lunes, 10 de noviembre de 2025

"Prométeme que te pegarás un tiro. La historia de los suicidios en masa al final del Tercer Reich", de Florian Huber.

 No soy prono a leer ensayo, tal vez porque, a mi edad, ya no me interese la opinión, por muy fundamentada que esté, de un supuesto experto en un tema concreto. Con todo, supongo que como cualquiera, me dejo influenciar por los infames medios de comunicación de cuando en cuando. Así fue como leí sobre el historiador alemán Florian Huber y su ensayo Prométeme que te pegarás un tiro, que había sido un extraordinario éxito de ventas (para ser ensayo) en su país de origen. El tal Huber es bien conocido puesto que es editor de documentales y programas históricos en una televisión regional germana. Parece que está especializado en el Tercer Reich, así como en la "desnazificación" del país, temas muy delicados incluso hoy en día. 
 Por otro lado, los ensayos como este no siguen la estructura clásica de los mismos, sino que son una suerte de "ensayos novelados", que facilitan su lectura pero dan sensación de menor rigor. Esa es una característica de Prométeme que te pegarás un tiro, que, aunque contiene la imprescindible relación bibliográfica de los centenares de citas que se exponen, la narración carece de la austeridad propia de los ensayos más academicistas.
 El título, obviamente, lo indica todo: se trata de un estudio sobre unos hechos históricos que parecen haber sido olvidados por incómodos o por tristes, la de los miles de alemanes de a pie (no los jerarcas nazis, por supuesto) que se suicidaron en los últimos días del Tercer Reich. Digo que son hechos terribles que han sido borrados de la memoria colectiva, tal vez porque puede mostrar un sentimiento de culpabilidad del pueblo alemán, o porque parece irrelevante los suicidios de unos pocos miles tras la muerte de decenas de millones. Porque lo terrible de una guerra tan brutal como la Segunda Guerra Mundial es que todo acaba siendo poco cuando se compara con los guarismos totales de muertos civiles o militares, sobre todo cuando se consideran los suicidas pertenecientes al país que inició el conflicto.
 Huber divide su obra en cuatro capítulos: en el primero describe minuciosamente los suicidios acaecidos en una población de menos de 10.000 habitantes en 1945 de Pomerania Occidental, Demmin. Con toda la documentación bibliográfica pertinente se narran, con nombres y apellidos, los suicidios de familias enteras, de madres que mataron a sus hijos y luego se suicidaron ellas, los métodos más utilizados para acabar con sus vidas (ahorcamiento, ahogamiento, disparos...). La crudeza de los hechos hace verdaderamente incómoda la lectura, sabiendo que se tratan de hechos reales y constatados. El segundo capítulo amplía los suicidios a la totalidad de Alemania, destacando que son más abundantes cuanto más al Este del país, en buena medida por el miedo a la venganza del Ejército Rojo que era el que conquistaba la zona oriental. Un tercer capítulo indaga ya sobre las causas de esa "epidemia de suicidios", toda vez que Alemania no tiene una cultura del suicidio, como sí tiene (tuvo) Japón con las distintas formas de acabar con la vida propia (harakiri, "seppuku"...). Por último, el historiador explica cómo la sociedad alemana miró hacia otro lado ante ese inusualmente alto número de suicidios del año 1945, a medio camino entre la ignorancia voluntaria y el desdén al pasado.  
 La propia estructura un tanto anómala de este "ensayo novelado" no llega a las conclusiones que son habituales en los ensayos de formato más purista, pero en el tercer capítulo, como si fuera de soslayo, Florian Huber afirma que las causas para los suicidios masivos pudieron ser "la culpa por haber participado en la aberración nazi, la vergüenza de haber mirado hacia otro lado, el odio a los demás y a sí mismos, el miedo a la venganza y a la violencia, la desesperación de sentirse vacíos".
 El título del ensayo, por cierto, viene de un padre de una familia de esa localidad de Demmin, que, al irse al frente en las postrimerías de la guerra, le dice a su hija de veintiún años: "prométeme que te pegarás un tiro cuando vengan los rusos...". ¡Terrible!
 En fin, como puede comprenderse, es un tema francamente duro, desagradable, que uno no quisiera conocer, si no fuera porque (en las personas inteligentes y cultivadas) puede servir como antídoto, como vacuna frente a todo tipo de guerra y violencia. Desgraciadamente, ese tipo de personas somos clara minoría en esta sociedad.

domingo, 9 de noviembre de 2025

"MU. El misterio del continente perdido", de Hugo Pratt.

