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miércoles, 29 de octubre de 2025
"Poetic Justice", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).
"Una letra femenina azul pálido", de Franz Werfel.
Segunda novela que leo de Werfel, obtengo misma sensación que la anterior, Reunión de bachilleres, la de estar ante un dotadísimo escritor, capaz de describir la psicología de sus personajes como sólo los grandes maestros saben. Es fácil comparar esa prosa culta, reposada, profusamente adjetivada y elegante con la de Stefan Zweig. Por aquello de los intereses editoriales, Zweig ha sido (muy justamente, por supuesto) publicitado y promovido ante los lectores cultos (diferénciese éstos de los que leen premios Planeta y otras memeces), y otros como Werfel, no. Esto supone que, mientras las novelas, relatos y ensayos de Stefan Zweig se pueden adquirir con facilidad (en España, reeditados por la editorial Acantilado, principalmente), los de Franz Werfel están descatalogados, teniendo que recurrir a los fondos de biblioteca y a librerías de viejo para poder encontrar algo. Una pena, porque ambos escritores coinciden no sólo en su nacionalidad, austrohúngara inicialmente; su lengua de expresión escrita, el alemán; o su condición de judíos, no practicantes en ambos casos; sino que además destacaron en la minuciosa descripción de los cambios psicológicos de sus protagonistas. Una letra femenina azul pálido no iba a ser menos. En esta novela la evolución emocional del personaje, Leónidas, ocupa el grueso de la misma, los hechos acontecidos no son tan importantes como la reacción del personaje, los cambios interiores que se producen en su psique. Werfel, de forma maestra, los describe con meticulosidad y detalle, creando un personaje perfectamente redondo y verosímil.
En Una letra femenina azul pálido un alto funcionario, gris y rutinario, Leónidas, casado con una dama de alta alcurnia cuya familia posee una gran fortuna, recibe una carta de una antigua amante, Vera, en la que le pide un favor para un chico de diecisiete años. Este simple hecho provoca una catarata de recuerdos y emociones en el protagonista, que evoca como tuvo una relación con esa tal Vera Wormster, relación que acabó de forma abrupta. Ahora, cavila León, ese joven para el que pide ayuda tiene que ser su hijo, que Vera crio en total soledad, sin siquiera informarle de su existencia. Por la cabeza del funcionario pasan todo tipo de sentimientos, desde la culpa por haberse desentendido de la suerte de su antigua amante hasta la preocupación por el destino de su matrimonio, puesto en brete ante la nueva revelación. La anodina y monótona vida de Leónidas sufre un vuelco cuando comienza a imaginar qué habrá de hacer o qué supondrá la llegada de este hijo, recién nacido a sus ya diecisiete años. Por otro lado, Amelie, su esposa, comienza a sospechar algo por los cambios de comportamiento de su marido, pero lo achaca a cambios propios de la edad. Tras todo tipo de zozobras, León decide entrevistarse con Vera. Ésta, controlando en todo momento la situación, se sorprende por el desasosiego y ansiedad que presenta su antiguo amante. En un momento dado, León incluso insinúa que se hará cargo de la manutención, no sólo del chico, sino también de su madre. Vera, pasmada ante esa salida, le informa de que el joven no es hijo suyo, sino de una amiga fallecida, quien le encargó que lo cuidara. De nuevo otro torrente anímico en León, quien siente desde el alivio de saberse libre de cargas y deberes hacia ese chico hasta la desilusión de haber perdido un hijo adolescente del que apenas sabía nada unos días antes. Vera Wormster es una mujer decidida y sin complejos, a diferencia de León, le dice que, efectivamente tuvo un hijo suyo, de Leónidas, pero que falleció en su primera infancia a causa de una meningitis. En todo caso, Vera tiene ya decidido expatriarse a Estados Unidos, huyendo del nacionalsocialismo, que comienza a tomar poder en Austria. Y otra vez el funcionario vuelve al desasosiego emocional, añorando un hijo que murió al poco de nacer y al que nunca llegó a conocer, pero se consuela sabiendo que su vida actual no sufrirá cambio alguno. La novela culmina con la pareja, León y Amelie, en la ópera, volviendo a sus "obligaciones sociales" habituales, con una vida cómoda, gris y aburrida.
Los hechos antes narrados son los detonantes de las borrascas anímicas que León sufre. Son estos trastornos, estas fluctuaciones, estas cataratas anímicas la base de la novela. Como decía antes, Franz Werfel es un maestro en la descripción psicológica de sus personajes, algo muy difícil de conseguir, sólo al alcance de los mejores escritores de cualquier época.
Por cierto, el antisemitismo, explicado más desde el punto de vista del individuo que siente que su país de siempre se vuelve hostil contra él mismo por el hecho de provenir de una cultura y religión minoritaria en el mismo, también tiene su papel en la novela, aunque sea de refilón. Werfel, ya lo dije, era judío de origen, no practicante en absoluto, pero hubo de salir precipitadamente de Austria, recalando primero en Francia y posteriormente en Estados Unidos, donde moriría de un infarto de miocardio. Ese antisemitismo es expuesto con todo sus estereotipos en la persona de Vera y, principalmente, su padre, quien es presentado como un "intelectual israelita" interesado por los avances científicos y desligado de la religión y la tradición de su grupo social.
domingo, 26 de octubre de 2025
Inciso musical: tercer concierto de abono de la temporada 25-26 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Debussy, Wagner y Rajmáninov.
Ayer, la Orquesta Sinfónica de Castilla y León estuvo dirigida por su batuta habitual, Thierry Fischer; el solista invitado fue el pianista ruso-estadounidense Kirill Gerstein. Disfrutamos de un programa contrastante, como les gusta decir a los musicólogos, que, creo, no defraudó a nadie.
