de por sí harto estrambóticos.
 Ya digo, el parecido entre Isaac Bashevis Singer y Leo Perutz es evidente, tanto en su forma como en las temáticas, algo que me no me esperaba descubrir a estas alturas, la verdad. El hecho de no recibir el Nobel  ha privado, me temo, a los lectores de reediciones regulares, del todo merecidas; de hecho, la mayor parte de la obra de Perutz está descatalogada y, en las bibliotecas, ya están en depósito. Con todo, buscaré en un futuro próximo, D.M., las pocas obras que de este gran escritor estén traducidas al español.

domingo, 1 de junio de 2025

Quincuagésima octava edición de la Feria del Libro de Valladolid.

 

 En la mejor localización posible, en la Plaza Mayor,  se celebra la edición número cincuenta y ocho de la Feria del Libro, con poco más de cincuenta casetas, entre librerías, editoriales y promotores institucionales. Este año el país invitado es Perú, y la figura del recientemente fallecido Nobel, Vargas Llosa será recordada. Es poco comparada con otras ferias del libro de ciudades más grandes, pero sí se puede considerar un impulso cultural para nada desdeñable en esta ciudad, además de un escaparate comercial, claro. Una excusa para echar un rato en la mañana rebuscando entre libros.

miércoles, 28 de mayo de 2025

"Nadadores en el desierto. A la búsqueda del oasis de Zarzura", de Ladislaus E. Almásy.

  Nadadores en el desierto es otro libro de viajes, semejante al que leí hace poco de Heinrich Harrer, Siete años en el Tíbet. Esta vez se trata de un aventurero, geógrafo y pionero tanto del automovilismo como de la aviación húngaro Ladislaus (o László) Almásy, quien retomó de nuevo plena actualidad hace unos decenios cuando fue protagonista de una afamada película británica, El paciente inglés. Dicha cinta se inspiraba en una novela homónima del canadiense Michael Ondaatje. De la novela hay una entrada de hace más de dos años en este humilde blog. Bien, pues, como era previsible, el personaje de la novela de Ondaatje no tiene nada que ver con el Almásy verdadero, aquél es mucho más atractivo tanto en lo físico (en la película lo encarna Ralph Fiennes) como en lo vital. No, el verdadero Almásy fue un tipo más vulgar, no el apasionado seductor de la película (se insinúa, de hecho, que era homosexual) y que se pliega a las circunstancias geopolíticas de su época (acaba siendo espía al servicio del Tercer Reich). En fin, lo habitual, ya se sabe.
 Bueno, centrándonos en el libro de viajes que he leído, su calidad literaria es francamente aceptable (mucho más alta que la de Heinrich Harrer en su Siete años en el Tíbet, de prosa más ramplona), teniendo en cuenta que es poco más que la adaptación a novela de un diario de viaje. El caso es que el bueno de Almásy es comisionado por una empresa automovilística para que pruebe sus coches (hablamos de hace  casi cien años) en el desierto líbico, además de, ya que está por ahí, topografiar de forma grosera las "manchas blancas" que tenían los mapas de la época de ese parte del norte de África. En otra ocasión, acompaña y sirve de guía a un ricachón ocioso de ese tiempo, el príncipe Ferdinand von Liechtenstein, aprendiz de aventurero, que debía aburrirse en su palacio a los pies de los Alpes. Lo cierto es que Almásy describe minuciosamente todas esas aventuras precarias (en una de ellas está a punto de perder la vida por deshidratación, al estropearse su vehículo en mitad del desierto) de un modo que hoy puede parecer atractivo e incluso envidiable. El título hace honor a unas pinturas rupestres de un resguardo de una roca que, si bien ya habían sido descubiertas, no habían sido descritas con detalle; Almásy volverá a esas pinturas y grabados prehistóricos con científicos y artistas para levantar "acta notarial" y registrarlas para la posteridad. La última parte del libro es posterior en el tiempo y hace referencia a la "Operación Salam", en plena guerra mundial (mayo de 1942) en la que la Alemania Nazi encarga a Almásy como conocedor del desierto líbico (en manos alemanas) para que introduzca dos espías en Egipto (en manos británicas).
 En todos los capítulos, y especialmente en el último, se eliminan los asuntos políticos que podrían acercar a Almásy al nacionalsocialismo (igual que con Harrer), mostrándolo como un simple aventurero y geógrafo. Es obvio que tuvo una adhesión a las políticas hitlerianas, aunque, probablemente, en los márgenes de las mismas; vamos, que se aprovechó de la coyuntura política sin, pienso yo, mostrar una fiel pertenencia ideológica. 
 Es una novela de lectura fácil, sin temas candentes, mostrándose más como un caballeroso aventurero de siglos pasados, más centrado en lo deportivo que en lo político.