  Otra historia de Corto Maltés, escrita y dibujada por su creador, Hugo Pratt. Este cómic, la última entrega de Corto (escrita y dibujada por Pratt), se publicó en 1988, y contiene tanto las habituales virtudes como los defectos frecuentes en, por otra parte, uno de los mejores historietistas de toda época. Está ambientada en las Antillas, pero, como también es normal en Pratt, mezcla un montón de cosas: la Atlántida, la civilización maya, la búsqueda de la fuente de la eterna juventud, los viajes colombinos, los supuestos pero nunca demostrados viajes hacia América de expediciones precolombinas... Un totum revolutum que deja al lector cultivado un tanto perplejo, pues parece que Pratt, al igual que los personajes del tebeo, hubiera consumido hongos alucinógenos antes de idear la historieta. Pero, para ser justos, las virtudes de este cómic están en las altísimas calidades de sus dibujos, muchos de los cuales podrían formar láminas artísticas por sí solos. En el mundo de la historieta hay de todo: desde artistas que descuidan los dibujos y se centran en el argumento, hasta grandes dibujantes que no son buenos escritores, como Pratt. Estudiando con esmero sus dibujos, da la sensación de que Pratt fuera más un dibujante dado al diseño de moda, por ejemplo, que a la confección de tebeos. El hecho de que su técnica mixta combine la línea clara (a su manera, no en sentido estricto) con la acuarela para las viñetas grandes y alguna técnica más (como el uso de la plumilla) lo convierte en un dibujante único, irrepetible (por mucho que, a su muerte, se hayan creado más historietas de Corto Maltés). Es lo que siempre se dice: en los historietistas que son escritores y dibujantes a la vez, siempre son mejores en algo y peores en lo otro. En el caso de Pratt no hay duda de que es un excelente dibujante y un mediocre escritor.
 Por otro lado, MU. El misterio del continente perdido es una de las historias más flojas de Corto Maltés. El argumento es muy mediocre y los diálogos perfectamente olvidables. La edición de Norma que tengo en las manos tiene ya veinticuatro años, pero sigue siendo una publicación excelente que explica los intereses del autor, su cosmovisión, el porqué de la obra... Sin esos prólogos de casi cien páginas, el cómic tendría peor interpretación por parte del lector. Así, Norma editorial incluye en ese prefacio las teorías un tanto desnortadas sobre viajes hacia América por parte, no ya de vikingos, que según los historiadores fueron posibles y aun probables, sino por las casi imposibles expediciones de monjes irlandeses anteriores a aquéllos, e incluso griegos que atravesaran todo el Mediterráneo y llegaran al Caribe. Sin esas explicaciones (citadas casi en plan ensayístico, con autores y bibliografía) el lector del cómic no entendería que pinta un monje irlandés en unas ruinas mayas... Ésa es otra: la también delirante teoría histórica (pero hubo autores supuestamente serios que apostaban por ella) según la cual la ya de por sí hipotética Atlántida no fue sino una cultura maya desaparecida tras la explosión de un isla volcánica. En fin, notable esfuerzo el de la editorial para aclarar todo esto, pero, al menos si lo lee un lector adulto, se tiene la sensación, como antes decía de que Pratt había consumido algún alucinógeno durante la creación del cómic.
 Porque, aparte de la mezcolanza de teorías indemostrables, el guion es débil: no se sabe a ciencia cierta por qué está Corto Maltés en las Antillas, ni cómo ha llegado. Sí se insinúa que Rasputín va, como es normal en este personaje, tras un supuesto tesoro sumergido, pero poco más. Igualmente, la historia acaba sin estar totalmente justificado su final, da la impresión de no estar bien rematada.
 En fin, me siento un poco como un blasfemo que defenestra a uno de los mayores dibujantes de cómic de la Historia; como un iconoclasta capaz de criticar nada menos que a Corto Maltés, personaje precisamente icónico de los tebeos... Pero así lo siento, creo que los dibujos de Hugo Pratt son extraordinarios, pero sus argumentos flojos y poco desarrollados, y a mis cincuenta y tantos años ya he leído unos cuantos cientos de cómics como para poder decir esto sin sonrojo.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

"Lady Anna", de Anthony Trollope.