Se inició con una famosísima pieza del compositor francés impresionista Claude Debussy. En la experiencia musical de un servidor, el Preludio a la siesta de un fauno fue, junto con el Moldava de Smetana, una de las obras que me lanzó irremediablemente a la melomanía como otra forma (junto con la lectura y la búsqueda de la belleza en las artes y en la naturaleza) de sobrevivir a la dureza de la vida. Lamentablemente, no recuerdo el nombre del profesor que tuvo el inmenso acierto de llevar a nuestra clase, mozalbetes de no más de once o doce años, a la Fundación Juan March de Madrid para un concierto matutino destinado a escolares. Estoy seguro de que la mayoría de los chicos allí presentes no sintieron nada ante la música que se les interpretó, todo lo más, que se libraban de una tediosa mañana de clase; pero unos pocos, entre los que me encuentro, quedamos subyugados y enamorados ante la belleza de lo interpretado. Entre las obras estaba la de Debussy. El acertado profesor tuvo la inteligencia de escoger un poema sinfónico al que unos chavales de esas edades pueden poner fácilmente imágenes en su cabeza; además, el profesor nos había preparado, dándonos claves de lo que supuestamente Debussy quería expresar con su preludio. Claro, estoy hablando de los primerísimos años ochenta, en un colegio religioso, tal vez hubiera sido difícil que el profesor nos explicara su relación con el poema del simbolista Stéphane Mallarmé, en el que un fauno, esa criatura mitológica mitad hombre, mitad cabra, caracterizado por su lascivia, soñaba con poseer carnalmente a las ninfas. Ahora, pensando en cómo nos lo contó aquel profesor, no puedo reprimir una sonrisa, pues nos sustituyó el fauno por un león que dormita en la sabana africana, y sueña con cazar gacelas. En fin, lo ridículo y absurdo, como en este caso, es tan ingenuo y pueril que me hace encajarlo con humor e incluso añoranza. Lo cierto es que un servidor, a sus once años, se imaginaba perfectamente a ese león que, bajo el calor del mediodía, asediado por insectos, cae en un sopor en el que sueña con hazañas venatorias en los cuerpos de las pobres gacelas. Bien, independientemente de la versión edulcorada e infantiloide, lo cierto es que a esos once años de aquel entonces, fui a una tienda de discos y compré una versión en vinilo (que desgraciadamente he perdido) del Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy. Hoy, a mis cincuenta y cinco, no puedo sino revivir con nostalgia aquel pasado remoto, agradecido a aquel profesor, y disfrutar de la excelente interpretación que la OSCyL hace de esta pequeña obra maestra.
Después se representó la versión abreviada y arreglada por el director suizo Philippe Jordan de El oro del Rin de Richard Wagner. La verdad es que se tiene muchas dudas y prejuicios ante estas obras adaptadas, porque pasar de una ópera de dos horas y cuarenta minutos a una suite sinfónica de veintitrés implica muchos cortes, eliminaciones y enlaces bruscos. Pero, por otro lado, vivimos el mundo que vivimos, y no parece fácil que en nuestros días se represente una ópera de Wagner, sea la que sea, con facilidad. El inmenso presupuesto necesario, las innumerables dificultades prácticas que se presentan, la escasa respuesta de público que iba a concitar llevan a que, como todos saben, las óperas de Wagner sólo se representen en el archiconocido Festival de Bayreuth. Con lo cual, si queremos escuchar en vivo y en directo una ópera de Wagner, sólo queda interpretar estas suites sinfónicas adaptadas. Para ser sincero, el resultado no es malo en absoluto. El oro del Rin sigue siendo El oro del Rin, quiero decir, es reconocible y el espíritu de la obra permanece. Por supuesto que se echa de menos la dimensión dramática que aporta la voz humana, pero, si no se es muy exigente, las frases musicales de los instrumentos solistas que las sustituyen consiguen transmitir, más o menos, las emociones y sentimientos de Alberich, Wotan, Fafner, Fasolt, Frigga, Mímir, Freya y demás personajes mitológicos presentes en la obra de Wagner. Con todo, prefiero escuchar la obra completa con sus arias, recitativos y demás, pero, claro, esto lo hago en música "enlatada", por mucho que sea una gran versión de excelentes artistas, reproducida en un aparato de alta fidelidad.
Tras el descanso, el pianista Kirill Gerstein interpretó el Concierto para piano y orquesta nº3 de Serguéi Rajmáninov, una de las obras más exigentes para el solista de todo el repertorio pianístico universal. Es bien conocido que Rajmáninov fue un excelente intérprete, cuya sensibilidad e inteligencia musical se combinaban con su infrecuente físico (casi dos metros de estatura y manos enormes que le facilitaban ejecutar los arpegios más complicados) para interpretar obras de gran dificultad. No sé cuál es la estatura de Kirill Gerstein, pero a juzgar por la comparación con el director oficial de la OSCyL, Thierry Fischer, debe superar el metro noventa, con lo que sus manos tendrán un tamaño acorde. Al margen de peculiaridades físicas, lo cierto es que Gerstein tuvo anoche un desempeño excelente, como corresponde a uno de los pianistas más prestigiosos de la actualidad. El Concierto para piano y orquesta nº3 no es tan famoso como el nº2, pero contiene pasajes inolvidables para cualquier melómano, especialmente en el primer movimiento, Allegro ma non tanto, con una frase musical recurrente de una belleza que es difícil de olvidar. El segundo movimiento, Intermezzo (adagio), attacca subito, contiene melodías del propio Concierto para piano y orquesta nº2 que tanto éxito dio al compositor y sacó de su periodo depresivo. El tercer movimiento, Alla breve - Allegro molto, supone una vuelta a las frases musicales más brillantes del primer movimiento, así como un final con un tutti frenético. La ejecución de Gerstein fue extraordinaria, levantando al público del Miguel Delibes de sus asientos y prolongando los aplausos durante varios minutos, lo cual no fue suficiente, como desgraciadamente suele ocurrir con los más afamados intérpretes, para que nos deleitara con un bis.
sábado, 25 de octubre de 2025
"El Judas de Leonardo", de Leo Perutz.