  Y vuelvo a uno de los mejores "escritores victorianos", injustamente postergado tras otros como Dickens, Henry James, Thomas Hardy o Thackeray. Porque Anthony Trollope tiene una prosa precisa, limpia, profusa pero sin ostentación, nunca redundante, siempre nítida; sus personajes tienen una redondez pocas veces alcanzada (especialmente los malvados, sobre todo, ellas), con una evolución muy marcada en sus pensamientos y sentimientos; el paisaje y el paisanaje inglés del siglo XIX es retratado con una maestría de pintor hiperrealista, tanto es así, que podría ser estudiado para conocer la sociedad de esa época... En definitiva, Trollope es un genio sin parangón, sus novelas debieran ser leídas por todo aquel que no quiera ser un zafio cafre de los que son legión en nuestros días. Para poner algún pero, diré que, al menos en una lectura superficial, Trollope podría parecer eso que yo mismo he llamado como "literatura de té y pastas", es decir, lectura para señoronas ociosas que no le piden a la vida más que la tarde pase sin dolor de juanetes, pues, aparentemente, los temas tratados son relaciones particulares sin gran importancia en nuestros días; pero si se lee más minuciosamente, se encontrará una crítica social acerba como es más fácil reconocer en Dickens, por ejemplo. En ese sentido, Trollope es más sutil, sus personajes, aun cuando unos son "buenos" y otros "malos", no tienen los brutales defectos (incluso físicos) que tienen los de Dickens, es una lectura más, digamos, para adultos cultivados que saben leer entre líneas. 
 Lady Anna es una novela independiente, en el sentido de que no se engloba en las series que el autor creó en localizaciones concretas, como son las novelas de Palliser o las crónicas de Barsetshire. Se puede leer, pues, independientemente de cualquier orden de obras del inglés.
 El argumento de Lady Anna (de nuevo, menos importantes que los temas tratados o la calidad prosística) se ambienta en la Inglaterra de 1830, cuarenta años antes de que la escribiera el autor. Una joven de buena cuna, pero sin título nobiliario, casa con un conde vividor y mujeriego sin saber que éste ya estaba casado con una mujer italiana. Así, la inglesa no será sino su amante, y su hija, una bastarda. El conde muere, dejando todo manga por hombro, y la esposa ultrajada pone todo la maquinaria en marcha para que ella y su hija sean reconocidas legalmente como dignas herederas del título y de las riquezas correspondientes. En ese periodo de largos años de combates en los tribunales, la aspirante a condesa y su hija serán auxiliadas económicamente por un sastre y su hijo, Daniel, quienes se empobrecerán para sostener a las señoras. La hija, Anna, y el joven sastre, Daniel, establecerán una gran amistad que los llevará a prometerse en secreto como marido y mujer. Para complicar algo más la situación, aparecerá un sobrino del finado conde, de la familia Lovel, que tiene derecho a la jugosa herencia de su tío, pero como, por presión popular y de los abogados, parece que las dos mujeres tienen más probabilidad de conseguir el dinero, se plantea la posibilidad de que el joven conde case con la hija del otro conde, tío del anterior, es decir, que se casen esos dos primos entre sí. Así conseguirá él el dinero, y ella el ansiado título nobiliario. ¿Todos de acuerdo y contentos? Pues no. No, porque la joven, que ya todos llaman Lady Anna, mantiene esa promesa de matrimonio que  otorgó al joven Daniel, sastre, en su adolescencia. Y es ahí donde la crítica social de Trollope se hace más aguda, pues, viéndose cómo la joven acabará siendo condesa, la familia no acepta que se case con un simple artesano. Y en esa disputa discurre la mayor parte de la novela.
 Por supuesto, la novela se enreda más, pues las maquinaciones de la madre de Lady Anna, la condesa, para que su hija case con el joven conde y no con el sastre se hacen más incisivas cuando, finalmente, los tribunales les dan la razón y las convierten en nobles con todos los derechos (incluso la felicitación de la casa real británica). Tanto se liará todo, que la condesa llegará a enloquecer hasta el punto de disparar y herir levemente al sastrecillo de marras. Pero que nadie se asuste, la novela acaba con la boda entre Lady Anna y Daniel, el sastre, con la aquiescencia y beneplácito de toda la familia, excepto, claro está, de la madre, quien nunca perdonará a su hija el desaire de casarse con alguien de clase baja. 
 Y es precisamente la madre de Lady Anna el mejor personaje de la novela. Es algo que ya he constatado en las muchas novelas que he leído del inglés: tiene una especial capacidad de pergeñar personajes malvados, especialmente mujeres, que, con gran personalidad y retorcimiento de carácter, complican la vida a sus consanguíneos. Suelen ser mujeres de mediana edad que luchan contra viento y marea contra todo tipo de convenciones y acuerdos sociales, manteniendo sus criterios por encima de modas y tiempos. Acaban, eso sí, por degenerar en solitarias locas que no guardan más que rencor en sus corazones, siendo, por tanto, seres repulsivos. Pero, como quiera que esto es lectura y los personajes están en negro sobre blanco, por muy bien creados que estén por su autor, no alcanzan sus maldades al inerme lector, que disfruta enormemente leyendo el avance de su maldad y resentimiento contra todo y contra todos.

miércoles, 29 de octubre de 2025

"Poetic Justice", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

Image taken from the website www.incidentalcomics.com

"Una letra femenina azul pálido", de Franz Werfel.