Novela publicada póstumamente, Perutz la nombró de forma diferente: El Judas de la Cena, pero los editores le cambiaron el nombre para hacerla más vendible. No creo, en todo caso, que se alterara en gran medida los deseos del autor, ya que uno hace referencia a la obra, La última cena, fresco sito en el convento milanés de Santa Maria delle Grazie, mientras que el título definitivo lo hace al pintor y polímata Leonardo da Vinci, autor del fresco; es evidente que el título elegido finalmente tiene más tirón comercial, pero no traiciona, creo yo, la idea del escritor. También es digno de conocer que el texto de Perutz fue presentado a la editorial por su amigo personal, actuando aquí como albacea, Alexander Lernet-Holenia. No creo que El Judas de Leonardo sea la mejor novela de Perutz, pero su lectura deja ese regusto cálido que aporta la alta literatura. Es una novela histórica puesto que respeta fielmente hechos históricos como son la localización y fecha de ejecución de la pintura; su poderoso mecenas, el duque Sforza de Milán, que moriría en una lóbrega prisión francesa; así como el hecho de que el fresco tuvo un parto difícil, en la que el genio renacentista de Leonardo tuvo parones que su mecenas y el abad del convento no llegaban a entender. También es una novela de ficción, pues la genialidad de Perutz introduce personajes inventados pero perfectamente verosímiles, que encajan en la época y el lugar como anillo al dedo. No es una novela de historia del arte, puesto que no se hace mención de su técnica pictórica (que, por cierto, fueron complejas, ya que Leonardo utilizó una mezcla de témpera y óleo que pesaban mucho y que tendían a desprenderse de la pared) o de las influencias artísticas que modelaron el obrar del artista florentino.
El argumento de El Judas de Leonardo es menos enrevesado que otras novelas del praguense, pues no hay tramas secundarias que se entrelacen con la principal. Todo se ambienta en el Milán de finales del siglo XV, donde Leonardo da Vinci se encuentra pintando el famoso fresco; eso sí, el genio está atascado, no encontrando un modelo adecuado para dar vida pictórica al traidor de traidores en toda la cristiandad, Judas Iscariote. Casualmente, a esa ciudad de la Italia septentrional llega un comerciante alemán, Joachim Behaim, para hacer negocios, pero también para cobrar una deuda familiar a un usurero local, Bernardo Boccetta, quien debe la escasa cantidad de diecisiete ducados a la familia del alemán. Este comerciante será el elegido para representar a Judas, pero, ¿qué razón puede tener Leonardo da Vinci para elegir como el traidor por excelencia a un joven bien parecido sin comportamiento reprochable conocido? El desarrollo de la novela desvelará esta cuestión. Como la tarea parece ardua (empezando por encontrar al propio usurero y convencerlo por las buenas o las malas de que pague, además de llevar a cabo la venta de caballos, negocio principal del tedesco), Behaim se asienta en la capital italiana y entabla relaciones con varios de sus habitantes. Entre ellos estará una joven milanesa, Niccola, quien conquistará el corazón del comerciante, llegando a establecerse un tórrido romance entre ambos. Como es de suponer, el usurero Boccetta rechaza pagar lo más mínimo a nadie, haciendo que Behaim contacte con matones a sueldo para que lo "convenzan" de la bondad de hacer frente a las propias deudas. En estos sucios tratos conocerá el alemán una noticia que le romperá el corazón en mil pedazos: que su amadísima Niccola no es sino la hija del prestamista. La debacle interna del antes intachable Behaim es tal que acaba por llegar a la decisión más vil y deleznable que se pueda llegar: aprovechará el amor que lo une a la joven para que ésta consiga el dinero que le adeuda su padre. ¡Vamos, la traición más despreciable al amor más puro!
Por tanto, Leo Perutz no sólo pergeña una novela histórica, sino que filosofa también sobre el amor, la traición y la ambición. Todo de forma sutil, para que el lector inteligente (el que elija a Perutz ya lo es) entienda que todo sentimiento tiene su contraparte, pudiéndose pasar de un extremo a otro en minutos.
sábado, 18 de octubre de 2025
"El concierto de los peces", de Halldór Laxness.
Tercera novela que leo del Premio Nobel de literatura de 1955. Como las otras dos, La base atómica y La campana de Islandia, El concierto de los peces destila costumbrismo hasta llegar a una suerte de nacionalismo literario, pero no exaltado, no jingoísta. Laxness es el primero en criticar el tradicional atraso que tenía su país en comparación con el resto de países nórdicos. No se aprecia resentimiento cuando habla de Dinamarca y los daneses, antiguos dominadores de la isla atlántica, aunque los estereotipos daneses presentasen a los islandeses como labriegos brutos incapaces de gobernarse a sí mismos. Los personajes de Laxness son rústicos pero honrados, incultos pero humildes, austeros pero bienintencionados. Sobrellevan sus duras vidas con un estoicismo admirable, como si fueran parte de ese paisaje islandés formado por lava y hielo. Eso sí, a pesar de su falta de cultura formal, los personajes tienen un hondo conocimiento de la vida, una "filosofía parda" que los permite desarrollar discursos lógicos con una profundidad notable.
En el plano formal, la prosa de Halldór Laxness es rápida, con poca adjetivación, sin apenas frases subordinadas, reforzando así la sensación de dureza de las vidas que retrata.
El argumento de El concierto de los peces abarca la vida juvenil de Álfgrímur, un crío abandonado por su madre, que lo deja al cuidado de sus supuestos abuelos, una pareja que regenta una suerte de pensión para desgraciados que van hacia Reikiavik para embarcarse hacia América, mujeres abandonadas para dar a luz (como la pobre madre del chico) o incluso moribundos en sus últimos días. El chico crece a la sombra del abuelo, Bjorn de Brekkukot, que es pescador de lumpos, un pez de bajo valor gastronómico. El viejo, quizá reflejo del personaje de El viejo y el mar de Hemingway, enseña al chaval todos sus conocimientos sobre la vida; y lo que él no puede enseñárselo se lo enseñan los huéspedes que comparten alojamiento en la humilde morada de sus abuelos adoptivos.
Personaje principal de la novela es el cantante de ópera Gardar Hólm, que ha conseguido el gran éxito de cantar delante del Papa y de altas autoridades internacionales. La mitad de la novela se presenta al tal Hólm como la gran esperanza de Islandia, ejemplo para todos los jóvenes que quieran triunfar en la vida; la otra mitad se presenta el propio cantante como un ser fracasado, que vuelve a su país natal para dormir en el pobre cobertizo de su madre, sin un céntimo en el bolsillo, viviendo de viejos recuerdos de glorias pasadas. La relación entre Hólm y Álfgrímur se estrecha en buena medida por la afición del joven a cantar, aunque sin la calidad del famoso tenor. Tan íntima es la conexión entre ambos, que cuando las autoridades locales deciden organizar un concierto multitudinario, con la presencia del obispo y el alcalde, y el famosísimo cantante no se presenta, piden a Álfgrímur que lo sustituya, con el nefasto resultado esperable. Finalmente, el atribulado tenor se suicidará, cantando el chico en su entierro.
El título se explica por la relación entre el cantante y los peces que el abuelo del joven pesca para su sustento. En inglés, de hecho, lo tradujeron como The Fish Can Sing, "El pez puede cantar", más aclaratorio si cabe.
Las novelas de Laxness describen una Islandia que ya no existe, afortunadamente, pero es evidente la relación del durísimo clima subártico del país con la dureza de sus habitantes, carácter forjado como el paisaje, a golpes de fuego y hielo. Son narraciones edificantes de vidas penosas y afanosas, de pobreza preñada de dignidad; leídas desde nuestras cómodas vidas pueden parecer un tanto inverosímiles, pero los relatos de los mayores las corroboran.
lunes, 13 de octubre de 2025
"El joven Moncada", de Alexander Lernet-Holenia.
¡Caray, qué bueno es Lernet-Holenia! Es uno de esos escritores que lo sorprenden gratamente a uno con cada nueva novela que se lee. Lo primero que tuve entre mis manos del autor vienés fueron relatos militares, algo normal teniendo en cuenta que combatió, aunque fuera breve e inteligentemente (no exponiéndose al peligro en la medida de lo posible, quiero decir), en ambas guerras mundiales; en todo caso, no eran narraciones belicistas, sino simplemente ambientadas en la guerra, pero con argumento y temas muy variados. Por otro lado, lo que más me gusta de Lernet-Holenia es su capacidad de introducir giros argumentales que asombran al lector y dan a la narración un interés nuevo. Bien, pues El joven Moncada no tiene nada que ver con ninguna de las guerras mundiales, ni con Austria o Alemania, pues está localizada en Argentina y en España, teniendo como personajes principales a españoles, y las guerras no lo son en sentido exacto, aunque sí in senso lato, pues trata sobre los amoríos belicosos y las formas de buscarse la vida, aunque sea con "el sudor del de enfrente", pero sí tiene esos giros argumentales tan jugosos que lo dejan a uno con una sonrisa en los labios.
Argumento de El joven Moncada: Un joven español (inicialmente, el lector lo cree rico y noble) trata de abrirse camino en Argentina. Allí se enamora de una aspirante a actriz, Rafaela Andrade, quien parece más aspirante eterna que actriz. El lector entiende entonces que el padre de Juan Moncada, conde español, atribulado con las nuevas de esos amoríos, encarga al embajador argentino, un tal Cortes, que hable con el joven, que lo aleje de esa vividora, que le pague incluso treinta mil pesos para que vuelva a España. El embajador, poniendo dinero público, lo hace. Como consecuencia, Juan se separa de Rafaela y vuelve a España, pero en el trayecto marítimo conoce a una tal Beatriz Pereira, rica heredera, hija única de un adinerado industrial. Se enamoran los jóvenes y se prometen en matrimonio.
Y cuando Juan Moncada llega a España se apresta a ir a conocer a su padre, el conde. Y es aquí cuando, a mitad de novela, llega un giro argumental impactante que deja boquiabierto al lector: primero se presenta el verdadero conde de Moncada, hombre de sesenta años que, siendo un verdadero noble, poseedor de tierras y casas, no tiene un duro en efectivo. Tanto es así que tiene todas las propiedades hipotecadas y sigue necesitando más. A él se presenta Juan, diciéndole que es su hijo, obvia falsedad. Entonces, el joven Moncada descubre todo su juego: no es noble en absoluto, sólo coincide su apellido con el del conde; en Argentina ideó un modo de sacar dinero, enviando una carta falsa en nombre del conde al embajador para que adelantara dinero, así consiguió de la nada treinta mil pesos (en realidad quince mil, pues Rafaela Andrade se llevó la mitad del dinero). Ahora, Juan necesita a su padre ficticio para dar otro golpe y seguir viviendo del prójimo. El plan es el siguiente: para poder casar con la rica heredera, Juan y el conde han de pasar por verdaderos padre e hijo, el conde aporta el título nobiliario (algo que, parece ser, ansían los Pereira) y los padres de Beatriz el dinero. El conde, sorprendido pero necesitado de dinero, acaba por aceptar. Urden una trama en la que el conde admite ante los Pereira que Juan es hijo natural suyo, hijo de una pastora que, en realidad, era una joven noble, así lo cuentan a la familia rica. Éstos hacen como que lo creen pero se dan cuenta de que es exactamente el argumento de una obra de Tirso de Molina, La pastora encantada (por cierto, no he encontrado ni rastro de tal obra, es, pues, licencia artística de Lernet-Holenia). Cuando todo parece encaminado, aparece Rafaela Andrade, la aspirante a actriz, queriendo su parte del pastel, pero Álvarez, el financiero del conde, le asegura que éste está en la ruina y la requiebra asegurándole un buen casamiento. Finalmente, todo se arregla, Juan y Beatriz casarán, el conde y Juan conseguirán su dinero, los Pereira, su título nobiliario, y Rafaela y Álvarez también tendrán su puntito feliz.