  Segunda novela que leo de Werfel, obtengo misma sensación que la anterior, Reunión de bachilleres, la de estar ante un dotadísimo escritor, capaz de describir la psicología de sus personajes como sólo los grandes maestros saben. Es fácil comparar esa prosa culta, reposada, profusamente adjetivada y elegante con la de Stefan Zweig. Por aquello de los intereses editoriales, Zweig ha sido (muy justamente, por supuesto) publicitado y promovido ante los lectores cultos (diferénciese éstos de los que leen premios Planeta y otras memeces), y otros como Werfel, no. Esto supone que, mientras las novelas, relatos y ensayos de Stefan Zweig se pueden adquirir con facilidad (en España, reeditados por la editorial Acantilado, principalmente), los de Franz Werfel están descatalogados, teniendo que recurrir a los fondos de biblioteca y a librerías de viejo para poder encontrar algo. Una pena, porque ambos escritores coinciden no sólo en su nacionalidad, austrohúngara inicialmente; su lengua de expresión escrita, el alemán; o su condición de judíos, no practicantes en ambos casos; sino que además destacaron en la minuciosa descripción de los cambios psicológicos de sus protagonistas. Una letra femenina azul pálido no iba a ser menos. En esta novela la evolución emocional del personaje, Leónidas, ocupa el grueso de la misma, los hechos acontecidos no son tan importantes como la reacción del personaje, los cambios interiores que se producen en su psique. Werfel, de forma maestra, los describe con meticulosidad y detalle, creando un personaje perfectamente redondo y verosímil.
 En Una letra femenina azul pálido un alto funcionario, gris y rutinario, Leónidas, casado con una dama de alta alcurnia cuya familia posee una gran fortuna, recibe una carta de una antigua amante, Vera, en la que le pide un favor para un chico de diecisiete años. Este simple hecho provoca una catarata de recuerdos y emociones en el protagonista, que evoca como tuvo una relación con esa tal Vera Wormster, relación que acabó de forma abrupta. Ahora, cavila León, ese joven para el que pide ayuda tiene que ser su hijo, que Vera crio en total soledad, sin siquiera informarle de su existencia. Por la cabeza del funcionario pasan todo tipo de sentimientos, desde la culpa por haberse desentendido de la suerte de su antigua amante hasta la preocupación por el destino de su matrimonio, puesto en brete ante la nueva revelación. La anodina y monótona vida de Leónidas sufre un vuelco cuando comienza a imaginar qué habrá de hacer o qué supondrá la llegada de este hijo, recién nacido a sus ya diecisiete años. Por otro lado, Amelie, su esposa, comienza a sospechar algo por los cambios de comportamiento de su marido, pero lo achaca a cambios propios de la edad. Tras todo tipo de zozobras, León decide entrevistarse con Vera. Ésta, controlando en todo momento la situación, se sorprende por el desasosiego y ansiedad que presenta su antiguo amante. En un momento dado, León incluso insinúa que se hará cargo de la manutención, no sólo del chico, sino también de su madre. Vera, pasmada ante esa salida, le informa de que el joven no es hijo suyo, sino de una amiga fallecida, quien le encargó  que lo cuidara. De nuevo otro torrente anímico en León, quien siente desde el alivio de saberse libre de cargas y deberes hacia ese chico hasta la desilusión de haber perdido un hijo adolescente del que apenas sabía nada unos días antes. Vera Wormster es una mujer decidida y sin complejos, a diferencia de León, le dice que, efectivamente tuvo un hijo suyo, de Leónidas, pero que falleció en su primera infancia a causa de una meningitis. En todo caso, Vera tiene ya decidido expatriarse a Estados Unidos, huyendo del nacionalsocialismo, que comienza a tomar poder en Austria. Y otra vez el funcionario vuelve al desasosiego emocional, añorando un hijo que murió al poco de nacer y al que nunca llegó a conocer, pero se consuela sabiendo que su vida actual no sufrirá cambio alguno. La novela culmina con la pareja, León y Amelie, en la ópera, volviendo a sus "obligaciones sociales" habituales, con una vida cómoda, gris y aburrida.
 Los hechos antes narrados son los detonantes de las borrascas anímicas que León sufre. Son estos trastornos, estas fluctuaciones, estas cataratas anímicas la base de la novela. Como decía antes, Franz Werfel es un maestro en la descripción psicológica de sus personajes, algo muy difícil de conseguir, sólo al alcance de los mejores escritores de cualquier época.
 Por cierto, el antisemitismo, explicado más desde el punto de vista del individuo que siente que su país de siempre se vuelve hostil contra él mismo por el hecho de provenir de una cultura y religión minoritaria en el mismo, también tiene su papel en la novela, aunque sea de refilón. Werfel, ya lo dije, era judío de origen, no practicante en absoluto, pero hubo de salir precipitadamente de Austria, recalando primero en Francia y posteriormente en Estados Unidos, donde moriría de un infarto de miocardio.  Ese antisemitismo es expuesto con todo sus estereotipos en la persona de Vera y, principalmente, su padre, quien es presentado como un "intelectual israelita" interesado por los avances científicos y desligado de la religión y la tradición de su grupo social.

domingo, 26 de octubre de 2025

Inciso musical: tercer concierto de abono de la temporada 25-26 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Debussy, Wagner y Rajmáninov.