En fin, está narrado todo como una suerte de divertimento literario, como un sainete en prosa, en el que todos son pícaros que quieren aprovecharse del otro. Es una novela breve o relato largo, como se quiera (ciento cuarenta y ocho páginas), lo cual permite leerla casi de un tirón, haciéndose más evidente ese cambio argumental tan brillante que le da un aliciente notable a la lectura.
Lernet-Holenia fue, que duda cabe, un autor muy dotado, especialmente por su capacidad de uso de recursos literarios que atraen al lector, lo sorprenden y estimulan, haciendo que sus obras nunca sean anodinas o previsibles.
sábado, 11 de octubre de 2025
Inciso musical: segundo concierto de abono de la temporada 25-26 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Moussa, Bruch y Shostakóvich.
Ya de vuelta de la aventura vienesa y del Musikverein, regreso al Auditorio Miguel Delibes, tan diferente de la sala austriaca, para bien y para mal, como sabrá todo aquél que haya leído la entrada correspondiente en este blog. El concierto de la OSCyL de ayer estuvo dirigido por el alemán Kevin John Edusei, mientras que la solista invitada fue la violinista neerlandesa Simone Lamsma.
Según la musicóloga Raquel Aller, quien firma el programa de mano, las tres obras escuchadas ayer transportan al oyente del infierno al paraíso, o viceversa, pues según ella la obra de Moussa es un referente a la felicidad, la de Bruch es una obra que nos reconcilia con la vida, mientras que la de Shostakóvich reflejaría el infierno del compositor ruso. Estoy de acuerdo en algunos aspectos, en otros no, lo comento:
La obra del compositor canadiense Samy Moussa, Elyssium, me pareció extrañamente hermosa. Como su nombre indica, trata de retratar el Elíseo, ese más allá de los griegos, praderas de paz en las que los virtuosos descansaban eternamente. Bueno, recuerdo ahora muchas obras de otros autores que sí pueden transmitir esa sensación de bienestar y felicidad. La composición de Moussa, eso sí, tiene un clímax final que bien puede relacionarse con ese paraíso.
El Concierto para violín Nº1 es una de las obras más representadas del compositor, un romántico muy clásico, valga la expresión. Quiero decir que Bruch, nacido en 1838 y fallecido en 1920, no se dejó tentar por las modas del posromanticismo o incluso las vanguardias que se impusieron en las últimas décadas del XIX y primeras del XX respectivamente. No, Bruch se mantuvo fiel a los cánones del Romanticismo musical, con sus melodías claras y apasionadas, la búsqueda del virtuosismo en el solista o el uso de la orquesta más ampliada. El Concierto para violín Nº1 cumple precisamente con esas particularidades, pues, sobre todo en el segundo y tercer movimiento (Adagio, attacca y Finale: Allegro energico - Con fuoco - Presto, respectivamente) tiene melodías claras, bien definidas y pegadizas; además, se exige un virtuosismo extraordinario al violín solista, que ejecuta frases musicales de una dificultad y una belleza sin parangón. La violinista Simone Lamsma estuvo a un nivel difícilmente alcanzable anoche, arrancando aplausos entusiasmados del público. Supongo que, en su época, Bruch tal vez fue tildado de previsible, convencional cuando no anodino por no plegarse a las modas musicales que se imponían en el momento, pero, escuchado más de un siglo después, liberados ya de modismos, su música es de una calidad tan alta que lo encumbra a uno de esos paraísos de los que hablaba antes.
Y luego, tras el descanso, Shostakóvich. ¡Qué decir de Shostakóvich! Se ha hablado tanto, ha sido estudiado por tantos musicólogos, se han elaborado tantas hipótesis al respecto de sus cambios estilísticos que todo lo que se diga irá al cajón del olvido. Con todo, es inevitable recordar la terrible presión que el talentoso compositor soviético sufrió directamente de las más altas esferas del poder comunista. El propio Stalin llegó a ser protagonista de esas presiones brutales que, de no haberse plegado a ellas, habrían llevado al compositor a morir en algún gulag perdido en Siberia. Hoy no entendemos plenamente la barbarie que supone para un artista la amenaza, en absoluto sutil, del destierro, la tortura o incluso la muerte si su música no gusta al brutal gerifalte de turno. Lo cierto es que nunca podremos saber cómo hubiera compuesto Shostakóvich de haberse visto libre de estas influencias malignas que buscaban usar la música como un utensilio más de la perpetuación de la opresión comunista al pueblo ruso. En todo caso, tenemos ahora la Sinfonía Nº5, que queda como una imposición, destruyendo la libertad compositiva del autor, de modo que aunque la obra haya entrado en los cánones más altos de la música culta, no podemos disfrutar plenamente de ella sin tener todo esto en cuenta. De nuevo, según la musicóloga Raquel Aller, "las marchas militares del primer y cuarto movimientos suenan grotescas y fantasmagóricas... el segundo movimiento es un scherzo aparentemente desenfadado, que en realidad parece desencajado, sarcástico, irónico, tragicómico...". No sé, a mi me parece una típica obra soviética que glorifica el belicismo comunista, pero no veo ironía, sarcasmo ni burla por ninguna parte, aunque quién sabe, una forma de luchar contra la censura y poder sobrevivir consiste precisamente en eso, en hacer caso a sus directrices, pero introducir elementos que desvirtúen lo que exigen.