  Ayer, la Orquesta Sinfónica de Castilla y León estuvo dirigida por su batuta habitual, Thierry Fischer; el solista invitado fue el pianista ruso-estadounidense Kirill Gerstein. Disfrutamos de un programa contrastante, como les gusta decir a los musicólogos, que, creo, no defraudó a nadie.
 Se inició con una famosísima pieza del compositor francés impresionista Claude Debussy. En la experiencia musical de un servidor, el Preludio a la siesta de un fauno fue, junto con el Moldava de Smetana, una de las obras que me lanzó irremediablemente a la melomanía como otra forma (junto con la lectura y la búsqueda de la belleza en las artes y en la naturaleza) de sobrevivir a la dureza de la vida. Lamentablemente, no recuerdo el nombre del profesor que tuvo el inmenso acierto de llevar a nuestra clase, mozalbetes de no más de once o doce años, a la Fundación Juan March de Madrid para un concierto matutino destinado a escolares. Estoy seguro de que la mayoría de los chicos allí presentes no sintieron nada ante la música que se les interpretó, todo lo más, que se libraban de una tediosa mañana de clase; pero unos pocos, entre los que me encuentro, quedamos subyugados y enamorados ante la belleza de lo interpretado. Entre las obras estaba la de Debussy. El acertado profesor tuvo la inteligencia de escoger un poema sinfónico al que unos chavales de esas edades pueden poner fácilmente imágenes en su cabeza; además, el profesor nos había preparado, dándonos claves de lo que supuestamente Debussy quería expresar con su preludio. Claro, estoy hablando de los primerísimos años ochenta, en un colegio religioso, tal vez hubiera sido difícil que el profesor nos explicara su relación con el poema del simbolista Stéphane Mallarmé, en el que un fauno, esa criatura mitológica mitad hombre, mitad cabra, caracterizado por su lascivia, soñaba con poseer carnalmente a las ninfas. Ahora, pensando en cómo nos lo contó aquel profesor, no puedo reprimir una sonrisa, pues nos sustituyó el fauno por un león que dormita en la sabana africana, y sueña con cazar gacelas. En fin, lo ridículo y absurdo, como en este caso, es tan ingenuo y pueril que me hace encajarlo con humor e incluso añoranza. Lo cierto es que un servidor, a sus once años, se imaginaba perfectamente a ese león que, bajo el calor del mediodía, asediado por insectos, cae en un sopor en el que sueña con hazañas venatorias en los cuerpos de las pobres gacelas. Bien, independientemente de la versión edulcorada e infantiloide, lo cierto es que a esos once años de aquel entonces, fui a una tienda de discos y compré una versión en vinilo (que desgraciadamente he perdido) del Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy. Hoy, a mis cincuenta y cinco, no puedo sino revivir con nostalgia aquel pasado remoto, agradecido a aquel profesor, y disfrutar de la excelente interpretación que la OSCyL hace de esta pequeña obra maestra.
 Después se representó la versión abreviada y arreglada por el director suizo Philippe Jordan de El oro del Rin de Richard Wagner. La verdad es que se tiene muchas dudas y prejuicios ante estas obras adaptadas, porque pasar de una ópera de dos horas y cuarenta minutos a una suite sinfónica de veintitrés implica muchos cortes, eliminaciones y enlaces bruscos. Pero, por otro lado, vivimos el mundo que vivimos, y no parece fácil que en nuestros días se represente una ópera de Wagner, sea la que sea, con facilidad. El inmenso presupuesto necesario, las innumerables dificultades prácticas que se presentan, la escasa respuesta de público que iba a concitar llevan a que, como todos saben, las óperas de Wagner sólo se representen en el archiconocido Festival de Bayreuth. Con lo cual, si queremos escuchar en vivo y en directo una ópera de Wagner, sólo queda interpretar estas suites sinfónicas adaptadas. Para ser sincero, el resultado no es malo en absoluto. El oro del Rin sigue siendo El oro del Rin, quiero decir, es reconocible y el espíritu de la obra permanece. Por supuesto que se echa de menos la dimensión dramática que aporta la voz humana, pero, si no se es muy exigente, las frases musicales de los instrumentos solistas que las sustituyen consiguen transmitir, más o menos, las emociones y sentimientos de Alberich, Wotan, Fafner, Fasolt, Frigga, Mímir, Freya y demás personajes mitológicos presentes en la obra de Wagner. Con todo, prefiero escuchar la obra completa con sus arias, recitativos y demás, pero, claro, esto lo hago en música "enlatada", por mucho que sea una gran versión de excelentes artistas, reproducida en un aparato de alta fidelidad.
 Tras el descanso, el pianista Kirill Gerstein interpretó el Concierto para piano y orquesta nº3 de Serguéi Rajmáninov, una de las obras más exigentes para el solista de todo el repertorio pianístico universal. Es bien conocido que Rajmáninov fue un excelente intérprete, cuya sensibilidad e inteligencia musical se combinaban con su infrecuente físico (casi dos metros de estatura y manos enormes que le facilitaban ejecutar los arpegios más complicados) para interpretar obras de gran dificultad. No sé cuál es la estatura de Kirill Gerstein, pero a juzgar por la comparación con el director oficial de la OSCyL, Thierry Fischer, debe superar el metro noventa, con lo que sus manos tendrán un tamaño acorde. Al margen de peculiaridades físicas, lo cierto es que Gerstein tuvo anoche un desempeño excelente, como corresponde a uno de los pianistas más prestigiosos de la actualidad. El Concierto para piano y orquesta nº3 no es tan famoso como el nº2, pero contiene pasajes inolvidables para cualquier melómano, especialmente en el primer movimiento, Allegro ma non tanto, con una frase musical recurrente de una belleza que es difícil de olvidar. El segundo movimiento, Intermezzo (adagio), attacca subito,  contiene melodías del propio Concierto para piano y orquesta nº2 que tanto éxito dio al compositor y sacó de su periodo depresivo. El tercer movimiento, Alla breve - Allegro molto, supone una vuelta a las frases musicales más brillantes del primer movimiento, así como un final con un tutti frenético. La ejecución de Gerstein fue extraordinaria, levantando al público del Miguel Delibes de sus asientos y prolongando los aplausos durante varios minutos, lo cual no fue suficiente, como desgraciadamente suele ocurrir con los más afamados intérpretes, para que nos deleitara con un bis.

sábado, 25 de octubre de 2025

"El Judas de Leonardo", de Leo Perutz.