En fin, un concierto ciertamente contrastante, con composiciones libres que expresan los sentimientos de sus autores, las obras de Moussa y Bruch, y otra, mediatizada por las terribles presiones de las autoridades políticas.
jueves, 9 de octubre de 2025
"Noche italiana", drama de Ödön von Horváth.
La desgraciadamente prematura muerte del húngaro von Horváth (a los treinta y seis años, tras la caída de una gran rama de un árbol en los Campos Elíseos de París en un día de tormenta) nos privó de un gran escritor, ya que sólo dejó tres novelas publicadas y un buen puñado de obras teatrales. Es trágicamente curiosa la pertinacia con la que la vida se empeña en dejarnos claro que no somos sino criaturas irrelevantes y que en cualquier momento todo se acaba. Tantos zotes que llegan a los noventa sin dejar nada de provecho y otros tipos talentosos que se van en las primeras décadas de vida. Así no es de extrañar que haya gente que crea en el destino y en zarandajas del mismo cariz.
He leído dos novelas de este autor, Juventud sin Dios y Un hijo de nuestro tiempo, y tras leerlas pensé que su estilo prosístico era así de apresurado y carente de frases subordinadas y adjetivación para dar una apariencia rápida en temas tan crudos como los que toca. Sin embargo ahora pienso que, en realidad, von Horváth destacaba más en el teatro, que su forma de escribir, con las mínimas acotaciones posibles se ajusta mejor a su forma de ser. Cabría incluso decir que esas dos novelas citadas no son sino adaptaciones a la narrativa de dramas previamente ideados.
El argumento general de Noche italiana, al igual que sus temas, se centra en el terrible periodo que vivió como adulto el autor, los años veinte y treinta del pasado siglo, con sus altibajos políticos, sociales y económicos que culminaron en la Segunda Guerra Mundial. Von Horváth abominaba claramente de cualquier extremismo, especialmente del nacionalsocialismo que acabaría por ensangrentar el continente en los años cuarenta, pero también del comunismo que igualmente destrozó el mundo el pasado siglo. En este drama hay víctimas y verdugos, siendo los primeros los ciudadanos moderados, que se presume mayoría, y los segundos los nazis y los comunistas.
Argumento general de Noche italiana: en una ciudad del sur de Alemania, un grupo de ciudadanos, defensores de la República de Weimar, quieren celebrar una "noche italiana", que al parecer tiene un carácter cultural (canciones infantiles y otros actos un tanto cursis), mientras que los fascistas (así son llamados en la obra) quieren celebrar una "noche alemana" (desfiles y maniobras militares). Von Horváth retrata a los fascistas como bobos incapaces de pensar y de hacer cualquier cosa que no sea cumplir órdenes, de hecho, el discurso que ha de pronunciar uno de sus gerifaltes lo escribe en su cuaderno de deberes un estudiante de secundaria. El personaje que quiere llevar a cabo la noche italiana es un concejal, que ha de enfrentarse no sólo a los fascistas, sino también a los comunistas, que buscan en todo momento la más mínima razón para enfrentarse físicamente a sus enemigos. Así, la sociedad es descrita como una gran masa de gente moderada y pacífica que tiene que hacer encaje de bolillos para que los extremistas de uno y otro lado no acaben por empezar la guerra mundial (¡qué gran premonición, teniendo en cuenta que von Horváth escribe este drama en 1931!). Los fascistas acaban por culpar al concejal de haber dañado un monumento ale emperador (otra premonición, pues los nazis utilizaron este ardid para eliminar enemigos). Lo humillan y tratan de que firme una declaración ridícula en que se denuesta a sí mismo. Finalmente, los moderados se impondrán y mantendrán la paz en un equilibrio inestable.
Leído en 2025, este drama tiene sus virtudes y defectos. Como antes decía, tiene un cierto carácter premonitorio cuando prevé que los extremos políticos, siempre minoritarios, podrían acabar llevando al continente, poblado mayoritariamente por pacíficos ciudadanos, a la guerra total; pero se equivoca de lado a lado cuando cree que la simple acción de los moderados frenará la violencia extremista. Pero esto, claro, es fácil decirlo en 2025, como decía, von Horváth escribe esto en 1931, cuando todavía se creía posible un entendimiento entre las distintas facciones sociales. Es, pues, muy tibio en su final, pero habría que verlo si el mismo autor lo hubiera reescrito poco antes de su muerte, ya a finales de la década de los treinta.
Desde un punto de vista formal, la obra teatral no es gran cosa. En realidad es un pequeño drama con poca fuerza y que, en mi opinión, no está bien rematado. Cualquiera que lo viera representado, pienso yo, ya fuera en los años treinta o en la actualidad, acabaría saliendo del teatro un tanto frustrado.
Inciso musical: concierto, en el Musikverein, de la Orquesta Sinfónica de Viena dirigida por Kazuki Yamada. Obras de Rachmaninov, Boulanger y Chaikovski.