  Novela publicada póstumamente, Perutz la nombró de forma diferente: El Judas de la Cena, pero los editores le cambiaron el nombre para hacerla más vendible. No creo, en todo caso, que se alterara en gran medida los deseos del autor, ya que uno hace referencia a la obra, La última cena, fresco sito en el convento milanés de Santa Maria delle Grazie, mientras que el título definitivo lo hace al pintor y polímata Leonardo da Vinci, autor del fresco; es evidente que el título elegido finalmente tiene más tirón comercial, pero no traiciona, creo yo, la idea del escritor. También es digno de conocer que el texto de Perutz fue presentado a la editorial por su amigo personal, actuando aquí como albacea, Alexander Lernet-Holenia. No creo que El Judas de Leonardo sea la mejor novela de Perutz, pero su lectura deja ese regusto cálido que aporta la alta literatura. Es una novela histórica puesto que respeta fielmente hechos históricos como son la localización y fecha de ejecución de la pintura; su poderoso mecenas, el duque Sforza de Milán, que moriría en una lóbrega prisión francesa; así como el hecho de que el fresco tuvo un parto difícil, en la que el genio renacentista de Leonardo tuvo parones que su mecenas y el abad del convento no llegaban a entender. También es una novela de ficción, pues la genialidad de Perutz introduce personajes inventados pero perfectamente verosímiles, que encajan en la época y el lugar como anillo al dedo. No es una novela de historia del arte, puesto que no se hace mención de su técnica pictórica (que, por cierto, fueron complejas, ya que Leonardo utilizó una mezcla de témpera y óleo que pesaban mucho y que tendían a desprenderse de la pared) o de las influencias artísticas que modelaron el obrar del artista florentino.
 El argumento de El Judas de Leonardo es menos enrevesado que otras novelas del praguense, pues no hay tramas secundarias que se entrelacen con la principal. Todo se ambienta en el Milán de finales del siglo XV, donde Leonardo da Vinci se encuentra pintando el famoso fresco; eso sí, el genio está atascado, no encontrando un modelo adecuado para dar vida pictórica al traidor de traidores en toda la cristiandad, Judas Iscariote. Casualmente, a esa ciudad de la Italia septentrional llega un comerciante alemán, Joachim Behaim, para hacer negocios, pero también para cobrar una deuda familiar a un usurero local, Bernardo Boccetta, quien debe la escasa cantidad de diecisiete ducados a la familia del alemán. Este comerciante será el elegido para representar a Judas, pero, ¿qué razón puede tener Leonardo da Vinci para elegir como el traidor por excelencia a un joven bien parecido sin comportamiento reprochable conocido? El desarrollo de la novela desvelará esta cuestión. Como la tarea parece ardua (empezando por encontrar al propio usurero y convencerlo por las buenas o las malas de que pague, además de llevar a cabo la venta de caballos, negocio principal del tedesco), Behaim se asienta en la capital italiana y entabla relaciones con varios de sus habitantes. Entre ellos estará una joven milanesa, Niccola, quien conquistará el corazón del comerciante, llegando a establecerse un tórrido romance entre ambos. Como es de suponer, el usurero Boccetta rechaza pagar lo más mínimo a nadie, haciendo que Behaim contacte con matones a sueldo para que lo "convenzan" de la bondad de hacer frente a las propias deudas. En estos sucios tratos conocerá el alemán una noticia que le romperá el corazón en mil pedazos: que su amadísima Niccola no es sino la hija del prestamista. La debacle interna del antes intachable Behaim es tal que acaba por llegar a la decisión más vil y deleznable que se pueda llegar: aprovechará el amor que lo une a la joven para que ésta consiga el dinero que le adeuda su padre. ¡Vamos, la traición más despreciable al amor más puro!
 Por tanto, Leo Perutz no sólo pergeña una novela histórica, sino que filosofa también sobre el amor, la traición y la ambición. Todo de forma sutil, para que el lector inteligente (el que elija a Perutz ya lo es) entienda que todo sentimiento tiene su contraparte, pudiéndose pasar de un extremo a otro en minutos.

sábado, 18 de octubre de 2025

"El concierto de los peces", de Halldór Laxness.

  Tercera novela que leo del Premio Nobel de literatura de 1955. Como las otras dos, La base atómica y La campana de Islandia, El concierto de los peces destila costumbrismo hasta llegar a una suerte de nacionalismo literario, pero no exaltado, no jingoísta. Laxness es el primero en criticar el tradicional atraso que tenía su país en comparación con el resto de países nórdicos. No se aprecia resentimiento cuando habla de Dinamarca y los daneses, antiguos dominadores de la isla atlántica, aunque los estereotipos daneses presentasen a los islandeses como labriegos brutos incapaces de gobernarse a sí mismos. Los personajes de Laxness son rústicos pero honrados, incultos pero humildes, austeros pero bienintencionados. Sobrellevan sus duras vidas con un estoicismo admirable, como si fueran parte de ese paisaje islandés formado por lava y hielo. Eso sí, a pesar de su falta de cultura formal, los personajes tienen un hondo conocimiento de la vida, una "filosofía parda" que los permite desarrollar discursos lógicos con una profundidad notable.
 En el plano formal, la prosa de Halldór Laxness es rápida, con poca adjetivación, sin apenas frases subordinadas, reforzando así la sensación de dureza de las vidas que retrata.
 El argumento de El concierto de los peces abarca la vida juvenil de Álfgrímur, un crío abandonado por su madre, que lo deja al cuidado de sus supuestos abuelos, una pareja que regenta una suerte de pensión para desgraciados que van hacia Reikiavik para embarcarse hacia América, mujeres abandonadas para dar a luz (como la pobre madre del chico) o incluso moribundos en sus últimos días. El chico crece a la sombra del abuelo, Bjorn de Brekkukot, que es pescador de lumpos, un pez de bajo valor gastronómico. El viejo, quizá reflejo del personaje de El viejo y el mar de Hemingway, enseña al chaval todos sus conocimientos sobre la vida; y lo que él no puede enseñárselo se lo enseñan los huéspedes que comparten alojamiento en la humilde morada de sus abuelos adoptivos. 
 Personaje principal de la novela es el cantante de ópera Gardar Hólm, que ha conseguido el gran éxito de  cantar delante del Papa y de altas autoridades internacionales. La mitad de la novela se presenta al tal Hólm como la gran esperanza de Islandia, ejemplo para todos los jóvenes que quieran triunfar en la vida; la otra mitad se presenta el propio cantante como un ser fracasado, que vuelve a su país natal para dormir en el pobre cobertizo de su madre, sin un céntimo en el bolsillo, viviendo de viejos recuerdos de glorias pasadas. La relación entre Hólm y Álfgrímur se estrecha en buena medida por la afición del joven a cantar, aunque sin la calidad del famoso tenor. Tan íntima es la conexión entre ambos, que cuando las autoridades locales deciden organizar un concierto multitudinario, con la presencia del obispo y el alcalde, y el famosísimo cantante no se presenta, piden a Álfgrímur que lo sustituya, con el nefasto resultado esperable. Finalmente, el atribulado tenor se suicidará, cantando el chico en su entierro.
  El título se explica por la relación entre el cantante y los peces que el abuelo del joven pesca para su sustento. En inglés, de hecho, lo tradujeron como The Fish Can Sing, "El pez puede cantar", más aclaratorio si cabe.
 Las novelas de Laxness describen una Islandia que ya no existe, afortunadamente, pero es evidente la relación del durísimo clima subártico del país con la dureza de sus habitantes, carácter forjado como el paisaje, a golpes de fuego y hielo. Son narraciones edificantes de vidas penosas y afanosas, de pobreza preñada de dignidad; leídas desde nuestras cómodas vidas pueden parecer un tanto inverosímiles, pero los relatos de los mayores las corroboran.

lunes, 13 de octubre de 2025

"El joven Moncada", de Alexander Lernet-Holenia.

 ¡Caray, qué bueno es Lernet-Holenia! Es uno de esos escritores que lo sorprenden gratamente a uno con cada nueva novela que se lee. Lo primero que tuve entre mis manos del autor vienés fueron relatos militares, algo normal teniendo en cuenta que combatió, aunque fuera breve e inteligentemente (no exponiéndose al peligro en la medida de lo posible, quiero decir), en ambas guerras mundiales; en todo caso, no eran narraciones belicistas, sino simplemente ambientadas en la guerra, pero con argumento y temas muy variados. Por otro lado, lo que más me gusta de Lernet-Holenia es su capacidad de introducir giros argumentales que asombran al lector y dan a la narración un interés nuevo. Bien, pues El joven Moncada no tiene nada que ver con ninguna de las guerras mundiales, ni con Austria o Alemania, pues está localizada en Argentina y en España, teniendo como personajes principales a españoles, y las guerras no lo son en sentido exacto, aunque sí in senso lato, pues trata sobre los amoríos belicosos y las formas de buscarse la vida, aunque sea con "el sudor del de enfrente", pero sí tiene esos giros argumentales tan jugosos que lo dejan a uno con una sonrisa en los labios.
 Argumento de El joven Moncada: Un joven español (inicialmente, el lector lo cree rico y noble) trata de abrirse camino en Argentina. Allí se enamora de una aspirante a actriz, Rafaela Andrade, quien parece más aspirante eterna que actriz. El lector entiende entonces que el padre de Juan Moncada, conde español, atribulado con las nuevas de esos amoríos, encarga al embajador argentino, un tal Cortes, que hable con el joven, que lo aleje de esa vividora, que le pague incluso treinta mil pesos para que vuelva a España. El embajador, poniendo dinero público, lo hace. Como consecuencia, Juan se separa de Rafaela y vuelve a España, pero en el trayecto marítimo conoce a una tal Beatriz Pereira, rica heredera, hija única de un adinerado industrial. Se enamoran los jóvenes y se prometen en matrimonio.
 Y cuando Juan Moncada llega a España se apresta a ir a conocer a su padre, el conde. Y es aquí cuando, a mitad de novela, llega un giro argumental impactante que deja boquiabierto al lector: primero se presenta el verdadero conde de Moncada, hombre de sesenta años que, siendo un verdadero noble, poseedor de tierras y casas, no tiene un duro en efectivo. Tanto es así que tiene todas las propiedades hipotecadas y sigue necesitando más. A él se presenta Juan, diciéndole que es su hijo, obvia falsedad. Entonces, el joven Moncada descubre todo su juego: no es noble en absoluto, sólo coincide su apellido con el del conde; en Argentina ideó un modo de sacar dinero, enviando una carta falsa en nombre del conde al embajador para que adelantara dinero, así consiguió de la nada treinta mil pesos (en realidad quince mil, pues Rafaela Andrade se llevó la mitad del dinero). Ahora, Juan necesita a su padre ficticio para dar otro golpe y seguir viviendo del prójimo. El plan es el siguiente: para poder casar con la rica heredera, Juan y el conde han de pasar por verdaderos padre e hijo, el conde aporta el título nobiliario (algo que, parece ser, ansían los Pereira) y los padres de Beatriz el dinero. El conde, sorprendido pero necesitado de dinero, acaba por aceptar. Urden una trama en la que el conde admite ante los Pereira que Juan es hijo natural suyo, hijo de una pastora que, en realidad, era una joven noble, así lo cuentan a la familia rica. Éstos hacen como que lo creen pero se dan cuenta de que es exactamente el argumento de una obra de Tirso de Molina, La pastora encantada (por cierto, no he encontrado ni rastro de tal obra, es, pues, licencia artística de Lernet-Holenia). Cuando todo parece encaminado, aparece Rafaela Andrade, la aspirante a actriz, queriendo su parte del pastel, pero Álvarez, el financiero del conde, le asegura que éste está en la ruina y la requiebra asegurándole un buen casamiento. Finalmente, todo se arregla, Juan y Beatriz casarán, el conde y Juan conseguirán su dinero, los Pereira, su título nobiliario, y Rafaela y Álvarez también tendrán su puntito feliz.
 En fin, está narrado todo como una suerte de divertimento literario, como un sainete en prosa, en el que todos son pícaros que quieren aprovecharse del otro. Es una novela breve o relato largo, como se quiera (ciento cuarenta y ocho páginas), lo cual permite leerla casi de un tirón, haciéndose más evidente ese cambio argumental tan brillante que le da un aliciente notable a la lectura. 
 Lernet-Holenia fue, que duda cabe, un autor muy dotado, especialmente por su capacidad de uso de recursos literarios que atraen al lector, lo sorprenden y estimulan, haciendo que sus obras nunca sean anodinas o previsibles.

sábado, 11 de octubre de 2025

Inciso musical: segundo concierto de abono de la temporada 25-26 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Moussa, Bruch y Shostakóvich.