Para un simple melómano de a pie, hay orquestas y salas cuyos nombres son como grandes criaturas mitológicas que uno conoce desde niño pero nunca llegó a catar personalmente. Pero, felizmente, la vida de un servidor, vulgar hasta la náusea, tiene momentos (años, e incluso decenios) de belleza y felicidad plenas. No quiero entrar en intimidades, ni molestar al lector de este humilde blog con asuntos personales, pero sí hacerle partícipe del gozo que me ha supuesto llegar a los veinticinco años de matrimonio con mi santa y sufrida esposa. Evento que justifica sobradamente hacer un dispendio extraordinario y disfrutar de un viaje a Viena para celebrar debidamente las bodas de plata. Y, juntando lo que decía antes, es muy difícil para un melómano ir a Viena y no disfrutar de una de las mejores orquestas del mundo, la Orquesta Sinfónica de Viena, en una sala mítica, la Musikverein, donde se interpreta el archiconocido (y un poquito hortera, la verdad sea dicha) Concierto de año nuevo. Y así, haciendo ese derroche inusitado, un servidor y su santa esposa disfrutaron el pasado día cuatro de un concierto de la Orquesta Sinfónica de Viena en su sala, la Musikverein.
¿Y qué me pareció? ¡Hombre, se lo puede figurar! Intimidado por la sala, su historia, haberla visto en televisión decenas de veces, con el sacrosanto nombre de la "Orquesta Sinfónica de Viena", he entrado en la sala como un niño, acobardado pero dispuesto a disfrutar. Y disfruté, mucho. Pero (quizá el espíritu crítico me lo exija, no sé) con matices. Había escuchado de siempre la extraordinaria acústica del Musikverein, lo cual sorprende habida cuenta de que no es sino un paralelepípedo carente de la más mínima orientación; está todo forrado en madera, tallas de madera, pero madera policromada, en la que abundan los dorados, por cierto (y en muchos otros sitios, parece que el color dorado, chillón como es, es muy del gusto de los austriacos). En fin, la acústica sí parece buena (nuestras localidades estaban muy bien situadas en mitad del patio de butacas), pero no puedo obviar el reducido tamaño de la sala. Dicho de otro modo, el Musikverein es una sala muy pequeña, más pequeña que la mayoría de las salas de cámara, no ya sinfónicas de construcción en los últimos treinta años; como consecuencia, la intensidad sonora es apabullante, pero eso sería normal en cualquier sala de esas dimensiones tan angostas. Por otro lado, algo que me sorprendió, no precisamente en sentido positivo, es que en dicha sala no se atenúa en absoluto la iluminación, siendo ésta la misma que cuando el público está entrando y acomodándose. Entiendo que la sala tiene mucho prestigio y es en sí misma un valor, pero, acostumbrado a la atenuación luminosa, es de reconocer que el espectador puede concentrarse mejor en la audición, olvidándose de la profusa decoración de la sala. Por último, algo que me "rompió los esquemas" por completo fue constatar que en el Musikverein hay localidades de a pie. Sí, tal vez no me crean los que vayan habitualmente a un auditorio moderno, pero así es. En la parte final de ese paralelepípedo, al otro extremo de la orquesta, hay una especie de barandilla, en la que se apiñan un grupo de desafortunados espectadores que tienen que aguantar las dos horas de representación de pie, empujándose los unos a los otros para tener la fortuna de descansar sus molidos cuerpos sobre esa barandilla. El concierto del pasado día cuatro, esos espectadores (muchos turistas extranjeros, pero también algún austriaco) pagaron nada menos que treinta euros por esa localidad (no localidad, puesto que no había butaca). Quien esto escribe pagó ciento doce euros por esa butaca en mitad del patio de butacas, el segundo precio más caro. En fin, habrá quién se escude en la tradición, pero a mí me parece que en 2025 tener espectadores de pie en un concierto de música clásica de casi dos horas de duración entra en lo que las Naciones Unidas consideran tortura. Entiendo que la defensa a ultranza de las costumbres y tradiciones son bandera de muchos, pero creo que hay que adaptar las tradiciones a los nuevos tiempos para eliminar lo más pernicioso de ellas. Por cierto, las butacas del Musikverein también podrían ser consideradas utensilios de tortura, pues, amén de su reducido tamaño, tienen un pequeño acolchado para las nobles posaderas del distinguido público, pero el respaldo es totalmente de madera. A las dos horas de concierto, las espaldas de gran parte del respetable también son de madera, así de incómodas son.
En fin, criticar acerbamente sale gratis, no quiero caer en ese vicio tan deleznable de rechazar todo de plano, pero sí quiero mantener un espíritu crítico que me permita juzgar, razonando, lo que me parece bien y lo que no. Creo que si se suprimieran las entradas de a pie, se sustituyeran las arcaicas butacas de madera y se atenuara la iluminación, el concierto sería mucho más agradable y cómodo.
Todo lo anterior es lo que me pareció impropio de una sala ejemplo mundial de auditorio. Lo más meritorio (lo digo lo último para dejar buen sabor de boca en el lector) es la calidad interpretativa de la Orquesta Sinfónica de Viena. El programa, como se puede ver, fue bastante conocido por el gran público, con la Sexta sinfonía (la Patética) de Chaikovski, obra extraordinaria, tocada miles de veces cada año por las distintas orquestas en todo el mundo (un servidor la ha escuchado ya un par de veces a la OSCyL y una a la Orquesta Nacional de España); he de reconocer que de la ejecución del pasado día cuatro a la versión grabada por el sello Deutsche Grammophon interpretada por la Orquesta Filarmónica de Berlín, dirigida por Von Karajan que escucho habitualmente no hay diferencias reseñables, aportando la sutileza y delicadeza necesaria cuando los movimientos así lo requieren, y la rotundidad y vigor imprescindibles en los movimientos más intensos.