  Ya de vuelta de la aventura vienesa y del Musikverein, regreso al Auditorio Miguel Delibes, tan diferente de la sala austriaca, para bien y para mal, como sabrá todo aquél que haya leído la entrada correspondiente en este blog. El concierto de la OSCyL de ayer estuvo dirigido por el alemán Kevin John Edusei, mientras que la solista invitada fue la violinista neerlandesa Simone Lamsma.
 Según la musicóloga Raquel Aller, quien firma el programa de mano, las tres obras escuchadas ayer transportan al oyente del infierno al paraíso, o viceversa, pues según ella la obra de Moussa es un referente a la felicidad, la de Bruch es una obra que nos reconcilia con la vida, mientras que la de Shostakóvich reflejaría el infierno del compositor ruso. Estoy de acuerdo en algunos aspectos, en otros no, lo comento: 
 La obra del compositor canadiense Samy Moussa, Elyssium, me pareció extrañamente hermosa. Como su nombre indica, trata de retratar el Elíseo, ese más allá de los griegos, praderas de paz en las que los virtuosos descansaban eternamente. Bueno, recuerdo ahora muchas obras de otros autores que sí pueden transmitir esa sensación de bienestar y felicidad. La composición de Moussa, eso sí, tiene un clímax final que  bien puede relacionarse con ese paraíso.
 El Concierto para violín Nº1 es una de las obras más representadas del compositor, un romántico muy clásico, valga la expresión. Quiero decir que Bruch, nacido en 1838 y fallecido en 1920, no se dejó tentar por las modas del posromanticismo o incluso las vanguardias que se impusieron en las últimas décadas del XIX y primeras del XX respectivamente. No, Bruch se mantuvo fiel a los cánones del Romanticismo musical, con sus melodías claras y apasionadas, la búsqueda del virtuosismo en el solista o el uso de la orquesta más ampliada. El Concierto para violín Nº1 cumple precisamente con esas particularidades, pues, sobre todo en el segundo y tercer movimiento (Adagio, attacca y Finale: Allegro energico - Con fuoco - Presto, respectivamente) tiene melodías claras, bien definidas y pegadizas; además, se exige un virtuosismo extraordinario al violín solista, que ejecuta frases musicales de una dificultad y una belleza sin parangón. La violinista Simone Lamsma estuvo a un nivel difícilmente alcanzable anoche, arrancando aplausos entusiasmados del público. Supongo que, en su época, Bruch tal vez fue tildado de previsible, convencional cuando no anodino por no plegarse a las modas musicales que se imponían en el momento, pero, escuchado más de un siglo después, liberados ya de modismos, su música es de una calidad tan alta que lo encumbra a uno de esos paraísos de los que hablaba antes.
 Y luego, tras el descanso, Shostakóvich. ¡Qué decir de Shostakóvich! Se ha hablado tanto, ha sido estudiado por tantos musicólogos, se han elaborado tantas hipótesis al respecto de sus cambios estilísticos que todo lo que se diga irá al cajón del olvido. Con todo, es inevitable recordar la terrible presión que el talentoso compositor soviético sufrió directamente de las más altas esferas del poder comunista. El propio Stalin llegó a ser protagonista de esas presiones brutales que, de no haberse plegado a ellas, habrían llevado al compositor a morir en algún gulag perdido en Siberia. Hoy no entendemos plenamente la barbarie que supone para un artista la amenaza, en absoluto sutil, del destierro, la tortura o incluso la muerte si su música no gusta al brutal gerifalte de turno. Lo cierto es que nunca podremos saber cómo hubiera compuesto Shostakóvich de haberse visto libre de estas influencias malignas que buscaban usar la música como un utensilio más de la perpetuación de la opresión comunista al pueblo ruso. En todo caso, tenemos ahora la Sinfonía Nº5, que queda como una imposición, destruyendo la libertad compositiva del autor, de modo que aunque la obra haya entrado en los cánones más altos de la música culta, no podemos disfrutar plenamente de ella sin tener todo esto en cuenta. De nuevo, según la musicóloga Raquel Aller, "las marchas militares del primer y cuarto movimientos suenan grotescas y fantasmagóricas... el segundo movimiento es un scherzo aparentemente desenfadado, que en realidad parece desencajado, sarcástico, irónico, tragicómico...". No sé, a mi me parece una típica obra soviética que glorifica el belicismo comunista, pero no veo ironía, sarcasmo ni burla por ninguna parte, aunque quién sabe, una forma de luchar contra la censura y poder sobrevivir consiste precisamente en eso, en hacer caso a sus directrices, pero introducir elementos que desvirtúen lo que exigen.
 En fin, un concierto ciertamente contrastante, con composiciones libres que expresan los sentimientos de sus autores, las obras de Moussa y Bruch, y otra, mediatizada por las terribles presiones de las autoridades políticas.