Con respecto a lo de sala muy pequeña para una orquesta sinfónica, igual no es un defecto sino un acierto. Nos hemos acostumbrado a escuchar esas orquestas sinfónicas en salas enormes, y (no es el caso de la Patética de Chaikovski, desde luego) en algunas ocasiones el sonido llega demasiado atenuado al oyente, que pierde matices en los movimientos más delicados. Estoy pensando ahora en obras de uno de mis compositores favoritos, Ralph Vaughan Williams, con movimientos de una delicadeza extraordinaria que debido a la inmensidad de las salas sinfónicas modernas quedan un tanto desleídos; si se interpretaran en salas de cámara todo podría escucharse y sentirse más nítidamente.
Para terminar diré que ha sido un honor disfrutar de la Orquesta Sinfónica de Viena en el Musikverein, esto lo entenderán más fácilmente los verdaderos melómanos; es como un pequeño hito fundamental en la vida de un amante de la música, especialmente en vivo y en directo, en los tiempos de "música enlatada" que nos ha tocado vivir.
jueves, 2 de octubre de 2025
"Marte en Aries", de Alexander Lernet-Holenia.
Aun cuando a uno le guste un autor, lo conozca bien, haya leído numerosas obras suyas y tenga ganas de leer otra novela suya, las circunstancias personales se imponen, a veces afortunadamente, a veces desgraciadamente, marcando severamente la lectura. Esto me ha ocurrido con Lernet-Holenia y su Marte en Aries, novela que ansiaba leer, autor bien conocido para mí; pero, en este caso, desgraciadamente, las circunstancias familiares han dificultado sobremanera la lectura, y el resultado ha sido nefasto. Porque la convivencia con los seniles progenitores, su necesario cuidado, todos los problemas acaecidos por la vejez extrema... me han impedido disfrutar de la lectura de Marte en Aries, una novela, por otro lado, de compleja lectura. Así pues, tenga en cuenta el lector de este humilde blog que algunas de las conclusiones a las que llego pueden estar mediatizadas por esta semana tan ingrata que tenido que vivir.
Decía que Marte en Aries es una novela de lectura compleja y no lo retiro. Es conocido el gusto de Lernet-Holenia por introducir elementos irracionales (o mágicos, el lector escoja su versión) en sus narraciones, dándole un carácter especial e interesante que sorprende al lector. Esta novela no podía ser menos, sin embargo, el elemento mágico aquí tiene un origen onírico, pues el protagonista, el teniente Wallmoden, tiene una experiencias tanto amorosas como bélicas que tienen que ver sin duda con un sueño un tanto "pesadillesco", perturbador y desconcertante. Aquí es donde digo que no sé cómo juzgaría la novela si la hubiese leído con la calma y concentración con la que habitualmente leo, porque, al encontrarme en una situación personal alterada y estresante, puedo haber malinterpretado o, al menos, no comprendido correctamente la narración. En cualquier caso, lo que ahora afirmo es que la novela no tiene la ilación que es normal en Lernet-Holenia, que hay momentos en la que el lector (alterado o no, creo) se pierde por la falta de explicación de lo que es real y lo soñado.
Por otro lado, Marte en Aries tuvo mayor prestigio social debido a que fue secuestrada por el gobierno del Tercer Reich, según parece, por orden directa de Joseph Goebbels, el infame ministro de propaganda de aquel régimen. Tanto fue así, que el editor llegó a destruir todas las galeradas existentes, y gracias al original del autor se pudo editar años después. Esto, teniendo en cuenta que Lernet-Holenia pudo publicar sin problemas antes, durante y después del Tercer Reich, hizo más interesante, morbosamente interesante, la novela. Parece que Goebbels mandó secuestrar la novela porque la versión bélica que daba no se ajustaba en absoluto a la patraña belicista nazi, ya que el autor , que narra la invasión de Polonia, presenta al ejército alemán siempre dubitativo y reticente ante una invasión sin sentido, mientras que los polacos son retratados con notables muestras de valor ante esa misma invasión sin sentido. Evidentemente, es fácil juzgar en 2025 que la versión de Lernet-Holenia tuvo que ser mucho más verosímil, y que los militares, seres humanos pensantes, al fin y al cabo, juzgan la acción que son obligados a cumplir, comportándose en consecuencia de un modo u otro. Cuando, acabada la Segunda Guerra Mundial, derrotado el nacionalsocialismo, el público se entera de que esa novela de un autor que supo nadar en las procelosas aguas del fanatismo político sin llegar a comprometerse fue secuestrada, le dio un interés nuevo que la llevó a un gran éxito editorial en los años cincuenta del pasado siglo.
Esbozaré sucintamente el argumento diciendo que se trata de la vida de un oficial alemán (oficial de complemento, movilizado por la guerra) que tras haber mantenido una brevísima aventura amorosa es enviado al frente (la invasión de Polonia que antes nombraba) produciéndose una serie de equívocos de aspecto onírico que se acaban por aclarar al fin de la narración.
Alexander Lernet-Holenia tuvo que combatir brevemente en las dos guerras mundiales, y la narración que hace de las escaramuzas y las batallas con el enemigo son totalmente verosímiles. No son las bobadas militaristas que intentan presentar la guerra como algo honorable y digno, sino que muestra a hombres desorientados que tratan de sobrevivir a la barbarie de la violencia extrema. Parece que el autor mantuvo un diario en los días en que se vio forzado a formar parte de la fuerza expedicionaria alemana de invasión de Polonia, y los detalles que da, tanto geográficos como temporales, coinciden perfectamente con las relaciones históricas más rigurosas.
En fin, tal vez la novela no sea mala. Yo, en verdad, si he encontrado defectos graves, pero, como decía al principio, bien pudo ser mi situación personal que influyera negativamente en la lectura.
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